SIETE: La Llave Dorada

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                                                                                            ~Cain~

La luz del amanecer se filtraba por las cortinas, bañando la habitación en un suave resplandor dorado. Me desperté lentamente, parpadeando mientras mis ojos se ajustaban a la claridad. Al girar la cabeza, la vi. Alaska estaba aún dormida, su respiración tranquila y constante. Su rostro, relajado en el sueño, mostraba una vulnerabilidad que rara vez dejaba ver.

Me levanté con cuidado para no despertarla, pero la cama crujió y ella se movió ligeramente, emitiendo un pequeño suspiro. Me quedé inmóvil, observándola por un momento más. Sus mechones de cabello caían desordenadamente sobre la almohada, y sus labios se entreabrían con cada exhalación.

Decidí levantarme de una vez, moviéndome con la mayor suavidad posible. Me dirigí al baño para lavarme la cara y despejarme un poco. Mientras me miraba en el espejo, pensé en la noche anterior, en cómo había visto la cicatriz en su abdomen. Me preguntaba qué historias guardaba esa marca, qué sufrimiento o lucha había dejado esa huella en su piel.

Salí del baño y me dirigí a la pequeña cocina. Comencé a preparar café, el aroma llenando rápidamente el espacio. Mientras esperaba, escuché el sonido de la cama crujir de nuevo y me giré para ver a Alaska despertarse. Se sentó lentamente, frotándose los ojos y luego mirándome con una mezcla de confusión y alerta.

—Buenos días —dije, tratando de sonar casual—. ¿Café?

Ella asintió, todavía un poco desorientada. Le serví una taza y se la llevé a la mesa, donde se sentó, envuelta en una de mis camisetas. Parecía tan pequeña y frágil en ese momento, pero sabía que esa fragilidad era solo una fachada.

—¿Cómo dormiste? —pregunté, sentándome frente a ella.

—He tenido mejores noches —respondió, su voz ronca por el sueño. Tomó un sorbo de café y me miró—. ¿Qué hora es?

—Temprano. Tenemos tiempo antes de que... bueno, antes de que cualquier cosa.

Ella asintió, tomando otro sorbo de café. El silencio entre nosotros era denso, cargado de preguntas sin formular y respuestas no dadas. Finalmente, rompí el silencio.

—Alaska, sobre anoche... quiero decir, sobre lo que vi. No pretendía...

—Está bien —me interrumpió—. No tienes que disculparte. Esa cicatriz... no es algo de lo que hablo a menudo.

Asentí, respetando su espacio. Sabía que había muchas cosas sobre Alaska que aún no comprendía, pero algo en mí quería saber más, descubrir esos secretos que guardaba tan celosamente.

—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó finalmente, cambiando de tema.

—Primero, quiero hablar contigo sobre el documento en la tarjeta de memoria. Dice que tú eres la clave. Necesitamos entender qué significa eso.

Ella suspiró, apoyando la cabeza en sus manos.

—Julieta Ellis... esa parte de mi vida... pensé que había quedado atrás. Pero parece que todo está volviendo para atormentarme.

—Tal vez no sea tan malo como piensas —dije, tratando de darle algo de esperanza—. Podemos resolver esto juntos.

Alaska me miró, sus ojos llenos de una mezcla de desconfianza y algo más, algo que no podía identificar del todo. Tal vez, solo tal vez, estaba empezando a confiar en mí, aunque fuera un poco.

—Está bien —dijo finalmente—. Hablemos de ese documento.

Después de desayunar, llevé la laptop a la mesa y abrí el documento nuevamente. Alaska se acercó y se sentó a mi lado, observando la pantalla con atención.

La Chica De Los LazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora