Capítulo 23

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Mis ojos se aguaron por el miedo y la presión de su enorme mano. Sus dedos casi abrazaban por completo mi cuello. El era grande, mucho más en comparación con mi figura delgada.

–Y-yo... –mi voz falló presa de los nervios y apreté mis labios una vez antes de volver a hablar. –Generalmente las compramos en la tienda de la aldea, mi capitán. Pero estas las hice yo.

Esperé alguna reacción pero simplemente continuó mirándome desde arriba impasible, su aliento golpeaba mi cara, era cálido y era un recordatorio de que con un movimiento moriría en ese instante.

–¿Quieres que me crea que no sabías que estabas drogando a los hombres con tus velas? –cuestionó y reprimí un sollozo cuando acercó más su rostro haciendo mi cabeza hacia atrás bruscamente.

–D-de verdad no se qué está mal con ellas, recogí algunas hierbas del bosque y flores de nuestro jardín para aromatizarlas –sollocé débilmente. Me comenzaba a faltar el aire.

El miedo que mostraba era completamente real. Estaba parada en la punta de mis pies mientras él me apretaba el cuello. Me miró por unos minutos, tal vez fueron segundos pero en mi estado de ansiedad aquella espera me pareció eterna.

–Deshazte de esas malditas velas cuanto antes y como me entere de que alguno de mis hombres salió drogado de aquí, tú, tus amiguitas y tu señora adornarán con sus cuerpos los cimientos incinerados de este lugar –murmuró peligrosamente cerca. –¿Queda claro, Sara?

–Si, mi capitán –susurré.

–Baila.

Me soltó con un gesto brusco y luche por estabilizar mi respiración acariciando mi cuello para deshacerme de la sensación de su tacto.

–Capitán, por favor. No le diga de esto a mí señora –supliqué en voz baja. Me miró arqueando una ceja desde su lugar en el camastro. –No está al tanto de mi... experimentación, con las velas y no le complacerá conocer de un desliz así.

Se limitó a asentir y tomé eso como mi señal para comenzar a bailar. Tragando en seco sin permitirme relajarme retomé el contorneo de caderas creando mi propia música con el tintineo de los accesorios.

–Acércate –ordenó con voz ronca.

Caminé sin dejar de contonearme hasta su altura y me detuve a su lado. En un movimiento rápido y hábil tomó mi pierna más cercana a si y me hizo pasarla por encima de su cuerpo ayudándose de la otra para sentarme encima de sus caderas.

Agitada por la repentina cercanía me sostuve de sus hombros para recuperar el equilibrio y lo miré con la respiración acelerada.

¿Se iba a aprovechar de mi?

–No brindo servicios abiertamente sexuales, mi capitán –aclaré sintiendo mis palmas humedecerse. Las aparté rápidamente de su piel cálida.

–No te he pedido que lo hagas –respondió con voz monótona volviendo a enroscar su mano en mi cuello y ejerció presión –. Baila.

Tenía mi cabeza sostenida mirando hacia arriba y debió ser la posición la que no me permitió registrar del todo la orden hasta que posó su otra mano en mi cintura e hizo presión hacia abajo.

–¿No he sido claro? –cuestionó en un gruñido. –Al parecer las drogas que pones en las velas te están haciendo daño.

–Señor, no...

–Baila, Sara.

Y eso hice, baile encima de él durante minutos, sintiendo sus ojos sobre mi, sus manos sobre mi. Esporádicamente la mano que me sujetaba el cuello se deslizó entre mis senos y acarició la piel de mi vientre antes de alcanzar el otro lateral de mi cintura. Ambas casi lograban rodear mi cintura. El movimiento me permitió despegar mi vista del techo y finalmente volver a posar mis ojos en los suyos que parecían dos llamas gemelas, siempre ardiendo, siempre desprendiendo calor y mi cuerpo parecía totalmente dispuesto a quemarse.

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