18 de febrero de 2022

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18 de febrero de 2022

4:16am  

▶︎ •၊၊||၊|။||||။ ၊|• Hurts like hell - Fleurie

El miedo y la culpa son dos emociones que, aunque diferentes, a menudo se entrelazan en nuestras vidas de manera más dolorosa. El miedo, en su esencia, es una respuesta instintiva del ser humano a un peligro. Es esa sensación aguda que nos hace estar alerta, que nos impulsa a protegernos de posibles amenazas. Sin embargo, el miedo también puede ser una fuerza paralizante, una sombra constante que nubla nuestra percepción y nos impide avanzar.

El miedo es una emoción que ha vivido en mi interior durante tanto tiempo que casi siento que se ha fusionado con mi ser. Desde muy joven, tuve que aprender a las malas que el miedo puede ser un protector y un tirano al mismo tiempo. Protege al mantenerme alerta y consciente de los peligros, pero también me encierra, limitando mi capacidad para vivir plenamente.

Desde mi perspectiva, el miedo es más que una simple reacción a un peligro inmediato. Es una sombra persistente que se cierne sobre mí, una fuerza invisible que influye en cada decisión que tomo. Es el temor a lo desconocido, a fallar, a ser juzgado y más aún, a perder a las personas que amo. Es un sentimiento que se manifiesta en momentos de incertidumbre, cuando me enfrento a situaciones que están fuera de mi control. El miedo me dice que me quede donde estoy, que no tome riesgos, porque el dolor de una posible caída es demasiado grande para soportarlo.

Esta noche, sentí el miedo de una manera que me dejó sin aliento. No fue solo una sensación pasajera o una inquietud momentánea. Fue una presencia palpable, como si una sombra de miedo y culpa se hubiera cernido sobre mí por todo lo que pasó. Sentí que cada rincón del parque estaba lleno de recuerdos dolorosos y decisiones que desearía poder cambiar. La oscuridad no solo estaba alrededor de mí; estaba dentro de mí, llenando cada pensamiento y cada respiración. La noche empezó envolverme con un manto de pesadillas, una oscuridad que no podía sacudir sin importar cuánto intentara.

La culpa es la compañera inseparable del miedo, una carga que llevo conmigo constantemente. Es un recordatorio persistente de las veces que he fallado, de las promesas rotas y las oportunidades perdidas. Para mí, la culpa es una especie de castigo autoimpuesto. Es la voz interna que me recuerda que he fallado a las personas que amo, que he tomado decisiones equivocadas que han causado dolor.

Es la carga emocional que llevo por no haber sido lo suficientemente fuerte, lo suficientemente atento, lo suficientemente presente. La culpa me dice que no merezco ser feliz, que debo pagar por mis errores de alguna manera.

Sé lo profundamente enraizados que están esas dos emociones en mi vida. La culpa se alimenta de las acciones pasadas, es como una niebla densa que nubla mi visión, impidiéndome ver más allá. Me he dado cuenta de que la culpa no solo me paraliza, sino que también me priva de las oportunidades de crecimiento y felicidad. Es una fuerza restrictiva que constantemente me recuerda mis limitaciones y fragilidades.

Por otro lado, la culpa es como una cicatriz que nunca desaparece por completo. Incluso cuando el dolor inicial se desvanece, queda una marca permanente, un recordatorio constante de lo que ha pasado. La culpa se alimenta de mis errores y fallos, recordándome que he decepcionado a los que me importan y que no he cumplido con mis propias expectativas. Es un peso que llevo conmigo a todas partes, una carga que me recuerda que soy un idiota y que mis acciones tienen consecuencias.

Hoy, me alcanzó de una manera que no esperaba, pero sé que me lo merezco. Recordé los momentos en los que debería haber estado allí para él. Es un peso que desde aquel preciso momento no ha desaparecido, ni lo hará, que con una voz en mi mente siempre me recuerda que no merezco estar aquí. La culpa es una carga constante, un recordatorio de las promesas no cumplidas y de los momentos en los que no estuve presente para él. Es una sombra que nunca se desvanece, que siempre está ahí, acechando en el borde de mi conciencia.

El parque, que siempre había sido nuestro lugar de paz y refugio, se convirtió en un escenario de confrontación. Cada paso que daba resonaba con una sensación de pesar, cada sombra parecía alargar sus dedos para tocar las heridas que nunca han sanado. Los recuerdos se arremolinaban a mi alrededor, recordándome las decisiones que tomé y las que no tuve el valor de tomar. La culpa me abrazó con una fuerza que me dejó paralizado, incapaz de moverme o de encontrar consuelo.

Me siento atrapado en una maraña de emociones que no puedo desenredar. El miedo me mantiene cautivo, haciéndome dudar de cada paso que doy, mientras que la culpa me arrastra hacia el pasado, obligándome a revivir cada error una y otra vez. A veces, parece que no hay escape, que estoy condenado a repetir los mismos patrones de autocrítica y remordimiento. La combinación de miedo y culpa es una prisión emocional, una en la que me encuentro atrapado sin ver una salida clara.

Me pregunto cómo sería vivir sin este miedo constante, sin la culpa que me carcome. Imagino un mundo donde puedo ser libre, donde mis errores del pasado no definan mi presente ni mi futuro. Pero sinceramente es un sueño casi inalcanzable.

Sigo atrapado en un laberinto de emociones que parece no tener fin. El miedo y la culpa continúan entrelazándose, creando un nudo apretado en mi pecho que me dificulta respirar con tranquilidad. Cada vez que cierro los ojos, los recuerdos se agolpan, como fantasmas que se niegan a ser olvidados. La noche, que debería traer paz, solo trae consigo la tormenta interna que me consume.

El miedo, esa sombra siempre presente, me susurra al oído que no me atreva a esperar demasiado, que siempre hay una caída esperando por mí. Es una voz que me advierte de los peligros ocultos, de las trampas que acechan en la oscuridad de lo desconocido. A veces desearía poder ignorar esa voz, dejar de lado la precaución y lanzarme al vacío sin mirar atrás. Pero el miedo es un compañero constante, un recordatorio silencioso de que la vida no es solo alegría y risas, sino también dolor y pérdida.

Y entonces está la culpa, esa carga pesada que llevo conmigo a todas partes. Es como un ancla que arrastra mis pensamientos hacia atrás, recordándome las veces que fallé, las promesas quebradas y las oportunidades perdidas. Cada vez que miro hacia atrás, veo los errores que cometí, las decisiones que tomé que cambiaron el curso de las cosas para siempre.

Anoche, mientras caminaba por el parque, cada sombra parecía cobrar vida, cada rincón resonaba con los ecos de los errores que cometí. Sentí como si estuviera siendo observado por los fantasmas del pasado, aquellos que aún no encuentran paz. La culpa se manifestó en la forma de recuerdos dolorosos, en conversaciones que deberían haber sido y en gestos que nunca se completaron. No importa cuánto intente enterrar estos recuerdos, siempre regresan con más fuerza en momentos de vulnerabilidad.

El parque es un escenario de confrontación interna, donde cada paso es una batalla entre la nostalgia y el dolor. Cada banco, cada sendero, lleva el peso de las palabras no dichas y los momentos perdidos para siempre.

Hoy, más que nunca, siento el peso abrumador de la culpa. Me pregunto si alguna vez podré liberarme de esta carga emocional, si podré encontrar la paz y el perdón, tanto para los demás como para mí mismo. En momentos como estos, me pregunto si alguna vez podré vivir sin esta constante sensación de la culpa. Me pregunto si algún día podré perdonarme a mí mismo.

⭐Kim Taehyung⭐


MinSofy

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MinSofy

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