La gallina y el huevo

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Me despierto escuchando gritos desolados que me hacen saltar de la cama y correr fuera de mi habitación. Rhaena y Baela en las habitaciones contiguas salen disparadas hacia la planta baja y no dudo en seguirlas, teniendo cuidado de no caerme por las empinadas escaleras.

El corazón me martillea con fuerza y se me seca la boca por el miedo.

Veo a mi madre de rodillas, con Daemon acariciando su espalda mientras ésta continúa llorando con un desconsuelo que me paraliza.

—Madre... —me arrodillo frente a ella, tomando sus manos— ¿Qué ha pasado? —digo con temor a oír su respuesta, porque sé que su dolor es distinto al de anoche y por tanto la razón de su angustia debe ser otra.

Hipa entre sollozos y me mira con los ojos enrojecidos, balbuceando algo que no entiendo.

—Lucerys —cierra con fuerza los ojos mientras las lágrimas siguen fluyendo. La tensión es tanta que me duele el pecho. Baela y Rhaena no consiguen hablar, con tanto miedo como yo.

—¿Dónde está? —me atrevo a preguntar, con un hilo de voz. Sé la respuesta antes de que me la diga pero espero equivocarme.

—¡Está muerto! —grita exaltada, soltando mis manos y levantándose para caminar hacia la ventana que tiene vista al océano. Su cuerpo se sacude por el llanto. Daemon nos mira con lástima pero sigo sin creer lo que acabo de escuchar pese a que veo su propio pesar.

Con la boca entreabierta por la impresión, siento las lágrimas rodar por mis mejillas. El llanto de Rhaena hace que mi corazón se encoja aún más. Me levanto del suelo y pellizco mi antebrazo con fuerza para asegurarme de estar despierta, pero todo sigue igual después de que lo hago.

—Aemond Targaryen, el hermano del usurpador, lo ha asesinado cuando Lucerys volvía de Bastión de Tormentas —informa Daemon, cabizbajo.

Mi padre abraza a mis hermanas y estas lloran en su pecho. Rhaena y Lucerys estaban comprometidos, ella necesita más consuelo que yo en estos momentos.

Hemos recibido golpe tras golpe en menos de veinticuatro horas y el dolor parece ser demasiado para mí.

—¿Qué demonios hacía Lucerys en Bastión de Tormentas? —digo entre dientes con la voz quebrada.

—Fue por su propia cuenta, sin consultarnos. No esperaba encontrarse con el tuerto y su viejo dragón al acecho —me contesta.

La nueva reina, mi madre, camina hasta mí y me envuelve entre sus brazos. Lloramos hasta quedarnos sin lágrimas y luego sostiene mi rostro en sus manos para besar mi frente con afecto. Veo algo parecido a la resolución en sus ojos.

—Mi hermosa niña, quiero que tú y tus hermanas dejen Rocadragón y vayan directo a Pentos —nos mira a las tres— Allá estarán seguras. El príncipe Reggio Haratis estará encantado de tenerlas como invitadas.

—No hablarás en serio —digo, sin poder creerlo, apartándome como si me hubiera abofeteado.

—Majestad, no nos podemos ir —ruega Baela— No ahora. Padre... —dice mirando a Daemon para que interceda. Él se queda en silencio por un momento pero su respuesta no le da esperanzas.

—Quizá sea lo mejor —resuelve.

—No pueden obligarme. Me quedaré —digo con decisión.

—Te lo ordeno como tu reina. Está decidido.

—¿Me mandas lejos porque soy mujer? —siento la rabia bullir en mi sangre— ¿Por qué a mis hermanos no los mandas lejos también?

—Los hombres del consejo y de las casas que nos juran lealtad no acostumbran a tratar con mujeres en la política y en asuntos de gobierno. A mí me aceptan como su soberana únicamente por el juramento que hicieron ante Viserys —intenta acercarse nuevamente pero retrocedo— Eres muy joven aún, Visenya, estás floreciendo como mujer y quiero que tengas la oportunidad de vivir tu vida, que te cases, tengas hijos... —me explica con desespero.

Golden Alliances (Aegon II Targaryen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora