TRES: Entre la Espada y la Pared

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                                                                                            ~Cain~

Después de la noche en el bar, algo me decía que Alaska no era tan inocente como parecía. Bailamos, charlamos, y en algún momento, noté que mi reloj no estaba en mi muñeca. Fue entonces cuando lo supe. Alaska me lo había quitado.

No me molestaba tanto. El reloj que llevaba era solo una réplica, una distracción para cualquiera que intentara robarme algo valioso. El verdadero, el auténtico, estaba guardado en una caja fuerte en mi mansión. No era la primera vez que jugaba con fuego, y Alaska no era la primera en intentar engañarme.

La observé alejarse del bar con esa sonrisa cautivadora y esos ojos que escondían más de lo que mostraban. Había algo en ella, algo peligroso y atractivo al mismo tiempo. No me importaba que hubiera tomado la réplica; después de todo, no era más que una pieza de un juego mayor.

Alaska había despertado mi interés de una manera que pocas personas lo habían hecho antes. Era inteligente, audaz y, aunque lo negara, compartíamos un gusto por el riesgo. Quizás en el futuro, podríamos encontrarnos en términos más igualitarios. Por ahora, dejaría que pensara que me había ganado.

Cerré mis ojos por un momento, saboreando la emoción de la intriga. Esta ciudad siempre estaba llena de sorpresas, y Alaska parecía ser la más intrigante de todas. Estaba dispuesto a jugar su juego mientras mantuviera el mío, asegurando que mis verdaderos tesoros permanecieran seguros.

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Al día siguiente, mientras me preparaba para las clases de mecánica en la universidad, no podía evitar pensar en Alaska y en lo que había sucedido la noche anterior en el bar. No era ningún ingenuo; había notado cómo Alaska había manipulado con habilidad la situación para llevarse el reloj falso. Me había tomado por sorpresa, pero no me molestaba en lo más mínimo. El verdadero reloj, el que realmente me importaba, estaba a salvo en la caja fuerte de mi mansión. Era solo una pequeña prueba para ver hasta dónde llegaría Alaska, y debo admitir que había jugado bien sus cartas.

En el fondo, me intrigaba su audacia y determinación. No todos los días encontrabas a alguien dispuesto a arriesgar tanto por un simple juego. Alaska era diferente, y eso me intrigaba más de lo que quería admitir.

Mientras ajustaba mi chaqueta, decidí mantener la guardia alta. No iba a subestimar a Alaska, pero tampoco iba a revelar todas mis cartas de inmediato. Seguiría adelante con mi vida como de costumbre, dejando que ella creyera que había ganado una pequeña victoria.

En la universidad, mantuve una actitud relajada mientras me mezclaba con mis compañeros de clase. No podía evitar mirar de vez en cuando hacia donde Alaska solía sentarse, preguntándome si volvería a verla y qué movimientos haría a continuación. Esta ciudad siempre tenía sorpresas reservadas, y Alaska parecía ser una de las más intrigantes hasta ahora.

En medio de la clase, mi amigo Miguel se sentó a mi lado y me preguntó:

—¿Caín, qué te pasó anoche? Te vi bastante entretenido con esa chica nueva, Alaska, ¿verdad?

—Sí, algo así. —respondí, manteniendo mi tono casual mientras ocultaba mi verdadero interés—. Parece ser interesante.

Miguel asintió con una sonrisa.

—Eso parece. Ten cuidado, amigo. Las chicas como Alaska suelen tener más de lo que parece a simple vista.

Sonreí de vuelta, agradecido por el consejo, pero decidido a manejar la situación a mi manera. Esta vez, no sería tan fácil de leer.

La Chica De Los LazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora