VEINTIDOS: Descanzo

3 3 0
                                    

                                                                                         ~Cain~

La lluvia seguía cayendo sin cesar mientras cargaba a Alaska a través de las calles oscuras. La situación se volvía cada vez más desesperada, pero no podía permitir que la desesperanza me venciera. Debía encontrar un lugar seguro, y el tiempo era un lujo que no podía permitirme.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, vi las luces de un pequeño hotel en la distancia. La señal de la esperanza se encendió en mi pecho. La fachada del edificio era modesta y parecía anticuada, pero en ese momento, era el refugio que necesitábamos.

Entré en el vestíbulo del hotel, sintiendo un alivio momentáneo al estar a cubierto de la tormenta. La recepción era pequeña, con una lámpara de luz cálida que iluminaba el espacio. Un recepcionista de mediana edad, con una expresión cansada, estaba detrás del mostrador.

—¡Hola! —dije con voz entrecortada, el frío y el agotamiento hacían que mi respiración fuera irregular—. Necesito una habitación, por favor.

El recepcionista levantó la vista, observando mi estado desaliñado y la figura inconsciente de Alaska en mis brazos. Su expresión cambió a una mezcla de sorpresa y preocupación.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, levantándose de su silla—. ¿Está ella bien?

—No, no está bien —respondí, la preocupación en mi voz palpable—. Está en mal estado. Solo necesito una habitación.

—Déjame ver qué puedo hacer —dijo el recepcionista, y comenzó a buscar en el sistema de reservas—. Por favor, siéntate y trata de relajarte. Voy a preparar una habitación para ustedes.

Con cuidado, dejé a Alaska sobre una de las sillas del vestíbulo, mientras el recepcionista preparaba la llave de la habitación. La vi temblar y su piel seguía pálida, su respiración seguía siendo débil. Mi corazón latía con fuerza, y cada minuto que pasaba sin asistencia médica parecía una eternidad.

Finalmente, el recepcionista me entregó una llave de habitación.

—Aquí está —dijo—. Es la habitación 203, en el segundo piso. Está cerca del ascensor.

—Gracias —respondí, tomando la llave y ayudando a Alaska a levantarse con mucho cuidado—. ¿Hay alguna manera de que pueda obtener algo de ayuda médica? Ella necesita atención urgente.

—Lo siento, pero no tengo contactos médicos aquí —dijo el recepcionista—. Sin embargo, hay una farmacia cerca. Quizás puedan ayudarte con suministros básicos hasta que encuentres asistencia adecuada.

—Haré eso —dije, mientras me dirigía hacia el ascensor, cargando a Alaska con el mayor cuidado posible—. Gracias de nuevo.

El ascensor tardó un poco en llegar, y la espera se sintió interminable. Finalmente, llegó y subimos al segundo piso. Con cada paso que daba, el peso de Alaska en mis brazos se hacía más difícil de soportar, pero no podía permitirme rendirme.

Al llegar a la habitación, utilicé la llave para abrir la puerta. El interior era sencillo pero acogedor, con una cama grande que parecía una visión de alivio en medio de la crisis. Con mucho esfuerzo, coloqué a Alaska sobre la cama y me aseguré de que estuviera cubierta con las mantas disponibles.

El cuarto estaba cálido, y el contraste con la fría tormenta exterior ofrecía un alivio temporal. Mientras me dirigía al baño para buscar una toalla seca, la mente seguía llena de pensamientos angustiantes sobre lo que había pasado y lo que aún nos esperaba.

Volví al cuarto con una toalla y algunos suministros básicos que había encontrado en la farmacia cercana. Comencé a limpiar el agua de su cuerpo y a intentar calentarla con la toalla, mientras la preocupación y el dolor se mezclaban en mi mente.

La Chica De Los LazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora