20. bailemos

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Ruski is back, amigas mías  😎🤘 (aunque las Kivi también nos acompañan en este capítulo)

Sé que habéis extrañado a Rus, así que ahí va un capítulo especial, con mucho de las tres. No me hago responsable de vuestras reacciones cuando terminéis de leerlo 🙄

Espero vuestros comentarios. Enjoy!

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Y si volvemos a vernos

Al menos

Una vez más

No te robaré los besos que no puedes dar

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Caminaba lento, dejando que sus pies se arrastrasen un poco más de lo normal por las aceras de Granada. Sentía que se movía en automático, por inercia. Llevaba tres días abstraída por completo del mundo. Ruslana le había escrito nada más aterrizar para intentar concretar un momento para verla, pero ella no se sentía capaz. Se excusó en la visita de su familia de Inglaterra y en la necesidad de pasar tiempo con ellos para posponerlo un par días. Que, por una parte, era verdad, había disfrutado muchísimo de sus abuelos y sus primos. En cierto modo, le habían servido de distracción para todo lo que daba vueltas en su cabeza y le impedía dormir por las noches. Pero la realidad era que había estirado al máximo el momento de enfrentarse a la ucraniana por puro miedo.

En esos días, además, apenas había tenido contacto con Violeta. Chiara entendía que la periodista le estaba dando espacio para pensar. Ella no se lo había pedido, pero sabía que era lo mejor para las dos. No podía tomar una decisión objetiva y racional si se escribían a todas horas. Y mucho menos si seguían viéndose. Así que a la británica no le había quedado más remedio que volver a los viejos hábitos, aquellos habituales cuando empezaban a relacionarse: stalkearla en Instagram. A través de sus historias, sabía que la granadina había pasado mucho tiempo con Denna, que había ido al cine con Tana, que había vuelto a leer su libro favorito y que había jugado a los bolos con Álex y Lucas. Le alegraba saber que se lo estaba pasando bien y que estaba aprovechando para pasar tiempo con sus amigos, pero le fastidiaba un poco que la reportera estuviese viviendo aparentemente relajada mientras ella sentía que se asfixiaba con la culpa de lo que había pasado entre las dos. No se arrepentía, eso lo había dicho en serio, pero cuando pensaba en Ruslana sentía un pinchazo de dolor en el pecho que le cerraba el estómago y le disparaba la ansiedad.

Sabía que entre ella y la ucraniana había algo latente. Sabía que se trataban diferente al resto de sus amigas, que se gustaban. Habían estado un par de veces a punto de besarse y, cuando lo habían hecho bajo el muérdago, el beso les supo a gloria a las dos. Pese a que después la culpa por hacerlo ante los ojos de Violeta la persiguió durante días.

Ella y la culpa. La culpa y ella. Mejores amigas en el último mes.

Aun así, le costaba entender por qué tenía tantos remordimientos. Le aterrorizaba pensar en perder a la canaria, o que dejase de ser su mejor amiga. No se imaginaba su vida sin ella. Sabía que le iba a doler lo que estaba a punto de contarle y que, seguramente, necesitaría tiempo para procesarlo. Si es que lo procesaba y la perdonaba algún día. Pero, ¿por qué iba a tener que perdonarla? Ella no le debía nada a Rus, ¿no? Lo suyo era un simple juego, un plan que, por cierto, había cumplido su objetivo de maravilla. Violeta no solo se había disculpado, sino que le había confesado a la balear todo lo que siempre había deseado escuchar de sus labios. Y, sin embargo, el sentimiento era mucho más amargo que feliz.

Entró en el parque en el que había quedado con Ruslana, un sitio en las afueras donde dibujaban y componían juntas habitualmente. No tardó mucho en localizar a la bajista. Estaba sentada en la hierba, sobre una manta colorida, trazando líneas en un papel. De vez en cuando, levantaba la mirada al frente con gesto de concentración, por lo que la menorquina dedujo que estaba pintando el horizonte. Parte de sus nervios se disiparon al tiempo que una sonrisa inconsciente apareció poco a poco en su rostro.

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