18| ESTAS RARA

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El sábado me desperté muy pronto. Había estado dando vueltas en la cama un buen rato y no podía volver a dormirme, así que finalmente claudiqué y me levanté. Bajé a la cocina y me preparé un café con leche calentito antes de subir de nuevo a mi habitación. Cogí el libro que tenía en mi mesita de noche y me senté en mi rincón favorito de mi cuarto, un pequeño puf junto a la ventana donde me gustaba leer.

Di un sorbo al café antes de dejar la taza en el suelo y abrir el libro por donde lo había dejado, pero un ruido en el exterior me hizo saltar sobre mi propio pie. Al asomarme a la ventana vi algo que pensé que podría estar soñando. El libro se me cayó al suelo, pero no me importaba, no podía despegar mis ojos de lo que estaba viendo.

Dos lobos en la entrada se convirtieron en Clark y en Victor. Los vi riendo mientras se ponían un pantalón y entraban dentro de la casa. Refregué mis ojos varias veces, y aunque ya no estaban ahí fuera, seguía reviviendo el momento en mi cabeza. ¿Eso era posible?

Victor era igual al lobo que me salvó en el bosque. ¿Tenía visiones? ¿Estaba loca? ¿O realmente había pasado? Necesitaba respuestas, pero ¿cómo iba a conseguirlas si Victor me odiaba tanto? Sintiéndome mareada, volví a sentarme. No pude concentrarme en el libro durante esa mañana.

Mi madre estuvo encerrada en su cuarto todo el día, ni siquiera salió para comer algo. Le llevé un plato de lo que había preparado, sin embargo, no sabía si se lo había comido. Estaba fregando los cacharros cuando sonó una llamada entrante en mi móvil. Era Samantha.

—Hola, chica, hola —me dijo.

—Buenos días, Sam —respondí un poco distraída. Estuvimos unos segundos en silencio hasta que mi amiga lo rompió:

—¿Es que no vas a decir nada?

¡Oh, no! ¿Cómo sabía que escondía un secreto? Era imposible que supiera lo de Victor, ni siquiera le había contado lo que me sucedió en el bosque. Tampoco que Victor casi me besó y por eso salí corriendo, simplemente le dije que me apetecía volver a casa.

—¿Decirte qué? —tanteé.

—Tu cita —gruñó frustrada con el ceño fruncido—. ¿Qué iba a ser sino?

¡Oh! La cita con Tom, se me había olvidado completamente.

—Sí, claro, la cita.

—¿Qué te pasa? Estás rara.

—No estoy rara.

—Sí lo estás.

—No.

—¿No fue bien la cita?

—Sí, bueno, normal. Fue agradable, Tom es muy simpático. Estuvimos un rato paseando y luego fuimos a cenar —respondí, intentando sonar entusiasmada.

—¡Cuéntamelo todo! ¿Qué hicisteis? ¿Te besó? —insistió, claramente emocionada.

Le relaté la noche, desde el paseo por el pueblo hasta la hamburguesería y la conversación interminable de Tom. No mencioné mis pensamientos sobre Victor ni el hecho de que me sentí incómoda casi toda la cita.

1. Mi ÚnicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora