capítulo 12

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## Capítulo 12: Intrigas y Sospechas

En las sombras de su habitación minimalista, donde la luz apenas se atrevía a entrar, Edgar se sumergía en sus pensamientos y en su investigación privada. La muerte de su madre seguía siendo un enigma sin resolver, una herida abierta que lo impulsaba a buscar la verdad.

Pero había algo más que lo inquietaba. Caleb. Aquel chico enigmático que despertaba en Edgar una intriga incesante. ¿Quién era en realidad Caleb? ¿Por qué sentía que algo no encajaba en su comportamiento?

Mientras navegaba por internet en busca de pistas, una página web captó su atención. "Trucos y consejos para mejorar como detective". Una señal, pensó Edgar. Una oportunidad para avanzar en su investigación, para perfeccionar sus habilidades y descubrir la verdad que tanto ansiaba.

Horas se deslizaron como arena entre sus dedos, Edgar analizaba cada consejo con minuciosidad, absorbiendo cada palabra con ansia de conocimiento. Finalmente, se cambió de ropa, arregló su cabello negro intenso y se cubrió con sus habituales accesorios: anillos de plata, brazalete negro y un arete plateado que resaltaba contra su piel pálida.

Decidido, salió de su piso, cerrando con llave la puerta tras de sí. El destino lo llevó hacia el campo de fútbol local, donde sabía que Caleb solía reunirse con sus amigos. Una oportunidad perfecta para observar de cerca su comportamiento, para descifrar el enigma que era Caleb en su mente.

El sol de la tarde, un pintor implacable, proyectaba largas sombras sobre el campo de fútbol, acentuando los movimientos de los jugadores como pinceladas de luz y oscuridad. Desde las gradas, Edgar observaba con ojos de águila. Sus dedos, ágiles y precisos, deslizaban una pluma sobre las páginas de una pequeña libreta, registrando cada detalle, cada gesto, cada cambio en la expresión de Caleb.

La intriga que había comenzado con la muerte de su madre se había convertido en una obsesión que lo devoraba por dentro. La figura de Caleb, un chico aparentemente normal, había despertado en él una profunda desconfianza. Desde su encuentro casual, Edgar había desarrollado una especie de fascinación morbosa por el chico, una necesidad imperiosa de desentrañar el misterio que se escondía tras su apariencia inocente.

La imagen de Caleb en su mente era la de un rompecabezas sin piezas, un enigma sin solución. El comportamiento de Caleb, aparentemente despreocupado y normal, le causaba una profunda inquietud. Había algo en sus ojos, en su manera de hablar, en la forma en que se movía, que no encajaba. No podía definirlo con precisión, pero lo sentía en sus huesos, como un sexto sentido que le gritaba que algo andaba mal.

El juego de fútbol era un escenario perfecto para su observación. El campo, con su pasto verde y su aroma a tierra mojada, se transformaba en un laboratorio improvisado para Edgar. Desde su posición privilegiada en las gradas, podía observar a Caleb con total libertad, analizando cada uno de sus movimientos, cada reacción.

Caleb, junto a Mike y Alex, se movía con una naturalidad que a Edgar le parecía irreal. La sonrisa fácil, la risa espontánea, la camaradería con sus amigos, todo parecía demasiado perfecto, demasiado artificial para ser real.

Mientras los tres chicos se enfrentaban con una intensidad inusual, la mente de Edgar trabajaba a toda velocidad, buscando respuestas. Su intuición, su instinto, le decía que algo no encajaba. En el juego de miradas, la tensión crecía. Caleb, con una expresión de concentración extrema, parecía obsesionado con el balón, moviéndose con una agilidad que contrastaba con la torpeza de sus compañeros.

De pronto, la sonrisa de Caleb se desvaneció. Un fruncimiento de ceño, casi imperceptible para el ojo humano, se apoderó de su rostro. Una sombra de inquietud recorrió sus ojos, como si un fantasma se hubiera deslizado entre su alegría.

Edgar, atento a cada detalle, anotó en su libreta: "Cambio de humor. Expresión de inquietud sin motivo aparente."

Una tensión palpable se apoderó del ambiente. La alegría de antes se había esfumado, reemplazada por una atmósfera pesada, opresiva. El balón, como si también se hubiera contagiado de la repentina tristeza de Caleb, se deslizaba por el campo con una lentitud inusual.

El juego continuó, pero el ambiente se había vuelto irrespirable. Los compañeros de Caleb, con una mezcla de confusión y temor, parecían evitar su mirada.

De repente, Caleb, con una furia contenida, se abalanzó sobre Mike, empujándolo con una fuerza descomunal que lo hizo caer al suelo. El impacto resonó en el silencio que se había apoderado del campo.

Alex, con una expresión de asombro, se interpuso entre ellos, intentando separar a Caleb de Mike.

"¿Quién eres tú? ¡Qué te pasa!", exclamó Alex, con voz temblorosa.

La mirada de Caleb se posó en Alex, fría e impenetrable, como la de un animal salvaje atrapado en una jaula. Sus ojos, antes llenos de vida, ahora parecían vacíos, como dos pozos sin fondo.

"No te metas", dijo Caleb, su voz fría y amenazante, con un tono que Edgar nunca antes había oído. Un tono que le erizó los pelos de la nuca, que le hizo sentir un escalofrío.

En ese instante, el tiempo pareció detenerse. El silencio reinaba en el campo, solo interrumpido por la respiración agitada de Caleb. Edgar, sin apartar la vista del chico, anotó en su libreta: "Cambios de humor repentinos. Agresividad sin control."

En su mente, la palabra "psicópata resonaba como un eco siniestro. Las teorías que antes eran simples sospechas ahora cobraban fuerza con cada movimiento, cada palabra de Caleb.

Alex, aún aturdido por la reacción de Caleb, se apartó de él. Mike, con el rostro marcado por el dolor, se levantó del suelo, la furia reflejada en sus ojos.

"Eres un idiota, Caleb", le dijo Mike, la voz cargada de indignación.

La reacción de Caleb fue inmediata. Se abalanzó sobre Mike, dispuesto a golpearlo, pero Alex, con más agilidad de la que aparentaba, lo sujetó con fuerza.

"Basta, Caleb, ya es suficiente", le dijo Alex, con voz firme.

Caleb, con una fuerza sobrehumana, lo apartó de un manotazo. La furia en sus ojos ardía como una llama incontrolable.

"Déjenme en paz", dijo Caleb, su voz áspera como piedras raspando sobre metal.

El sonido de su voz, el brillo de sus ojos, la manera en que se movía, todo en Caleb gritaba peligro. Edgar, sin dejar de apuntar en su libreta, sentía que sus propias manos sudaban, la adrenalina recorriéndole las venas.

"No te creo", murmuró Edgar para sí mismo, con la mirada fija en Caleb.

En ese preciso instante, la figura de Caleb se desvaneció en la distancia, dejándolos a todos paralizados.

Edgar, con la mente en ebullición, sintió que la verdad se le acercaba peligrosamente. La búsqueda de respuestas había comenzado a revelar un panorama mucho más oscuro y peligroso de lo que jamás hubiera imaginado.

La duda y el miedo ahora se mezclaban en su mente con una certeza inquietante. Caleb, el chico que antes lo intrigaba, ahora lo aterraba. La investigación que lo había impulsado en su búsqueda de respuestas lo había conducido a una verdad escalofriante: algo siniestro se escondía tras la fachada de Caleb.

El sol, que antes iluminaba el campo con su luz cálida, ahora proyectaba sombras largas y amenazantes, como si el mismo cielo se pusiera del lado de la oscuridad. Edgar, con la mirada fija en la figura de Caleb que se alejaba, sintió que su corazón se había convertido en un puño de hielo. La verdad, como un espectro fantasmagórico, se cernía sobre él, amenazándolo con desgarrar la realidad que conocía.

¿Ángel o Pecador?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora