Me miré en el espejo del baño, mi reflejo me devolvió una imagen que apenas reconocía. Mi cabello oscuro peinado hacia atrás, mi rostro pálido, mis ojos sin brillo. Era una máscara, una fachada que ocultaba la oscuridad que me consumía por dentro.Tomé un cuchillo de la encimera, donde lo había dejado después de jugar con él durante horas. Me aburría. No hacía nada más que pensar, planear, soñar con la oscuridad. Era un ciclo infinito que me mantenía atado a una realidad que ya no me pertenecía.
Habían pasado varias semanas desde el ataque de ira en el campo de fútbol. Desde entonces, mi vida había cambiado por completo. Mi furia se había transformado en una apatía fría y profunda. Era como si me hubieran robado el alma, dejándome vacío, sin emociones, sin deseos.
En la escuela, podía sentir la mirada de Edgar posada en mí como una plaga. Era un juego que se había vuelto tan familiar como respirar. Él me observaba, analizaba, me provocaba. Y yo, con mi máscara de indiferencia, le devolvía la mirada, sin ceder a sus juegos.
Era de noche. El sonido del silencio me envolvía como una mortaja. Agarré el cuchillo de la encimera, lo guardé en mi pantalón y salí a la calle. La oscuridad me atraía como un imán, me ofrecía un refugio donde podía ser yo mismo, sin la necesidad de fingir.
Miré mi lista de contactos en el teléfono. Mis dedos se posaron sobre el nombre de una chica, una tonta que siempre había estado detrás de mí. Era una víctima perfecta, una sombra que podía desaparecer sin dejar rastro.
La llamé. Su voz, llena de entusiasmo por mi llamada, me provocó un escalofrío. Era la primera vez que sentía algo después de tantas semanas.
"¿Puedes venir al callejón detrás del instituto?", le pregunté, mi voz sin emoción.
Ella aceptó sin dudar. Su entusiasmo me asqueaba, me recordaba lo fácil que era manipular a la gente.
Salí del edificio, caminando hacia el callejón. Las manos dentro de los bolsillos, el cuchillo presionando mi muslo. No tenía prisa, disfrutaba del juego, de la tensión que se acumulaba en mi interior.
La encontré sentada en un banco bajo un farol, con una sonrisa tonta en su rostro. Su mirada llena de ilusión, de esperanza, me causaba una extraña sensación de satisfacción.
Me acerqué a ella, mi mano se movió hacia el cuchillo. Estaba a punto de actuar, de poner fin a su pequeña y tonta existencia.
Pero entonces, escuché unos pasos detrás de mí. Un sonido familiar, un susurro que me hizo tensar el cuerpo.
"Perdón, no quería interrumpir su..."
La voz de Edgar me hizo girar sobre mis talones. Su mirada se posó en mí, luego en la chica, y por último en el callejón oscuro.
"¿Verdad, Caleb?", dijo, con una sonrisa burlona.
Su mirada era como un rayo, me atravesaba el alma, me leía los pensamientos. Era el maestro del juego, el que movía los hilos desde las sombras.
"Estamos charlando, puedes irte. Estorbas", respondí, mi voz fría como el hielo.
Edgar asintió, con esa sonrisa torcida que me provocaba una profunda rabia. Y se alejó, desapareciendo en la oscuridad.
El cuchillo seguía en mi mano. La adrenalina se había ido, y la sensación de vacío había vuelto. Ya no tenía ganas de matar, mi objetivo había cambiado. Ahora quería matarlo a él, a Edgar, al único que podía ver a través de mi máscara.
Los días siguientes fueron una tortura. Edgar se convirtió en una presencia constante, una sombra que me perseguía por los pasillos de la escuela, por las calles, por mis sueños. Su sonrisa burlona, su mirada penetrante, me atormentaban.
No podía sacarlo de mi cabeza. Su presencia me llenaba de una furia que se escondía bajo mi máscara de indiferencia.
Sentía que perdía el control, que la oscuridad me estaba consumiendo. Cada vez que lo veía, la rabia me recorría el cuerpo como una descarga eléctrica, me llenaba de un deseo salvaje de acabar con él, de borrarlo de la faz de la tierra.
Pero me contenía. Sabía que matarlo sería un error, un acto que me hundiría en la oscuridad de forma definitiva.
Tenía que encontrar otra forma de acabar con él, una forma que no dejara rastro, una
forma que me permitiera seguir controlando mi destino.
Tenía que ser inteligente, paciente, frío.
Y sobre todo, tenía que ser despiadado.
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¿Ángel o Pecador?
Gizem / GerilimSoy Caleb Turner, un chico normal. Bueno, normal hasta donde la sociedad lo permite. Estudio, me gusta leer, escribir, pasar tiempo con mi hermano... No soy de los que se meten en problemas, de hecho, me considero un chico bastante agradable. Aunque...