27. Un paso a la vez

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— Todo ha cicatrizado perfectamente. — Dice el doctor en un tono satisfecho.

Estoy sobre una camilla, boca abajo y con la espalda descubierta. Creo que esta será mi última consulta con el doctor sobre las heridas de mi espalda. Quedaron unas cuantas cicatrices. Pero nada horripilante. Solo unas líneas rosadas.

— Listo. Puedes vestirte. — Me levanto de la camilla y sujeto por delante la bata que me tuve que poner para que el médico me revisara, ya que está totalmente abierta por detrás.

— ¿Todo bien? — ¡Enzo! Me doy la vuelta rápido y el está de espaldas. — Lo siento. Lo siento. No vi nada.

— No... Esta bien. Puedes voltear. — Me aclaro la garganta y siento que me sonrojo cuando me mira de arriba abajo.  — Enseguida vuelvo. Voy a cambiarme.

— Está bien. — Sonríe. Yo tomo un respiro profundo. Aquí vamos. Me volteo aún con mi espalda descubierta. Siento que jadea y me entra la necesidad de cubrirme. Pero no lo haré.

Me voy a la otra habitación y me visto. Cuando salgo el ya tiene en la mano mi bolso y las llaves del auto. Lo sigo hasta el estacionamiento y al menos para mí es incómodo el silencio.

— ¿Tanto asco te dio mi espalda que no hablas? — Quiero abofetearme cuando mi voz tiembla un poco. Joder, nunca he sido de las chicas que se mueren si tienen una cicatriz. Tengo algunas otras desde el terremoto y nunca me he avergonzado de ellas. Pero el pensar que Enzo piense que son feas o sienta repulsión me hace querer llorar.

— ¿Estás llorando? ¡Joder, no! — Se detiene y me voltea a ver. — Nunca. Nunca me sentiría asqueado de algo tuyo. No llores. — Me besa la frente.

— ¿Por qué estás tan callado entonces?

— Porque me muero por tocarte. Estoy a punto de enloquecer. ¡Listo lo dije! — Suspira. — No quiero que te asustes ni te sientas presionada. Es más. Olvida lo que dije. No dije nada. Tu simpleme... — Se calla cuando siente que mis labios se presionaron en los suyos. Cuando me mira otra vez se que me va a besar. Esta vez en serio.

Tropiezo un poco hacia atrás cuando me besa con fuerza. Pero antes de caerme me sujeta por la cintura.

— Despacio Enzo. — Digo cuando puedo separarme un poco de su boca. — Más despacio. — Digo mientras intento recuperar el oxígeno en mi sistema.

— Lo siento. Me emocioné.

— Un paso a la vez. Recuérdalo. — Suspiro cuando junta su frente con la mia.

— Cierto. Un paso a la vez. Un paso a la vez. — Lo repite varias veces como un mantra hasta que me río. — ¿Tienes hambre?

— Un poco si. — Digo mientras me pongo el cinturón de seguridad.

— Bien. Te llevaré a comer algo. — Comienza a conducir y llegamos a un pequeño restaurante. Una empleada nos lleva hasta nuestra mesa y nos entrega el menú. Enzo le pide agua para los dos y se pone a leer el menú.

Minutos después Enzo llama a una camarera que toma nuestro pedido.

— ¿No te gustaría comer algo más? — Le pregunta la chica a Enzo.

— No gracias. Estamos bien. — Dice mirando algo en su teléfono.

— Si. Estamos bien. — Miro a la chica que a su vez me mira de arriba abajo como si fuera un estorbo.

— En unos minutos les traigo sus platos. — Se va y creo que suelta un resoplido.

— ¿Estás celosa? — Enzo se rie.

La teoría del hilo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora