Joder, ten cuidado, le dije a Brooke de malas maneras, mientras apretaba los dientes, tratando de soportar el dolor que emanaba de mi abdomen. Mi cuerpo estaba débil, y la realidad del momento me golpeaba con fuerza. Este imbécil, Edgar, tenía más fuerza de la que imaginé. La sangre brotaba de mí sin control, manchando el suelo y el sofá a mi alrededor, formando un charco oscuro que reflejaba la luz tenue de la habitación.
“No te enfades, Caleb,” dijo Gray, visión de calma en medio del caos, “pero si no fueses mi amigo, estaría encantada de rematarte. Tanta sangre me tienta.” Era un comentario oscuro, pero su voz sonaba casi juguetona, como si estuviera hablando de un deporte y no de la vida y la muerte.
“Cállate, imbécil,” le espeté a Gray, quien estaba al otro lado de la habitación, observando la escena con desinterés. Con una expresión cansada, se encogió de hombros mientras trataba de parecer distante de la situación. "No parece tan grave, Caleb. Es solo un par de apuñaladas."
Brooke estaba cocinándome el abdomen, su rostro estaba concentrado y su mirada denotaba una firme determinación. “Dos puñaladas… genial.” La ironía de mis palabras no me hacía gracia. La verdad era que el ardor y la presión me estaban volviendo loco.
Gray, por su parte, agarró una botella de jugo de naranja que había dejado en la mesa y se sentó en la silla frente al sofá donde estaba acostado, sangrando. Observó mi sufrimiento con una expresión de diversión. “Oye, no es gracioso, duele,” le dije con un quejido entrecortado.
Lo sabía, hermano,” respondió él, sonriendo torcido, como si el dolor ajeno fuese su fuente de energía. “Por eso mismo es genial. Te ves tan… vital, aquí tirado y sangrando.”
“No te muevas, carajo,” me gritó Brooke, irritada, mientras sujeta la aguja y el hilo con fuerza. “Así no podré ponerte los puntos.” Su tono era firme pero con un trasfondo de preocupación.
“Coño, pero duele,” protesté, sintiendo el ardor de la aguja atravesar mi piel. Cada puntada parecía enviar una descarga eléctrica por todo mi cuerpo.
“Ya sé, por eso te estoy ayudando,” dijo Brooke, un suspiro de frustración escapó de sus labios. “Ay, listo,” dijo finalmente, dando un último tirón al hilo con un gesto de satisfacción. “Ahora no te muevas y no metas más ruido, o los puntos no se mantendrán.”
“¿Te das cuenta de lo que acabas de decir? Estás diciendo que la falta de ruido es lo que hace que mis heridas sanen. Quizás deberías entrar al campo de la medicina,” le respondí con una sonrisa traviesa, buscando algo de humor en medio del dolor.
“Oye, tú también te ves sexy sin camisa,” dijo Brooke, calmada, mientras se echaba el cabello hacia atrás y se limpiaba las manos con una toalla pequeña. Sus palabras, al principio un cumplido, parecían un intento de distraerme y aliviar la tensión en el ambiente.
“Lo sé,” dije con tono arrogante, disfrutando un poco de la atención. “Tú también eres preciosa, así que estamos en igualdad de condiciones.”
“Levántate, idiota,” me ordenó Brooke con un guiño juguetón, como si mis heridas no fueran nada más que un rasguño. Me cuchicheaba en un tono que parecía más divertido que serio.
“¿Y cómo planeas que me levante mientras me sales de sangre?” pregunté, arqueando una ceja en desafío. El ardor en mi abdomen cambiaba de un ritmo descontrolado a una calma inquietante.
Brooke me vendó todo el abdomen con un cuidado que me sorprendía. Su destreza era admirable, aunque el acto en sí era grotesco. “Listo,” dijo, y se sentó en el borde del sofá, observándome con una mezcla de diversión y cuidado.
“¿Y qué hacemos con el cuerpo de ese?” dijo Gray, señalando con pereza el cadáver de Edgar que yacía inerte en el suelo, un trapo ensangrentado, una escena que podría detallar como un crimen perfecto y a la vez repulsivo.
Brooke miró el cuerpo con su habitual expresión de desprecio. “¿De verdad necesitas preguntar?” Su tono era firme, como si la respuesta fuera obvia. “Lo mejor sería deshacernos de él antes d
e que alguien se entere.”
“¿Y cómo lo hacemos?” pregunté, sintiéndome un poco desorientado mientras miraba al cuerpo de Edgar. A pesar de la situación, había algo inquietantemente fascinante en la manera en que la muerte se dibujaba con tanta claridad bajo la luz tenue.
“Es simple,” respondió Gray, mostrándose indiferente. “Podemos arrastrarlo afuera y dejarlo en un callejón. Nadie lo encontrará hasta que sea demasiado tarde.”
“No, eso sería demasiado arriesgado,” replicó Brooke, frunciendo el ceño. “Si lo dejamos afuera, podría ser encontrado y la policía vendría a buscar respuestas. En este momento, no necesitamos más problemas.”
“Lo sé, pero ¿tienes alguna mejor idea?” le pregunté, irritado. La bruma de dolor me hacía sentir más frustrado de lo habitual.
“Vamos a esconderlo en el desván,” sugirió Gray de forma casual. “Debería ser un buen lugar por un tiempo. Nadie pensará en buscar un cadáver ahí. Además, creo que tenemos espacio suficiente para ocultarlo.”
Brooke se giró hacia él, con una mirada crítica. “¿En serio? ¿Es eso lo que se te ocurre, un desván? ¿Y si alguien decide investigar?”
“Es el mejor plan que tengo en este momento,” dijo Gray, encogiéndose de hombros, como si el asunto no le importara en absoluto. “Además, siempre he querido ocultar un cuerpo. Se siente como un rito de paso, un desafío de vida y muerte.”
“Eres un caso perdido,” pensé, aunque en el fondo la idea me resultaba intrigante. La adrenalina que circulaba por mis venas me decía que deberíamos hacer algo rápido, pero no podía ignorar el dolor punzante en mi abdomen.
Finalmente, decidimos que lo mejor sería llevarlo al desván. Con gran esfuerzo, logré ponerme de pie, apoyándome en el sofá para estabilizarme. La sangre aún manaba de mi herida, y cada movimiento era un recordatorio de la vulnerabilidad en la que me encontraba.
“¡Vamos, Caleb! Ayúdame aquí,” ordenó Brooke, acercándose al cuerpo de Edgar, tratando de arrastrarlo. Con un esfuerzo, nos posicionamos los tres. Gray y yo, a un lado, y Brooke al otro, comenzamos a moverlo. Las manos de Brooke estaban cubiertas de sangre, y la vista de su rostro, tan cercana a la muerte a través de los ojos de Edgar, me hizo sentir una mezcla de adrenalina y repulsión.
Cada paso hacia el desván era un desafío. La carga del cuerpo se hacía más pesada con cada movimiento, como si el simple hecho de tenerlo en nuestras manos nos atara a su destino. El silencio que nos rodeaba era abrumador, nuevamente, solo roto por el sonido de la madera crujiente bajo nuestros pies.
Finalmente, llegamos a la puerta del desván. “¿Estás seguro de que esto es una buena idea?” pregunté, mirando a Brooke, quien parecía más que decidida.
“Sí,” dijo, abriendo la puerta. “No hay otra opción.”
Al entrar en el desván, la penumbra nos abrazó, y el olor del polvo y el olvido nos envolvió. “Aquí es,” susurró Brooke, mientras ayudábamos a Edgar a cruzar el umbral. Una vez dentro, lo dejamos caer con un golpe sordo sobre el suelo de madera, que resonó en el espacio vacío.
“¿Y ahora qué?” preguntó Gray, cruzando los brazos. “Dijiste que no hay riesgos.”
“Lo mejor es cubrirlo con esas cajas,” respondí, señalando unas viejas cajas de cartón que estaban apiladas en una esquina. “Es la única opción que tenemos si queremos que nadie lo descubra.”
Así que, con nuestras últimas fuerzas, comenzamos a cubrir el cuerpo con las cajas. Cada una que colocábamos se sentía como un peso más sobre nuestra consciencia. Finalmente, lo cubrimos bien, como si estuviera arropado en un sueño eterno.
“Ahí, ya está,” dije, sintiéndose un poco aliviado al ver cómo se ahogaba el desafío que representaba.
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¿Ángel o Pecador?
Mystery / ThrillerSoy Caleb Turner, un chico normal. Bueno, normal hasta donde la sociedad lo permite. Estudio, me gusta leer, escribir, pasar tiempo con mi hermano... No soy de los que se meten en problemas, de hecho, me considero un chico bastante agradable. Aunque...