El cansancio se había convertido en un aliado, una constante que le recordaba la urgencia de su misión. Semanas de insomnio, de recorrer las calles de la ciudad, de espiar los movimientos de los guardias, de descifrar el código de la puerta mecánica que ocultaba el salón de evidencias. Edgar vivía en una espiral de desesperación, impulsado por una obsesión que le robaba el sueño y la paz. Era un lobo solitario, perseguido por el espectro de la muerte de su madre, Mary Cullen.En su guarida, un modesto apartamento sobre una tienda de comestibles, había reconstruido el caso. Paredes llenas de recortes de prensa, fotos de la escena del crimen, notas garabateadas, hilos de colores que unían nombres, fechas y lugares. Una obsesión que lo había llevado a la biblioteca de la estación de policía, donde había dedicado incontables horas estudiando planos, registros y protocolos de seguridad.
La recompensa llegó de forma inesperada, como una estrella fugaz en la oscuridad. Un guardia, distraído por una llamada personal, dejó olvidado su cuaderno de trabajo sobre un escritorio. Edgar, con el corazón latiendo con fuerza, aprovechó la oportunidad. Lo revisó con cuidado, buscando algo que lo guiara, un mapa que le revelara el camino hacia la verdad. Y allí estaba, un plano de la estación, marcado con un círculo rojo alrededor del salón de evidencias. Una anotación en la esquina decía: "Acceso con tarjeta de seguridad nivel 3. Llaves disponibles en la oficina del jefe de seguridad".
Ese plano era su mapa del tesoro, su brújula en medio de un mar de dudas. En ese salón de evidencias, detrás de la puerta mecánica, estaba el bolso de Mary, y Edgar estaba convencido de que en él se escondía una pista, una huella, un rastro del asesino que le arrebató la vida a su madre.
Las opciones se agolpaban en su mente:
• Atacar por la fuerza: Una opción temeraria, casi suicida. Edgar no era un luchador, y la seguridad de la estación era impenetrable.
• Infiltrar la estación: Una opción más viable, pero exigía un plan meticuloso. Debía entrar sin levantar sospechas, hacerse pasar por un oficial y obtener la llave de acceso al salón de evidencias.
• Robar la llave: Una opción arriesgada, que solo podría funcionar con suerte. La oficina del jefe de seguridad era una fortaleza, y su llave de acceso era su tesoro más preciado.Edgar descartó la primera opción rápidamente. La fuerza no era una opción viable, no en este momento, no con la seguridad que rodeaba la estación. La infiltración requeriría tiempo, paciencia y un plan perfecto, algo que no tenía en este momento. La última opción, robar la llave, era la más peligrosa, pero también la más rápida.
Y entonces, un sonido le dio la señal: el cambio de turno. Los guardias salían, cubiertos de sudor y cansancio, mientras otros, frescos y listos para la acción, tomaban sus puestos. Era su oportunidad.
Con pasos ágiles, caminó hasta el área de lockers. Tenía un plan, un plan que había ido tomando forma en las noches sin dormir, estudiando los movimientos de los guardias, sus rutinas, sus puntos débiles. Era cuestión de tiempo, de esperar el momento oportuno.
Un oficial, recién llegado, se abría paso entre la multitud, buscando su locker. Su uniforme era nuevo, impecablemente limpio. Edgar, sin perder tiempo, se acercó a él.
"Disculpe, oficial," dijo, adoptando una postura confiada. "Soy el oficial Edgar, del departamento de investigaciones. Me han asignado a este turno, pero no encuentro mi locker."
El oficial, sorprendido, miró a Edgar de arriba abajo, pero no encontró nada extraño en su actitud.
"No hay problema, oficial," respondió. "Mi locker está al lado del tuyo. Puedes usarlo por ahora, hasta que encuentren el tuyo."
Edgar, con una sonrisa agradecida, se dirigió al locker. "Gracias, oficial," dijo, mientras se ponía el uniforme que había encontrado en la lavandería de la estación. El uniforme olía a cloro y a sudor, pero para Edgar, era el aroma a libertad.
Con el uniforme puesto, Edgar se sintió como un lobo con piel de cordero. Era un oficial más, camuflado en m
edio de la multitud. Su siguiente objetivo: obtener la llave de acceso al salón de evidencias.
El jefe de seguridad, un hombre corpulento con un rostro de piedra, se encontraba en su oficina, revisando las cámaras de vigilancia. Edgar, con el corazón latiendo en su pecho, se acercó a la oficina. Respiró profundamente, tratando de calmar sus nervios.
"Disculpe, jefe," dijo, imitando la voz autoritaria de un oficial experimentado. "He sido asignado al caso del asesinato de Mary Cullen. Me gustaría acceder al salón de evidencias para revisar el material del caso."
El jefe de seguridad, sin apartar la mirada de las pantallas, le tendió un pequeño dispositivo. "Aquí tienes la llave del salón de evidencias," dijo con voz seca. "No toques nada, y ten cuidado con el material contaminado."
Edgar tomó la llave, con la misma seguridad que un policía curtido. "Entendido, jefe," dijo. "Me pondré en contacto con el forense una vez que haya revisado el material."
Edgar salió de la oficina, con la llave de acceso en su mano. Su plan había funcionado. Ahora, solo quedaba entrar en el salón de evidencias y encontrar el bolso de su madre.
La puerta mecánica, con sus luces rojas parpadeantes, era una barrera que separaba el mundo exterior del tesoro que escondía. Edgar, con la llave en su mano, se acercó a la puerta.
"Acceso concedido," dijo una voz metálica, mientras la puerta se deslizaba hacia un lado, revelando un espacio oscuro y frío.
Edgar, con la adrenalina corriendo por sus venas, cruzó la puerta. El salón de evidencias era una jaula de acero, llena de estanterías y cajas de metal. El olor a polvo y a formol inundaba sus fosas nasales.
Las luces fluorescentes parpadeaban, creando sombras en las paredes. Edgar, con la mirada fija en las cajas, comenzó a buscar. Sabía que el bolso de Mary estaba ahí, en algún lugar de esa fría celda. Solo tenía que encontrarlo.
El tiempo se hizo elástico, la tensión era palpable. La presión de la situación lo estaba consumiendo. Necesitaba encontrar el bolso, necesitaba encontrar una pista, necesitaba desenmascarar al asesino de su madre.
Sus dedos recorrieron las etiquetas de las cajas, leyendo nombres, fechas, detalles sin importancia. La desesperación comenzó a apoderarse de él. ¿Estaba buscando en el lugar equivocado? ¿El bolso no estaba aquí?
De pronto, una etiqueta llamó su atención. "Caso del asesinato de Mary Cullen. Objetos personales. Identificados como..."
Edgar no terminó de leer la etiqueta. Sus ojos se habían clavado en la descripción del objeto: "Bolso de cuero marrón".
El corazón de Edgar se encogió. Había encontrado lo que buscaba. Su madre estaba a su alcance.
Un escalofrío lo recorrió, un escalofrío de esperanza y de miedo. Había llegado hasta aquí, había arriesgado todo, había desafiado a la ley. Pero la verdad estaba a su alcance.
El siguiente paso era el más peligroso. El siguiente paso era el que lo definiría.
Edgar respiró hondo, y con una determinación que solo la desesperación podía otorgarle, abrió la caja.
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¿Ángel o Pecador?
Mystery / ThrillerSoy Caleb Turner, un chico normal. Bueno, normal hasta donde la sociedad lo permite. Estudio, me gusta leer, escribir, pasar tiempo con mi hermano... No soy de los que se meten en problemas, de hecho, me considero un chico bastante agradable. Aunque...