capítulo 18

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La caja, una vieja maleta de metal con bordes desgastados, se abrió con un chirrido seco que resonó en el silencio del salón de evidencias. Edgar, con las manos temblorosas, la levantó con cuidado. El polvo, como una fina capa de nieve, se desprendió de la superficie, cubriéndolo con un velo gris. En su interior, el bolso de su madre, un elegante bolso de cuero marrón, yacía como un fantasma de un pasado feliz.

Las emociones se agolparon en su pecho: tristeza, ira, desesperación, una punzada de esperanza. Era un objeto simple, un objeto común, pero para Edgar, era un pedazo de su madre, un fragmento de su memoria, un vínculo con el pasado.

Con un cuidado casi reverencial, lo levantó. El cuero, aunque manchado por el tiempo, todavía conservaba su aroma característico. Edgar se aferró a él con fuerza, sintiendo la textura familiar, recordando el sonido de sus pasos en las calles de la ciudad, la risa que acompañaba sus compras, la imagen de su madre con su bolso colgado del brazo.

Pero el momento de la nostalgia se desvaneció rápidamente. El objetivo no era la nostalgia, sino la verdad. Edgar necesitaba encontrar una pista, un rastro, un indicio que le permitiera desenmascarar al asesino de su madre.

Se sentó en una de las mesas de trabajo, iluminadas por una luz fluorescente fría que proyectaba largas sombras sobre las paredes. Abrió el bolso con cuidado. No tenía mucho dentro: un monedero, un teléfono móvil, un libro de bolsillo, un pequeño espejo, una foto de Edgar cuando era niño, un pañuelo de seda, una pluma estilográfica y un paquete de chicles.

Un nudo se formó en su garganta. El aroma de su madre aún impregnaba el bolso, una mezcla de perfume, tabaco y un leve aroma a lavanda que siempre la había acompañado. Los recuerdos lo envolvieron, imágenes de su madre, su risa, su mirada cálida, las palabras de aliento que siempre le brindaba.

Pero Edgar se obligó a concentrarse. La nostalgia, en este momento, era un lujo que no podía permitirse.

Se fijó en el pañuelo de seda, un pañuelo de color azul oscuro con bordados de flores blancas. Era un regalo que le había hecho a su madre en su cumpleaños. Lo observó con detenimiento, buscando alguna mancha, algún signo de lucha, alguna huella que no fuera de su madre. No encontró nada.

Luego examinó el monedero, un monedero de piel negra con un diseño de flores bordadas en el cierre. Estaba vacío, pero había un pequeño bolsillo interior con una cremallera. Lo abrió. Dentro, encontró una tarjeta de crédito, un billete de 20 dólares y una nota doblada.

La nota estaba escrita a mano, con una letra fina y elegante, pero en inglés. La abrió con cuidado, leyendo las palabras con una intensidad que lo hacía temblar.

"Sometimes, wounds transform you into someone you're not."

Debajo, en la esquina inferior derecha, en letra manuscrita, solo una inicial: "CT".

Edgar sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. La carta, escrita en inglés, era un mensaje críptico, un mensaje que no entendía. ¿El asesino le había dejado una nota a su madre? ¿Un mensaje tras matarla?

¿Qué significaba "Sometimes, wounds transform you into someone you're not"? ¿Era una advertencia? ¿Un reproche? ¿Un comentario sobre la propia transformación del asesino? ¿O algo más?

Su mente comenzó a trabajar a toda velocidad. La carta, la nota, la inicial... todo lo que había encontrado en el bolso de su madre lo sumía en un laberinto de dudas. El asesino de su madre era un enigma, un fantasma que lo perseguía, un espectro que se escondía tras una máscara de misterio.

Edgar leyó la carta una y otra vez, buscando respuestas, buscando pistas, buscando la verdad. Cada palabra, cada frase, cada coma, cada punto, lo llevaba a un laberinto de preguntas sin respuestas.

Edgar se levantó de la mesa, con un nuevo impulso, con una nueva esperanza, con una nueva obsesión.

Salió del salón de evidencias con el bolso de su madre en la mano, con la llave de acceso en su bolsillo, con un corazón que latía con fuerza. La verdad estaba a su alcance. Pero el camino para encontrarla, era un camino peligroso, un camino lleno de obstáculos, un camino que podría costarle la vida.

Edgar volvió al área de lockers, cambió el uniforme por su ropa habitual y salió de la estación de policía con una determinación férrea.

La ciudad, envuelta en la oscuridad de la noche, era un laberinto de calles, un escenario lleno de sombras. Edgar caminó por las calles sin rumbo, con el bolso de su madre apretado en su mano, con la carta en su bolsillo.

La carta era su guía, su brújula, su único punto de referencia. En la carta estaba la respuesta, la llave para desentrañar el misterio, el camino hacia la verdad.

Edgar caminó durante horas, con un frío que le calaba los huesos, con la noche que se extendía a su alrededor, con la sombra de su madre que lo acompañaba.

Su viaje era un viaje hacia la verdad, un viaje hacia la justicia, un viaje hacia el perdón. Un viaje que lo llevaría a los lugares más oscuros de la ciudad, a los lugares más ocultos de la verdad. Un viaje que lo llevaría a enfrentar a su pasado, a su dolor, a su rabia, a su dolor. Un viaje que lo llevaría a encontrar al asesino de su madre, y a encontrar la paz que tanto necesitaba.

El destino, como siempre, era incierto. Pero Edgar, con la certeza de que la verdad estaba ahí fuera, esperando a ser descubierta, estaba dispuesto a enfrentarse a cualquier obstáculo, a cualquier riesgo, a cualquier peligro.

Su viaje acababa de comenzar.

¿Ángel o Pecador?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora