Fuego vivo

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Algo peor que limpiar toda la cocina por mí misma fue adentrarme en el oscuro, frío y polvoriento lugar donde guardaban las provisiones. Era una enorme bodega de madera sin ventanas, iluminada solo por las velas que sostenía en mi mano. El suelo de tierra compacta crujía bajo mis pies, y el olor a humedad y madera vieja se mezclaba con el polvo suspendido en el aire.

Las telarañas gruesas y pegajosas cubrían algunos rincones oscuros, y por un momento pensé en huir, gritando y llorando como una cobarde. Estaba completamente sola y sabía que debía ser valiente para sobrevivir a esta tarea.

Con paso decidido, comencé a limpiar con una escoba, retirando las telarañas una a una, viendo cómo se desprendían y se enredaban en el cepillo.
Luego saqué la mercancía de los estantes, cajas y barriles para quitar el polvo acumulado y la tierra que se había acumulado con el tiempo.

Regresaba a la cocina de vez en cuando para tomar un bocado rápido y beber agua, refrescándome antes de regresar al cuarto para seguir limpiando y ordenando. El polvo me hacía estornudar más de lo que había estornudado en toda mi vida, y la sensación de picazón en la nariz era constante.

Después de una ardua jornada, al caer la noche había terminado mi tarea y todo brillaba con una nueva luz. Marianne, inspeccionó con aprobación el trabajo realizado y me permitió retirarme a descansar.

Al amanecer del día siguiente, preparé el tocino y las salchichas, mientras otras criadas se ocupaban del pan y los pasteles. Bea, se acercó con un gesto amistoso:

—¿Muy cansada? —preguntó.

—Sí, un poco pero estoy bien —dije, haciendo una mueca.

—Hablé con Marianne porque me pareció injusto lo de ayer —continuó, con una expresión comprensiva.

—Gracias —sonreí débilmente.

—La convencí de que te dejara servir en la cena, ya sabes que las que sirven se llevan el menor trabajo y te mereces un descanso, al menos un día —me sorprendió que lograra convencerla, ya que parecía una mujer terca y obstinada.

—¿En serio? —dije sin poder ocultar mi sorpresa y gratitud.

—Sí —sonrió amable.

—Gracias Bea, no sé como agradecértelo —respondí con sinceridad.

—Solo intenta no meterte en problemas —dijo Bea con una risa suave.

Mi ánimo mejoró considerablemente después de oír eso. No todo estaba perdido, y ahora tenía una pequeña pausa para recuperar fuerzas. El tiempo pasó rápidamente y pronto llegó el momento de servir la cena.

El menú incluía pato a la naranja, espárragos y otros platos delicadamente preparados. Marianne nos reunió a todas en el centro de la cocina y asignó los roles para la cena. Me nombró a mí, a Ivy, Juliette y a otra chica con la que no había tenido la oportunidad de hablar, para servir la mesa.

Ivy se quedó en silencio pero mostró su desagrado en la cara. Bueno, a mí tampoco me hacía mucha gracia estar con ella ahora que sabía que me odiaba.

Otro grupo fue el encargado de llevar las cosas a la mesa y nosotras nos encargamos de vernos pulcras y presentables para interactuar con la familia real. Debíamos permanecer junto a la pared, como si no existiéramos, hasta que alguien pidiera la ayuda del servicio.

Pasos resonaron en el pasillo; Aemond entró primero, con paso decidido, ocupando un lugar cerca de la cabecera de la mesa. Detrás de él llegaron Alicent y Otto, mientras que Helaena venía rezagada. Todos tomaron sus asientos y comenzaron a conversar en voz baja.

Golden Alliances (Aegon II Targaryen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora