Leche de Amapola

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Uno de los beneficios de ser la favorita del rey era el privilegio de entrar en sus aposentos en cualquier momento, incluso sin previo aviso. Esta mañana, me deslicé en la habitación con máxima cautela para no perturbar su descanso. Me acomodé a su lado en la cama, mientras él dormía plácidamente. Su respiración era tranquila y regular, y su pecho, descubierto por la sábana blanca que se enredaba a su alrededor, ascendía y descendía con cada inhalación. Me pregunté si estaría completamente desnudo, como la primera vez que le llevé el desayuno. Una voz interna en mi mente me reprendió con ironía.

Sacudí la cabeza para evitar quedarme mirándolo durante horas, aunque la tentación era grande. Había invadido la privacidad de muchos en poco tiempo.

Acaricié uno de sus brazos, disfrutando de la suavidad de su piel y de las líneas de sus músculos. De repente, sus ojos se abrieron, y esbozó una sonrisa somnolienta al verme a centímetros de él.

—Es mejor que no me toques si no quieres que mi cuerpo reaccione —dijo con voz adormilada, y sentí que mis mejillas se ruborizaban.

—Te traje algo para comer —le dije, tratando de desviar la atención de mi sonrojo.

—Gracias —respondió, tomando el jugo de naranja que le ofrecí. Se incorporó un poco en la cama para beber, y la sábana se deslizó hacia abajo. Rápidamente, la ajusté para que no continuara bajando.

—No es nada que no hayas visto antes —dijo dedicándome una sonrisa que me dejó sin respiración.

—No eres muy pudoroso, eso lo sé —dije, tratando de mantener los ojos en su rostro y no en su cuerpo.

—Me gusta andar libre de ropa. Si todos anduviéramos desnudos, el mundo sería un lugar mejor.

—Estás loco. Hay gente a la que definitivamente no quiero ver desnuda.

—¿Y a mí? ¿No me quieres ver desnudo?

—Nunca dije eso —respondí, divertida mordiéndome el labio inferior.

—No empieces algo que no puedas terminar —dijo él, con una mirada sugerente.

—Creo que sabes que puedo terminar lo que empiezo —repliqué y le robé un beso.

—Pero hay algo más serio de lo que quiero hablar —dije, levantándome para no distraerme con la idea de una posible sesión de besos, o de algo más.

—Estuve preocupada anoche. No pude dejar de pensar en cómo tu hermano te habló ayer y en lo que dijo —comenté.

—No es nada nuevo que sea así. Está amargado —respondió Aegon, poniéndose un pantalón mientras se levantaba de la cama—. En cuanto a lo que dijo, Otto pensó lo mismo que tú; sería bueno mantener a Corlys en otro lugar.

—¿Cuánto tiempo le dio Aemond a Rhaenyra para responder a sus exigencias?

—Le dio hasta mañana por la tarde —dijo mientras comenzaba a caminar de un lado a otro—. Enviamos una carta a Rocadragón para que sepan que no lo mataremos.

—Corlys es querido por muchos. La mayoría de sus empleados son personas de la calle a las que les dio una oportunidad para salir adelante —dije, reflexionando—. Sirve más vivo que muerto.

Aegon asintió con un aire contemplativo.

—Es un hombre poderoso y adinerado, y en tiempos de guerra, los tesoros y recursos son limitados. Otto exigirá que entreguen al menos la mitad de su patrimonio. Nos está resultando difícil pagar a los herreros y artilleros como corresponde —dijo, bebiendo un sorbo más de su vaso—. Aemond ha solicitado que Rhaenyra renuncie al trono, o matará a Corlys y al resto de los marineros de Marcaderiva. Sin embargo, pensamos que si el intercambio se basa en algo menos importante para ella, es más probable que lo acepten.

Golden Alliances (Aegon II Targaryen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora