8| TAL VEZ HAGA REALIDAD TU DESEO

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—¡Nora, mira! —gritó entusiasmada Sam mientras arrancaba una hoja pegada con celo de la puerta de mi taquilla—

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—¡Nora, mira! —gritó entusiasmada Sam mientras arrancaba una hoja pegada con celo de la puerta de mi taquilla—. Es del baile de otoño, ya hay fecha.

—¿A ver? —pregunté, quitándole la hoja de las manos—. ¿El bosque encantado? ¿Qué clase de temática es esa?

—No sé, pero a mí me parece original —dijo Sarah apareciendo a mi lado con una sonrisa.

—Súper original —musité, dejando las cosas antes de dirigirnos hacia la cafetería—. ¿Vas a ir con Tyler?

—Por supuesto —jadeó.

—¿Pero te lo ha pedido?

—No es necesario, es mi pareja para todo —nos guiñó el ojo. Yo sonreí—. ¿Sabes con quién iréis?

—Claro que no —dijo Sam—, acaba de salir el anuncio. Pero estoy deseando que alguien me lo pida.

—¿Por qué no se lo pides tú a un chico? —preguntó Sarah.

Abrí las puertas de la cafetería y el olor a comida rancia se coló en mi nariz. Tenía que empezar a traer mi propia comida o al final moriría de hambre.

—¡No pienso hacer eso! —se quejó Sam—. Soy una chica tradicional, quiero que me lo pida un chico.

—¿Qué piensas tú, Nora? ¿Se lo pedirías a un chico?

—No sé, creo que simplemente no iré.

Ambas frenaron de golpe.

—Es nuestro último año, irás —claudicó Sam sin dejar lugar a discusión. Sarah asintió de acuerdo con mi amiga. Siempre había deseado que Aaron me lo pidiera, pero nunca lo hacía y sabía que este año no sería la excepción. No me apetecía mucho ir.

—Ya veremos —musité.

En ese momento, Tom apareció. Salvada por la campana.

—Hola, señoritas.

—Hola, Tom —dijo Sam—, ¿has visto los carteles del baile de otoño?

—Sí, están por todas partes. En mi última clase, un par de chicos entraron y empezaron a lanzar carteles como si fueran pétalos en una boda. Ha sido muy gracioso, aunque a la profesora Carter no le hizo ni pizca de gracia —se rio.

Nos reímos también.

—¿Irás? —insistió Sam.

—Supongo, no lo sé. En mi antiguo instituto no hacíamos estas fiestas, así que no sé cómo funciona.

—Pues es fácil —dijo Sam mientras nos ponían la comida en bandejas—, te acercas a una chica y se lo pides. Y el doce de octubre, la recoges en su casa, la llevas al baile y bailas.

Tom se rio a carcajadas.

—Gracias, Samantha.

—De nada —le guiñó un ojo.

Sarah y yo nos miramos desconcertadas. ¿Estaba intentando ligar con él?

Una vez teníamos toda la comida, nos sentamos juntos en nuestra mesa. Estábamos charlando sobre cosas sin importancia cuando Natalie apareció de la nada.

—Hola, chicos.

—¿Qué pasa, Nat? —saludé.

—El sábado mis padres no estarán en casa, ya sabéis, por un viaje de negocios —dijo Natalie, poniendo los ojos en blanco. Su padre era un importante auditor financiero de la ciudad más cercana, y aunque a menudo viajaba a otras ciudades para auditar grandes firmas, siempre se llevaba a su mujer con él. A veces, me sentía identificada con ella, ya que comprendíamos bien ese tipo de ausencias de nuestras familias aunque pocas veces habíamos hablado del tema—. La cuestión es que voy a celebrar una fiesta en casa, y mi hermano se encargará de las bebidas. ¿Qué decís? ¿Os apuntáis?

—¡Por supuesto! —exclamó Sam—. No me la pierdo por nada.

Nat le guiñó un ojo.

—No esperaba menos. Tom, tú también estás invitado, por supuesto.

—Gracias, Natalie.

—Espero veros a todos allí. Es a las nueve.

Asentimos y se fue para seguir invitando a otros amigos.

Al día siguiente, el bullicio del pasillo se hacía eco entre las taquillas de metal mientras los estudiantes charlaban, reían y se movían de un lado a otro. Pasé junto a las taquillas de Víctor y lo vi sacando una libreta y un bolígrafo. Lo giró en el aire con destreza, cerró la taquilla de un golpe seco y lo atrapó sin esfuerzo. Tenía estilo, eso no se podía negar.

—¡Eh, Víctor! —gritó alguien impresionado desde el fondo del pasillo—. Buena esa.

—¡Gracias! —respondió él con una sonrisa de autosuficiencia.

Puse los ojos en blanco y suspiré. Me detuve y abrí mi taquilla, que estaba cerca de la suya. Sentí su mirada antes de verlo; Víctor me observaba y se apoyaba casualmente en las taquillas cercanas.

—No pareces impresionada —dijo, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y desafío.

—Eso es porque no lo estoy —respondí, tratando de mantener la voz firme.

Él me sonrió, una sonrisa que parecía desarmar cualquier defensa.

—¿Vas a ir a la fiesta de Nat? —pregunté, intentando sonar indiferente.

—Depende, ¿tú vas a ir?

Arqueé una ceja, sorprendida por su respuesta directa.

—¿Esta es la parte en la que te digo «sí» y tú me contestas «entonces no»?

Víctor sonrió de lado.

—Tal vez.

—En ese caso, sí. Sí, voy a la fiesta.

Víctor se rio a carcajadas, el sonido resonando en el pasillo.

—Está bien, me la merecía.

Sonreí mirándolo de reojo, intentando no dejarme llevar por su encanto. Sus ojos eran impresionantes; cada vez que me miraba, sentía que podía ver más allá de mi fachada. Carraspeé, sintiendo un nudo en la garganta.

—Entonces, ¿no irás? —Mi voz sonó más ansiosa de lo que quería.

¡Nora, contrólate! Me reprendí internamente.

—No lo sé, las fiestas no son lo mío.

—Tampoco lo mío, la verdad.

Víctor me observó con una intensidad que me hizo sentir expuesta. La proximidad de su cuerpo, el leve roce de su mirada, y el toque de su sonrisa hicieron que mi piel se erizara.

—Entonces, ¿tú irás?

—Depende. ¿Por qué crees que te lo preguntaba a ti?

Quise devolverle la pregunta con desdén, pero Víctor se inclinó hacia mí, su sonrisa pícaramente cerca de mi oído:

—Porque estás deseando que vaya y quieres saber si iré, para decidir si tú también vas.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda, un cosquilleo que me hizo temblar. Resoplé, aunque mi corazón latía descontrolado.

—No te hagas ilusiones —dije con mi voz traicionada por un ligero temblor.

—Tranquila, nena. Tal vez haga realidad tu deseo —me guiñó el ojo y se alejó, dejándome con la boca abierta y un cosquilleo en el estómago.

—Será creído —mascullé para mí misma, viendo cómo se alejaba con paso seguro.

1. Mi ÚnicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora