## Capítulo 7: La Sombra del Asesinato
La lluvia seguía cayendo, como si el cielo se desgarrara en un llanto infinito. Llegué a casa con las manos temblorosas y la cabeza llena de un zumbido ensordecedor. La culpa, la ansiedad, la adrenalina... todo se mezclaba en un cóctel nauseabundo que me inundaba el cuerpo.
Un ataque de nervios me recorrió por completo. Las paredes de la casa parecían cerrarse sobre mí. Necesitaba calmarme, borrar el recuerdo de sus ojos llenos de terror, deshacerme del peso de la sangre que manchaba mis manos.
Busqué mi frasco de pastillas en el cajón del tocador. Una sola, una dosis para calmar el torbellino interior. Me la tragué con un sorbo de agua, sintiendo un frío vacío que se extendía por mis venas.
Me dirigí a mi habitación, un refugio donde me sentía más seguro, un pequeño oasis de paz en medio del caos que me rodeaba. Tomé mi diario, un viejo cuaderno de pasta dura que había sido mi confidente desde la infancia.
Comencé a escribir, las palabras fluían con una velocidad vertiginosa, despejando la niebla oscura que bloqueaba mi mente. Describí la escena del crimen, la mujer, sus palabras, sus ojos, su grito. Cada detalle, cada sensación, cada pensamiento que me atormentaba, lo vertía en el papel con una intensidad casi dolorosa.
Las palabras me liberaban.
Al terminar de escribir, me sentí un poco más tranquilo. La culpa seguía ahí, pero ahora era un peso que podía soportar. Me acosté en la cama, tratando de dormir, de olvidar, de escapar de la realidad que me perseguía.
El sueño me llegó de forma brusca, como un golpe que me arrastró a un mundo de sombras donde la culpa y la ansiedad se agolpaban en mi mente.
Desperté con el sol entrando por la ventana, filtrándose en la habitación como un rayo de esperanza. La casa estaba en silencio, un silencio que me pareció extraño, un silencio que no era normal.
Salí de la habitación. Me encontré con una escena que me congeló la sangre en las venas. En el sofá, tapada con una fina sábana, se encontraba una chica desconocida. Era joven, con el pelo castaño y la piel blanca. Estaba en ropa interior.
Un nudo de confusión se formó en mi estómago.
¿Quién era esa chica?
¿Qué hacía en mi casa?
En ese momento, escuché el sonido de la puerta abriéndose. Era Bastián, mi hermano.
"¿Buenos días, hermano!", exclamó Bastián, con una sonrisa de satisfacción que me hizo sentir un escalofrío.
Bastián tenía visita.
En ese momento, me di cuenta de que no tenía lugar en esa casa.
Tomé mi pequeña mochila, la que siempre llevaba conmigo. Guardé mi diario, un lapicero, una libreta aparte donde escribía mis libros.
Salí de la casa sin decir nada, sin mirar atrás.
Caminé hasta la casa de Alex, mi gran amigo. Era fin de semana, y Alex estaba en casa, jugando videojuegos con su hermano.
"Caleb, ¿qué te pasa?", me preguntó Alex, notando mi rostro pálido y mi mirada perdida.
"No te preocupes, estoy bien", respondí, tratando de sonreír.
Jugué con ellos un rato, intentando olvidar lo que había pasado. Pero no podía.
Me fui de la casa de Alex, sintiéndome más solo que nunca.
Mientras caminaba por la calle, pensando en mi vida, en mi soledad, me encontré con una escena que me heló la sangre.
Había un policía acordonando una calle, una multitud de curiosos observaba desde la distancia. Me acerqué, sintiendo una punzada de curiosidad que se mezclaba con el miedo.
Era una escena de crimen.
Una mujer yacía en el suelo, con la cabeza ensangrentada. Me acerqué, tratando de ver mejor.
Era la mujer que había asesinado la noche anterior.
El policía que estaba junto al cuerpo me miró con una mirada fría y desapasionada.
"Señor, por favor, aléjese de la escena", dijo, con un tono seco que no dejaba lugar a dudas.
Me alejé, sintiendo que mis pies se hundían en el asfalto.
Mientras me alejaba, fui testigo de cómo llegaba alterado y asustado un muchacho joven.
Era delgado, alto, con una mirada cansada que me resultó familiar.
Era Edgar.
Edgar comenzó a gritar desesperado al ver a su madre fallecida tirada en el suelo.
Y en ese momento, me di cuenta de que la mujer que yacía en el suelo, la mujer que había asesinado la noche anterior, era la madre de Edgar.
Un escalofrío me recorrió la espalda, uno que me hizo sentir un miedo que no podía comprender.
¿Cómo había llegado a este punto?
¿Cómo podía haber llegado a matar a la madre de un chico que había conocido tan solo un par de días atrás?
La culpa, el miedo, la angustia...
Todo se fundió en una masa oscura que me oprimió el alma, un peso que no podía soportar.
Me quedé allí, observando cómo se llevaban el cuerpo de la mujer
Y en ese abismo, no había lugar para la esperanza.
No había lugar para el amor.
No había lugar para la redención.
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¿Ángel o Pecador?
Gizem / GerilimSoy Caleb Turner, un chico normal. Bueno, normal hasta donde la sociedad lo permite. Estudio, me gusta leer, escribir, pasar tiempo con mi hermano... No soy de los que se meten en problemas, de hecho, me considero un chico bastante agradable. Aunque...