El sol de la mañana iluminaba la habitación de Ricardo, despertándolo con una luz que parecía demasiado brillante para la realidad sombría en la que vivía. Se sentó en la cama, observando los aretes en sus orejas, aún doloridos por la reciente perforación. Era el primer símbolo visible de su nueva vida bajo el dominio de Clara, y aunque le resultaba humillante, había logrado aliviar algunas de las restricciones impuestas.
El desayuno fue una rutina silenciosa. Clara, impecable como siempre, lo observaba con una mirada crítica. Después de que ambos terminaron de comer, Clara se levantó y señaló una silla al otro lado de la mesa.
—Ricardo, siéntate —ordenó.
Ricardo obedeció, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que cualquier conversación con Clara implicaba más reglas, más condiciones.
—He decidido que hoy vamos a hablar de cómo puedes continuar aliviando tus restricciones —dijo Clara, su tono tan frío como el mármol.
Ricardo la miró expectante. El alivio de los castigos significaba menos presión, menos humillación. Estaba dispuesto a escuchar cualquier cosa que Clara tuviera que decir, aunque temía lo que vendría.
—Quiero que empieces a cuidar tus uñas, tanto de las manos como de los pies —continuó Clara—. Mantenerlas limpias y bien arregladas será tu próxima tarea. Y para demostrar tu compromiso, deberás pintarlas con esmalte. Si lo haces, consideraré permitirte usar tu consola de videojuegos.
Ricardo sintió una punzada de humillación. La idea de pintarse las uñas era aún más vergonzosa que perforarse las orejas. Pero la promesa de poder distraerse un poco, de escapar, aunque fuera por un momento de la rutina que Clara había impuesto, era tentadora.
—¿Tienes alguna pregunta? —preguntó Clara, con una ceja levantada.
—No... no, lo haré —respondió Ricardo, bajando la mirada.
—Bien —dijo Clara, complacida—. Esta tarde, iremos a comprar todo lo necesario. Quiero que te tomes esto en serio, Ricardo. Tu apariencia es un reflejo de tu obediencia.
La mañana pasó lentamente. Ricardo cumplió con sus tareas domésticas, su mente llena de pensamientos contradictorios. Por un lado, deseaba resistirse a las humillantes demandas de Clara, pero por otro, la promesa de aliviar sus restricciones lo mantenía en línea.
Por la tarde, Clara lo llevó a una tienda de productos de belleza. Ricardo se sintió fuera de lugar entre los estantes llenos de esmaltes de uñas, limas y lociones. Clara eligió varios colores de esmalte, todos brillantes y femeninos, y le entregó una pequeña bolsa con los productos.
—Esta noche empezaremos con tu primer tratamiento —dijo Clara mientras se dirigían a casa—. Quiero que aprendas a hacer esto correctamente.
De regreso en la casa, Clara preparó un pequeño espacio en la sala, con una toalla sobre la mesa y todos los productos desplegados. Ricardo se sentó, sintiéndose vulnerable y expuesto.
—Primero, vamos a remojar tus manos en agua tibia para ablandar las cutículas —dijo Clara, llenando un recipiente con agua.
Ricardo obedeció, sumergiendo las manos en el agua. La calidez del agua contrastaba con la frialdad de la situación. Clara comenzó a enseñarle cómo empujar las cutículas hacia atrás y limar las uñas en una forma uniforme.
—Es importante que las uñas estén bien cuidadas —dijo Clara—. Una apariencia desaliñada es inaceptable.
Ricardo trabajó en silencio, siguiendo las instrucciones de Clara. Después de preparar las uñas, Clara eligió un esmalte de color rosa brillante y comenzó a pintarlas.
—Ahora tú lo harás con tus pies —dijo Clara, extendiendo el esmalte hacia él.
Ricardo se quitó los calcetines, sintiéndose aún más humillado. Con manos temblorosas, comenzó a pintar sus uñas de los pies, tratando de hacerlo lo mejor posible bajo la mirada crítica de Clara.
—No está mal para ser la primera vez —dijo Clara, inspeccionando su trabajo—. Recuerda, Ricardo, esto es solo el principio. Habrá más pruebas, más formas de demostrar tu obediencia.
Esa noche, Ricardo se acostó sintiéndose agotado tanto física como emocionalmente; aunque le habían permitido usar su consola, no tenía cabeza para hacerlo. Sus uñas pintadas eran un recordatorio constante de su nueva realidad. Cada movimiento, cada tarea, estaba diseñado para reforzar su sumisión y humillación. Sin embargo, la promesa de poder liberarse era un rayo de esperanza en su oscura existencia.
Los días pasaron, y Ricardo continuó cumpliendo con las demandas de Clara. Cada mañana, dedicaba tiempo a cuidar sus uñas, asegurándose de que estuvieran impecables. La rutina se volvió un extraño consuelo, una manera de mantener cierta normalidad en una vida que había sido despojada de ella. Sin embargo, la escuela era otro asunto: los aretes en sus orejas habían ocasionado comentarios bastante desagradables dirigidos a su persona, por lo que se esforzaba por esconder sus uñas de la vista de sus compañeros, lo cual había hecho que se volviera retraído.
Una tarde, mientras Clara observaba su trabajo, sonrió con aprobación.
—Estás mejorando, Ricardo —dijo—. Estoy empezando a ver el potencial en ti. Si continúas así, puede que las cosas mejoren para ti más rápido de lo que piensas.
Ricardo no respondió, pero dentro de él, una chispa de esperanza comenzó a arder más intensamente. Sabía que su vida nunca volvería a ser la misma, pero si podía encontrar maneras de adaptarse, de sobrevivir, tal vez algún día podría recuperar algo de su antigua libertad.
Las tareas domésticas, el cuidado de las uñas y las humillaciones continuaron. Cada acto de obediencia, cada pequeño sacrificio, era una pieza más en el rompecabezas que Clara estaba construyendo. Ricardo se convirtió en un reflejo de la voluntad de su madrastra, su apariencia y comportamiento moldeados por sus demandas.
Mientras el sol se ponía en el horizonte, Ricardo miraba sus uñas pintadas con una mezcla de resignación y determinación. Sabía que el camino por delante sería largo y arduo, pero estaba decidido a encontrar una manera de soportarlo. Porque en el fondo, aún albergaba la esperanza de que algún día, de alguna manera, encontraría la libertad que tanto anhelaba.
La primera etapa de su transformación habíacomenzado, y aunque el costo era alto, Ricardo estaba dispuesto a pagar elprecio. Con cada paso que daba, con cada tarea que cumplía, se acercaba más ala promesa de una vida menos restringida. Y aunque el camino era incierto,estaba decidido a seguir adelante, un paso a la vez.
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Cambios Inesperados
General FictionEl padre de Ricardo ha muerto, dejándolo bajo la tutela de Clara. Ella había desposado a su padre en búsqueda de fortuna, encontrando en el proceso también humillaciones y maltrato, lo que le hizo desarrollar un profundo odio a los hombres. ¿Qué le...