## Capítulo 8: La Sombra del Secreto
La escena me congeló la sangre. Ahí estaba, la mujer que había matado la noche anterior, tendida en el asfalto como un muñeco roto. Un charco de sangre se extendía alrededor de su cuerpo.
Una punzada de culpa, un atisbo de remordimiento, me atravesó el pecho por un instante. Pero la sensación fue tan fugaz como el rocío de la mañana, evaporándose bajo el sol abrasador de mi propia locura.
De mi garganta salió una risa desquiciada, una carcajada que me sorprendió tanto como a Edgar, quien se encontraba entre los policías que acordonaban la escena.
Su mirada se clavó en la mía, lleno de incredulidad y desconfianza. Había algo en mi risa, una mezcla de locura y satisfacción, que lo puso en alerta.
"Estás loco", murmuró Edgar, con un tono que se mezclaba con el repugnante olor a sangre y desesperación.
La risa se me escapó de nuevo, una carcajada que resonó en el aire, un eco de mi propia locura.
En ese momento, sentí un escalofrío que no era producto del frío del asfalto. Edgar me estaba observando con desconfianza, sus ojos buscaban una respuesta a mi extraña actitud.
"Lo siento", dije, intentando recuperar el control de mi cuerpo, de mi mente.
"No debí reírme. Es solo que... estoy algo nervioso".
"Nervioso", repitió Edgar, con una mirada incrédula, como si no creyera ni una palabra de lo que le estaba diciendo.
En ese momento, un grito desgarrador irrumpió en el silencio. Era Edgar, su rostro contorsionado por la desesperación, sus ojos inundados de lágrimas. Acababa de quebrar su estabilidad emocional.
"¡Mamá!", gritó, con un tono desgarrador que se mezclaba con el llanto de la lluvia.
Edgar corrió hacia el cuerpo de su madre, cayendo de rodillas junto a ella, cubriendo su rostro con las manos.
La escena era desgarradora, un recordatorio del dolor que había causado con mis propios actos.
Pero yo no sentía culpa.
De hecho, me sentía tranquilo.
Feliz.
"Lo siento", dije, con un tono tranquilo que contrastaba con la tormenta que se desataba en mi interior.
"No debería haber reído. No fue apropiado".
"No te preocupes", respondió Edgar, sin dejar de fijar su mirada en mí.
"Todos reaccionamos de manera diferente".
"Yo ya me voy. No quiero irrumpir en, ya sabes, este doloroso momento".
"De acuerdo", respondió Edgar, con un tono que aún conservaba la desconfianza.
Me alejé de la escena del crimen, sintiendo una extraña sensación de libertad.
Pero esa libertad era un engaño.
La oscuridad seguía ahí, escondida en las profundidades de mi alma.
Y yo era su esclavo.
Mientras caminaba de regreso a casa, revisé mi mochila.
Mi diario no estaba.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
¿Dónde lo había dejado?
En ese momento, recordé que había sacado mi diario de la mochila al hablar con Edgar.
¿Habría aprovechado esa oportunidad para revisar mis cosas?
¿Habría leído mis confesiones?
El pensamiento me llenó de un terror que no había experimentado antes.
¿Y si Edgar descubría que yo era el asesino?
¿Qué haría?
Lo sombrío que me había envuelto se intensificó, una ola de pánico que me aplastó la mente.
En ese momento, no podía pensar con claridad.
Solo sentía miedo.
Un miedo que me roía las entrañas.
Tenía que hacer algo.
Tenía que proteger mi secreto.
Tenía que mantenerme a salvo.
Regresé corriendo a la escena del crimen, un torbellino de miedo y desesperación me impulsaba. Edgar seguía ahí, su rostro marcado por la tristeza, los ojos más ojerosos que nunca.
"Edgar", dije, con la voz entrecortada, "tengo que recuperar mis cosas. ¡¿Tienes mis libretas?!"
Edgar me miró con una expresión rara, una que no dejaba lugar a dudas.
"Sí, la tengo", respondió, con un tono que me incomodó.
"¿Por qué el desespero?", preguntó, de un modo que me hizo sentir una punzada de terror.
"Es importante. Tengo que recuperar mis libretas para la universidad", mentí, sintiendo cómo el sudor me cubría la piel.
"Sabes", dijo Edgar, con una sonrisa que se extendía de oreja a oreja, "tu actitud es realmente interesante. Existe un 79% de probabilidad de que seas un psicópata".
La sonrisa de Edgar se extendió aún más, una sonrisa que me hizo sentir un escalofrío que se extendía por todo mi cuerpo.
Un miedo profundo se apoderó de mí, un miedo que no podía controlar.
¿Qué había hecho?
¿Habría cometido un error ?
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¿Ángel o Pecador?
Misterio / SuspensoSoy Caleb Turner, un chico normal. Bueno, normal hasta donde la sociedad lo permite. Estudio, me gusta leer, escribir, pasar tiempo con mi hermano... No soy de los que se meten en problemas, de hecho, me considero un chico bastante agradable. Aunque...