31| EL BOSQUE ENCANTADO

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Oí unos pasos detrás de mí mientras bajaba las escaleras y supe que Víctor estaba cerca, escuchando

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Oí unos pasos detrás de mí mientras bajaba las escaleras y supe que Víctor estaba cerca, escuchando. Abrí la puerta y vi a Tom de espaldas esperando. Se dio la vuelta y abrió los ojos como platos.

—Vaya, Nora, estás impresionante —dijo, mirándome de arriba abajo con una sonrisa pícara.

—Gracias, tú tampoco estás nada mal —dije sintiendo una punzada de culpa en el estómago.

—Gracias —respondió, mirando detrás de mí. No quería invitarlo a pasar, no solo porque Víctor estaba ahí, sino porque no quería en general.

—¿Vamos? —le pregunté.

—Es pronto, ¿no quieres esperar un poco? —preguntó, asintiendo hacia dentro de la casa. Miré hacia atrás y no sabía muy bien cómo salir de esa situación.

—Verás... mi madre no está en casa y me mataría si se enterara de que te he dejado pasar estando a solas —dije nerviosa. Era lo primero que se me ocurrió. Mi madre no se enteraría porque no sabía nada de mi vida, pero aun así sonaba creíble, ¿no? Los padres no solían gustarle que sus hijas se quedaran a solas con un chico, aunque yo había estado las últimas noches a solas con Victor.

—Entonces no permitamos que se entere —respondió con una sonrisa lobuna que no me gustó, intentando entrar en la casa.

Mierda, ¿habrá escuchado eso Victor? Pues claro, era un lobo con un oído muy fino. ¿Qué sería capaz de hacer si Tom entrara en casa? Tenía que sacarnos de esta situación.

—Por favor, Tom, solo vámonos. De verdad que no me gustaría tener problemas —dije desesperada. Tom me miró fijamente unos segundos que se hicieron eternos y finalmente asintió.

—Lo siento, no era mi intención presionarte. Solo quería estar un rato a solas contigo, ver tu habitación, el lugar donde te has criado.

—Quizás otro día, ¿vale? —dije esperanzada de que no insistiera más, aunque sin la intención de invitarlo realmente.

—Claro, vamos —dijo sonriendo y ofreciéndome el brazo.

Cerré la puerta detrás de mí y tomé su brazo. Nos dirigimos a su coche y me abrió la puerta del copiloto. Luego dio la vuelta y se sentó en su sitio.

Nos dirigimos al instituto sin hablar mucho, y en cuanto llegamos, vimos que ya había bastantes coches, así que la fiesta ya había comenzado.

En cuanto entramos al gimnasio fue como si nos hubiéramos transportado a un bosque encantado, abrí la boca sorprendida porque me esperaba una decoración cutre, sin embargo habían convertido un lugar apestoso en algo mágico.

El techo estaba cubierto de telas de gasa verde y dorada, simulando el dosel de un bosque. Mientras caminábamos al interior se podía ver entre esas telas pequeñas luces LED que parpadeabas recordando a las luciérnagas danzando en la oscuridad.

1. Mi ÚnicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora