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Un nuevo día amanecía en el pintoresco pueblo de Karmaland, bañando todo con la suave luz del sol que apenas comenzaba a asomarse por el horizonte. El cielo estaba despejado con unos cuantos rastros de nubes que se teñían de colores cálidos: rosados, naranjas y dorados. Los pájaros cantaban alegremente, creando una melodía que resonaba por todo el pueblo. Las primeras luces iluminaban las calles empedradas, mientras las tiendas y puestos comerciantes comenzaban a abrir sus puertas.

En una casa acogedora en el borde de Karmaland, los primeros rayos de sol de filtraban a través de las cortinas, anunciando el comienzo de un nuevo día. Dentro, sin embargo, el ambiente seguía impregnado de la atmósfera de la noche anterior, cuando dos jóvenes héroes habían decidido hacer una pijamada. La sala estaba desordenada, con colchones y mantas esparcidos por el suelo, restos de snacks y bebidas, y varios juegos de mesa aún abiertos sobre la mesa del centro.
En una esquina, un proyector y una pantalla improvisada daban pistas de un maratón de películas que habían durado hasta altas horas de la madrugada. Los almohadones de colores estaban dispersos por la habitación, evidencia de una guerra de almohadas que había estallado en algún momento de la noche.

Rubius, con su característico cabello rubio y desordenado, y vestido con una camiseta gráfica y pantalones de pijama, estaba estirado en el sofá, todavía medio dormido. Se removió un poco, tratando de encontrar una posición más cómoda mientras murmuraba algo incomprensible. Al otro lado de la sala, Raúl, con su pijama de gatos. El menor estaba enroscado bajo una manta, tal y como un bebé. Su cabello castaño oscuro estaba desordenado y su cara reflejaba satisfacción, aún sumido en un sueño profundo.

El mayor comenzó a levantarse, abrió un ojo perezosamente y bostezó antes de incorporarse lentamente, estirando los brazos y soltando un suspiro casado. Al pararse y ver aquel conjunto de mantas en el piso, en el cual se escondía el menor, el mayor río, y comenzó a golpearlo con una de las almohadas que estaba en el piso.
- Despierta, dormilón. - Dijo Rubén, riendo mientras golpeaba al héroe.

- Te odio. - Declaró el menor, haciéndose una bolita y negándose a salir de aquel nido que había formado con las mantas. - Vete. - El rubio soltó una risita, para luego destapar al menor, quitándole todas las mantas que estaban sobre él y exponiéndolo al frío del ambiente. El menor gimió con cansancio y frustración. Seguido a eso, sintió los brazos del rubio rodearlo, para luego levantarlo y cargarlo.

- Buenos días, princesa. - Bromeó el mayor mientras veía al chico entre sus brazos, quien estaba increíblemente molesto con el rubio.

- Te deseo lo peor, te lo prometo.

- Lo sé, a desayunar.

Ambos estaban sentados en una linda mesa de madera, el sol de la mañana iluminaba suavemente el espacio. Rubén, con su cabello rubio ligeramente despeinado, sostenía una taza de café caliente entre sus manos, disfrutando del aroma que subía en espirales.

- ¿Qué planes tienes para hoy? - Preguntó Rubén, llevando la taza a sus labios para tomar un sorbo. Su voz era calmada, un poco cansada aún, pero llena de curiosidad. Raúl, un poco adormilado, miró a su amigo con ojos soñolientos. Su cabello castaño estaba desordenado y sus ojos parpadeaban lentamente, tratando de enfocarse. Tomaba un jugo de naranja frío, lo frío del vaso ayudándolo a despertarse.

- Eh... - El menor bostezó, estirándose en su silla. Su mente todavía estaba aclimatándose al nuevo día. - Creo que quedé con Luzu... Íbamos a hacer cosas para su campaña. - Rubén asintió, sabía que Raúl podía manejar la situación el solo, pero lo veía algo estresado con aquello últimamente. Por eso mismo, el mayor había decidido invitarlo a aquella divertida pijamada, en la que pudo ver a Raúl un poco más feliz y menos estresado.

- Bueno, si necesitas ayuda puedes
decirme. - Dijo Rubén, su voz era calmada y sincera, tratando de brindar un apoyo al menor. Raúl esbozó una pequeña sonrisa, agradecido por el gesto de su amigo.

- Gracias, Rub.

El castaño se despertó lentamente, sintiendo los suaves rayos del sol sobre su rostro. A medida que la luz cálida iluminaba el espacio, él comenzó a parpadear, ajustándose a la claridad de la mañana. Se pasó una mano por su despeinado cabello castaño, y volvió a bostezar. Aún medio dormido, se levantó y se dirigió al baño para refrescarse. El agua fría en su rostro ayudó a despejar los últimos vestigios del sueño, y cuando se miró al espejo, vio su mirada carmesí, filosa, que mostraba seguridad en sí mismo.

Mientras cambiaba sus atuendos, el joven oyó el sonido de su cafetera, que estaba programada para que a cierta hora de la mañana, el café se hiciera por sí solo. El aroma a café recién hecho llenaba el aire, brindándole una sensación de paz. Listo para comenzar su día, el castaño bajó las escaleras de su hogar, dirigiéndose a la cocina, para luego servirse una taza de café. Mientras tomaba su café, el héroe, apoyado en una de las paredes de su hogar, veía su casa perfectamente ordenada, brindándole satisfacción. Fue el sonido del timbre lo que lo sacó de sus pensamientos, y dudoso, se dirigió hacia la puerta, preguntándose quién podía ser a estas horas de la mañana.
Al abrir la puerta, el joven encontró una cara conocida, y sonrió de inmediato.

- Quacks, ¿qué tal? - Preguntó el mayor su tono tranquilo acompañado de una sonrisa amigable. Esa sonrisa, en particular, era algo que Quackity adoraba de él. El más bajo se vio inmediatamente emocionado al ver al castaño, y también le sonrió. Hacia y un tiempo que no se veían, Quackity había estado demasiado ocupado con su campaña, y Luzu no salía demasiado de su hogar como para ver al peli negro por las calles.

- Lusu, pasaba por aquí a ver si querías pasar el día juntos. - Propuso el menor con una sonrisa cariñosa, levantando ligeramente las manos en las que sostenía las dos cañas de pescar. El menor estaba extrañando bastante al castaño, y no quería perder el lindo vínculo con el, así que optó por un día juntos. El castaño, al notar la felicidad del menor, asintió de inmediato, el también quería pasar un tiempo con Quackity después de tanto tiempo.

- Claro que sí, Quacks. - Aceptó el mayor, y tomó una de las cañas que el menor le había extendido. - Conozco un lugar al que podemos ir a comer. - Y ambos sonrieron con felicidad, para luego dirigirse hacia un hermoso lago, donde pasarían su día pescando.

- Gracias por invitarme, tío, me lo he pasado genial. - Agradeció el menor con una sonrisa sincera, mientras recogía sus cosas. Rubén, con una sonrisa cálida, puso una de sus manos sobre el hombro del más bajo.

- Cuando quieras. - Respondió el mayor sinceramente, utilizando un tono cariñoso. El mayor estaba parado junto a la puerta ya abierta de su hogar, pues ya era hora de que el menor se marchara. Raúl asintió, para luego guardar su móvil en su bolsillo y ajustar su mochila en su hombro. El menor se dirigió hacia la puerta y el aire fresco de la mañana lo recibió, para luego comenzar a caminar, no sin antes despedirse del mayor. Rubén se quedó en la puerta, observando como su amigo se alejaba lentamente en dirección a, probablemente, la casa de Luzu.

Raúl, por su parte, caminaba hacia la casa de el castaño, esperando que todo saliera bien. Pasaba por el pueblo, viendo a los pueblerinos saludarlo con felicidad. Veía las tiendas ya abiertas, la panadería desprendía un olor delicioso. Al llegar a la casa del castaño, el héroe se encontró con la puerta cerrada, y un silencio en el interior. Frunció el ceño, y presionó el timbre, esperando escuchar pasos acercarse. Pero nada, ni un solo sonido, ni un paso, ni una sola respuesta. Tocó nuevamente, más fuerte esta vez, pero el resultado fue el mismo que hace unos segundos. La preocupación comenzó a asentarse en su mente mientras sacaba su teléfono y le enviaba un mensaje a Luzu, esperando una explicación. Sin embargo, el tiempo pasaba y la pantalla no mostraba ninguna notificación. Raúl se sentó en el escalón de la entrada, con la mochila a un lado, para luego dejar escapar un suspiro pesado. La decepción lo invadia al darse cuenta que lo habían dejado plantado. Sus pensamientos se llenos de incertidumbre y de tristeza, preguntándose qué había salido ma, tal vez Luzu se había cansado de él.

Después de un rato esperando, el menor se levantó con los hombros caídos y comenzó a caminar de regreso a su casa, la alegría matutina reemplazada por profunda tristeza.
Mientras recorría las calles de Karmaland de regreso a su hogar, intentó sacudirse la decepción, pero el peso de la situación seguía presente en su corazón.

Meet AgainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora