Capítulo 27

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–Bienvenida de vuelta a Mystir –fueron las primeras palabras que pronunció el monarca.

Su voz tan pausada como habría sido en cualquier discurso. El Rey manejaba un tono moderado y correcto. Sentado elegantemente sobre el trono de coral, mirándome desde su posición superior en toda la extensión de la palabra.

Me sentía insignificante, confundida y fascinada a la vez. Estaba ante mi rey, cara a cara por primera vez en la vida y lo hacía en calidad de...

¿De qué? ¿Prisionera?

¿Qué era exactamente lo que hacía en aquel lugar?

–¿Cuál es su nombre, señorita? –preguntó.

No sonaba agresivo, sino genuinamente interesado en saber la información, aunque no podía proporcionar cuán relevante sería para el rey conocer mi nombre.

Me aclaré la garganta antes de responder y aún así la voz salió rasposa.

–Me llamo Siara Farrah, Su Majestad –respondí con un asentimiento respetuoso.

El Rey no tuvo oportunidad de responder antes de tocaran firmemente la puerta a mis espaldas y un guardia se apresurase a exclamar.

–El Príncipe Caín Tsunam solicita ingresar a la sala.

Levanté la cabeza con la mención de Caín y capté el asentimiento del Rey hacia quién estuviese a mis espaldas, segundos más tardes las puertas se abrieron pesadamente dándole entrada al sonido hueco de los apresurados pasos del príncipe.

–¡Padre! –exclamó no bien entrar.

Caín caminó hasta situarse frente a mi de espaldas, dándole la cara a su padre. Lo estudié desde mi lugar, vestido en traje de tradicional , camisa amarillo pastel de mangas abullonadas debajo de una túnica sin mangas  pantalones de cuero y botas altas. Elegante pero práctico, el cabello seguía teniendo el mismo largo, de un intenso color índigo como el de su padre y postura recta, aunque su espalda se agitaba con el movimiento de su respiración acelerada.

–Hijo, pensaba llamarte en un momento. ¿Es esta la muchacha que enviaste para recopilar información?–preguntó El Rey Kallan haciendo un gesto en mi dirección.

Apenas era capaz de verlo desde mi posición detrás de Caín, quién me miró por encima del hombro y apretó la mandíbula al fijarse en las ataduras.

–Así es –afirmó. –¿Son necesarias las ataduras? Es una de los nuestros, no un prisionero de guerra.

Mi corazón se aceleró ante la defensa. La verdad es que seguía confiando en Caín y no estaba segura de qué estaba pasando pero me alegraba de verlo y saber que aún estaba de mi lado. Tal vez él no sabía de las decisiones que había estado tomando el rey.

–Supongo que Turkin se excedió un poco cuando le pedí que la presentase ante mi a toda costa –dijo extendiendo el brazo en mi dirección y las ataduras se rompieron para flotar rápidamente hacia las paredes.

Lo que antes había creído eran relieves en los muros en realidad eran líneas de agua corriente que recorrían como grietas las paredes.

Caín me ayudó a levantarme de la silla cuando me tambaleé sobre mis piernas entumecidas. Moví los hombros y el cuello e hice una reverencia al rey cuando me coloqué junto a su hijo.

–Majestad, si usted hubiese solicitado mi presencia habría realizado el viaje yo misma sin necesidad de esta desafortunada forma de traslado –me paré derecha ante el escrutinio del monarca.

–Bueno es saberlo, señorita Siara –aceptó. –Por otro lado, el soldado Turkin afirmó que usted no estaría dispuesta a proveer de otras informaciones a menos que el príncipe Caín fuese en su encuentro. ¿Es eso así?

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