El que ríe último

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El cadáver del joven príncipe llegó a la capital a eso de las nueve de la mañana. No había podido pegar ojo el resto de la noche y ahora que debía prepararme para otro día de trabajo, el agotamiento me pasaba factura. Temblaba como una hoja por la tensión contenida en cada uno de mis músculos.

Las guerras eran crueles y sangrientas, y no estaba acostumbrada a tener las manos manchadas de sangre. El asesino no es solo quien empuña el arma, sino también quien traza el plan, y yo había condenado a Daeron y a sus hombres a una muerte segura. Aunque no había recibido entrenamiento militar como mis hermanos, mi tenacidad y fortaleza mental me habían llevado hasta este punto.

Su cuerpo había quedado carbonizado y la mayoría de los soldados reducidos a cenizas. Su dragón tampoco había sobrevivido a la masacre, siendo desgarrado por las filosas uñas de Caraxes. El resto de sus pertenencias serían incineradas siguiendo la tradición Targaryen de Antigua Valyria.

Aparentemente, Daemon había sido enviado a resguardar Harrenhal, y cuando Daeron llegó montado en su dragón, se encontró en una situación desventajosa frente a mi padre y su veterano dragón, que había luchado en la Cuarta Guerra Dorniense y contra la Triarquía en los Peldaños de Piedra. Caraxes era un adversario formidable y temible contra cualquier otro dragón .

Me esforzaba por mantenerme firme, repitiéndome que lo que estaba haciendo era lo correcto y que este sufrimiento era necesario. La necesidad de obtener el respeto de mis padres me impulsaba a seguir adelante, a pesar de la angustia que me corroía.

Preparé el almuerzo con las demás criadas, intentando integrarme en sus conversaciones triviales para despejar mi mente. Sin embargo, apenas logré comer un bocado; la ansiedad me llenaba de náuseas, y la comida se me atragantaba.

No había visto a Aegon en todo el día y supuse que estaba demasiado afectado como para querer verme. La familia real estaba de luto, recluida lejos de la vista de los plebeyos y ajena al bullicio cotidiano de la fortaleza.

Mi rostro había perdido todo color, y Bea, preocupada por mi estado, me preguntó varias veces si necesitaba descansar. Prefería mantenerme ocupada con cualquier tarea que me permitiera escapar de mis pensamientos que no hacían más que atormentarme.

Para la cena, se esperaba la llegada de los señores aliados de Aegon, que se reunirían principalmente para discutir la guerra. El banquete fúnebre en memoria de Daeron estaba en marcha, con preparativos que incluían la disposición de rosas negras de seda a lo largo de los corredores y el reemplazo de los estandartes rojos de nuestra casa por unos de fondo negro. Todas las decoraciones que no se ajustaban al luto habían sido meticulosamente retiradas.

Me tomé un momento para comer una manzana, intentando calmar el rugido de mi estómago, que pedía algo de alimento.  Bea se sentó a mi lado y me habló del lugar donde había crecido, y no tuve que preocuparme de llenar los silencios porque ella podía ser muy locuaz. Su voz era suave y gentil y me sentí mucho mejor oyendo sus historias.

— La lucha no será fácil pero debes ser fuerte —me susurró con un tono dulce.

Me limité a asentir. 

— Debería estar feliz por esto —comenté, refiriéndome a los últimos acontecimientos.

— Las guerras tienen víctimas colaterales —dijo pensativa— Personas de ambos bandos que mueren sin merecerlo.

— Si consigo que mi madre triunfe, capturando la capital, todas estas muertes habrán valido la pena. Esto ha escalado hasta un punto de no retorno —dije, secándome la lágrima que había resbalado por mi mejilla— O mueren ellos, o morimos nosotros.

— Descubrí algo que te podría interesar —dijo con un tono astuto que captó mi atención.

— ¿Qué es? —pregunté con curiosidad.

Golden Alliances (Aegon II Targaryen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora