Capítulo 18

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Mi sonrisa se borró en el momento en que la mirada despectiva de la mujer recorrió mi figura. Lo que sea que haya evaluado descalificó en sus estándares porque emitió un sonido  burlesco en mi dirección.

–Venga, Marjorie. La muchacha está en apuros. Perdió su casa en un ataque y ahora no tiene donde quedarse –dijo el hombre que ahora sabía se llamaba Stuart.

–No soy conocida por hacer obras de caridad, Stuart y lo sabes muy bien –contestó antes de soltar el humo de otra calada. –Mi negocio es una taberna, no un maldito refugio de desahuciados.

  Una cabeza pelirroja se asomó sobre el hombro de la gran señora y me saludo con una sonrisa, le devolví una mucho menor pero pareció estar satisfecha con eso. La muchacha tenía un rostro redondo y blanco, los ojos celestes y nariz respingona, los labios regordetes se apretaron cuando hizo un morrito al escuchar  la conversación.

–De vez en cuando hay que hacer actos de buena fé. El Eterno sabe que trae prosperidad –volvió al ataque el señor y lo miré agradecida a pesar de que actuaba sin conocer mis verdades intenciones.

–¡El Eterno me ha ayudado muy poco estos años, Stuart! ¡Muy poco! –exclamó la mujer exaltada. –Además. ¿De qué me podría servir a mí este palo de escoba?

Abrí la boca ligeramente ofendida y la chica escondida detrás de la mujer rió delicadamente llamando la atención de todos. Cuándo la dueña de la casa volteó a verla ella solo señaló hacia afuera y Marjorie hizo lo que pudo por dejarla pasar. La chica de cabellos rojos y rostro de muñeca, resultó ser una despampanante mujer de curvas pronunciadas y cintura estrecha que saludó al señor Stuart con una sonrisa amable.

–De hecho, mi señora. Justo ayer estuve hablando con el Capitan Felipe, sabe usted lo parlanchín que se pone cuando bebe y me estuvo contando que en unos días llegará un batallón a la zona –dijo con voz alegre. –Mi señora, Frank no da a basto con la barra y además de mesero. Si aceptase a esta chica podría ayudar a servir las mesas a cambio de su estadía. No tendría que ser totalmente gratis.

La chica se volteó en mi dirección y me guiñó un ojo, sonreí agradecida.

– ¿Qué Frank no da ha basto? ¿Desde cuándo no da ha basto? No he recibido ninguna queja de las atenciones –espetó la mujer. –No me vengas con esos cuentos, Marissa. Tienes el corazón demasiado blando pero aquí no hay espacio para nadie más.

La chica ataviada en un albornoz de seda rosa pálido se acercó a su jefa y tomó su mano libre entre las suyas con delicadeza. Aparentemente era un gesto repetitivo ya que la mujer rodó los ojos pero no apartó la mano.

–Oh, mi señora Marjorie, es que las chicas y yo a veces nos encargamos de llevar las copas a los clientes, pero por eso mismo se pueden sentir desatendidos –yo miraba aquella escena maravillada. La chica era sexy pero con aquel puchero en los labios casi daban ganas de exprimirle los cachetes. –Además, hay una cama libre en la habitación de Alisha desde que Marta se fue para casarse.

La señora miró a la jovencita de reojo y luego miro en mi dirección. Se zafó del agarre con fuerza pero evidentemente fingía el desagrado más de lo que lo sentía, era palpable la buena relación que tenía con la muchacha. Se dirigió hacia mi sin perder la mirada altanera.

–Tendrás que trabajar para quedarte aquí, no le regalamos el pan a nadie. Ya que Marissa rogó por ti será ella la que te ayudará a acoplarte y más te vale hacerlo rápido, trabajamos todos los días sin descanso y no necesitamos a nadie entorpeciendo –la mujer tenía la voz afectada, de seguro por los años de vicio al tabaco pero aún así era firme. –¿Cómo te llamas, chiquilla?

–Soy Si-Sara, señora –contesté.

–Mmmmh, no me gustan los tartamudeos, espero no volver a escucharlos –dijo con contundencia. –Ahora ve y ayuda a cargar el licor y luego Marissa puede llevarte a tu habitación. Esta misma noche empiezas a trabajar, no puedo permitirme clientes descontentos.

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