La despedida

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Llegué pasada la media noche a Rocadragón. Traía en mi bolso la sortija encantada, que se trataba de un sencillo anillo de plata con un pequeño león en la parte interior del mismo. Había probado su eficacia junto a la bruja, y al mirarme en el espejo que me ofreció, apenas me reconocí.

Era la misma chica de antes, pero mis cabellos, antes platinados casi blancos, ahora eran de un negro azabache y mis ojos violeta cambiaron a un verde esmeralda. Agradecí a Lilibeth por sus servicios, pagándole generosamente y asegurándome también de cubrir mi rescate.

Desperté cuando recién estaba amaneciendo. Estiré mis brazos y disfruté de la comodidad de mi cama por unos minutos, no sabía cuando volvería a vivir entre todos estos lujos otra vez. Lo más doloroso sería tener que dejar a mi familia, sin la certeza de si los volvería a ver.

Bertha me trajo el desayuno y comí antes de preparar mi valija. Incluso mi atuendo más modesto parecía demasiado opulento para una simple criada. Guardé cuidadosamente algunos vestidos para mantener las apariencias y aseguré ropa cómoda para el viaje que me aguardaba. Después de asearme me vestí con un sencillo vestido negro.

Una vez estuve lista, fui en busca de mi madre, decidida a arreglar las cosas con ella antes de marcharme. La encontré en la cámara real, absorta en sus nuevas tareas.

—¿Puedo entrar? —murmuré.

—Por supuesto —levantó la vista de lo que estaba leyendo, dejando a un lado los pergaminos. Sus ojos lucían cansados y mostraban tristeza. Entré, sentándome frente a ella.

—No quiero que sigamos enemistadas ahora que me voy —confesé.

—Yo tampoco quiero eso —suspiró, cansada— Solo espero que algún día puedas entenderme.

—Te entiendo, madre —bajé la mirada.

La entendía pero no estaba de acuerdo con su decisión. No tenía sentido seguir discutiendo por eso, así que cambié de tema.

—Iré a despedirme de todos. Quiero disfrutar las últimas horas que me quedan en casa —caminé hacia la puerta. Me miró con algo parecido a la culpa.

—Es una buena idea —asintió con lágrimas en los ojos— Volveremos a estar juntos cuando todo esto termine —susurró. Temía por la vida de todos, incluyendo la mía. Tragué para aliviar el nudo que se formaba en mi garganta.

—Sí —la sonrisa no me llegó a los ojos— No olvides que estaré pensando en ti a la distancia. Deseo más que nada que recuperes tu trono.

—Te quiero, hija —se levantó de su silla y fue hasta mí para levantar mi barbilla y unir nuestras miradas— No pienses ni por un segundo que no lo hago —me recordó.

—Te quiero también —dije con sinceridad. No podía perder a nadie más en mi familia, no lo permitiría. Aseguraría el trono de mi madre y le entregaría a los traidores para que fueran castigados.

Me preocupé de abrazar a todos mis hermanos, y Baela y Rhaena hicieron lo mismo. Todos seguíamos vistiendo de negro en luto por Luke.

Esto se sentía como una despedida definitiva y no quería largarme a llorar otra vez, al menos no frente a todos.

No habían recuperado el cuerpo de Lucerys o el de su dragón, por lo que el dolor seguía latente en nuestra familia por no haber podido realizar el rito funerario propio de los Targaryen antes de darle su adiós.

—¿Vamos a volar? —preguntó Jacaerys, peinando hacia atrás su cabello rebelde.

—Sí. Demos un último paseo en memoria de Lucerys —dije, mirando el mar.

Golden Alliances (Aegon II Targaryen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora