Dos son mejor que uno

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El día avanza rápido, envuelto en un silencio absoluto que se extiende por la fortaleza mientras el consejo se reúne con afán, trazando estrategias y despachando cuervos mensajeros hacia todos los rincones del reino en busca de ayuda. A la hora de la comida, la mesa está ocupada únicamente por Viserys, Joffrey, Baela, Rhaena y yo. El resto de los habitantes del castillo están inmersos en una reunión, entregados por completo a los asuntos que preocupan a nuestro bando.

Rhaena no puede contener las lágrimas incluso durante la cena, con la cabeza gacha, sigue lamentándose por Luke. Me obligo a tragar la comida, luchando por contener mis emociones.

Mi madre necesita un respiro, algo que le entregue la seguridad de que todo está bajo control, que tenemos esperanzas de salir victoriosos. Los verdes esperan que respondamos con dragones y llamas pero debemos ser más inteligentes.

Cualquiera que conociera mi plan diría que carezco de cordura pero creo saber lo que hago. Una vez que mi padre comience a infiltrarse en la Fortaleza Roja, provocando caos, aumentará aún más la seguridad alrededor de Aegon, por lo que debo actuar rápido si quiero lograr mi cometido.

Termino de comer y corro a mi habitación, poniéndole seguro a la puerta atrás de mí. Abro mi armario y saco una ropa raída que oculto dentro de una caja de zapatos de baile. Un pantalón con agujeros y sucio, junto a una camisa color gris que Lucerys una vez desechó. Mis vista se nubla por las lágrimas cuando me despojo de mis ropas y me visto con esas prendas que pertenecieron a mi difunto hermano.

Haría cualquier cosa por mi familia y por lo que considero correcto, incluso sacrificarme a mí misma. Amo a mi familia más que a nada en el mundo.

Me ato el cabello retirándolo de mi rostro y me ajusto una peluca corta de color marrón que siempre utilizo para ocultar mi identidad, con ella casi parezco un chico. Termino por calzar mis botas negras, tomo mi cuchilla de acero valyrio y la aseguro en un bolsillo que llevo en la cadera, colgando del cinturón, bajo mi ropa. En un bolso de cuero meto mi capucha negra y un poco de dinero. Me marcho cuando sé que está lo suficientemente oscuro para que no me vean salir hacia la caverna subterránea que protege a los dragones. 

Me monto a Amethysta y por nuestra conexión no tengo necesidad de decirle que sea silenciosa y hacia donde quiero que me lleve. La acaricio con cariño y la dragona de escamas violeta emprende el vuelo sin más. Aterrizamos en un lugar boscoso de los alrededores de Desembarco del Rey, despoblado y solitario.

Me bajo de su lomo y respiro el aire fresco de la noche, que nos recibe como cada vez que nos escapamos. Me aproximo a ella y toco su cabeza imponente y elegante, con cuernos esculpidos como filigrana que le dan aspecto majestuoso. Sus ojos astutos me observan y le sonrío.

—Me iré un par de horas y volveré por ti. Te daré todas las cabras que quieras si te comportas —me gustaba pensar que de alguna manera me entendía. Dejó salir un gruñido bajo en mi dirección.

Salí lentamente del espeso bosque, donde los árboles se abrían dando paso a la bulliciosa civilización. Mis pasos resonaban en el suelo duro y polvoriento mientras me adentraba en la ciudad, en una marea humana que me absorbía sin esfuerzo. A mi alrededor, pordioseros con harapos extendían sus manos suplicantes, ofreciendo trucos de magia baratos dispuestos sobre telas raídas. Evitaba sus miradas desesperadas, sintiendo la presión de la pobreza palpable en el aire.

Las calles estaban impregnadas de un hedor inconfundible: una mezcla de orines rancios y sudor agrio que envolvía mis sentidos y me hacía desear cubrirme la nariz. A medida que avanzaba, me cruzaba con vendedores ambulantes gritando sus mercancías, niños correteando entre las piernas de los transeúntes y el estruendo constante de carros tirados por caballos que competían por espacio en las estrechas calles empedradas.

Golden Alliances (Aegon II Targaryen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora