Dos meses habían pasado desde que Ricardo comenzó su transformación bajo la estricta supervisión de Clara. Durante este tiempo, había aprendido a caminar con tacones altos sin tambalearse, y su habilidad para aplicar maquillaje había mejorado considerablemente, sin mencionar que su madrastra lo sometió a un procese de depilación permanente desde la región del bigote hasta la punta de los dedos de sus pies cuando se negó, dejando intactos únicamente su cabello y sus cejas. Aunque la humillación y el dolor persistían, Ricardo había aceptado su destino con una resignación amarga, sabiendo que cualquier resistencia solo traería más sufrimiento.
Una mañana, Clara lo llamó al salón con una sonrisa que no presagiaba nada bueno.
—Hoy vamos a salir, Ricardo —anunció Clara—. Quiero mostrarte al mundo tal como eres ahora.
Ricardo sintió una punzada de pánico. Salir en público con su nueva apariencia era algo que temía profundamente. Sin embargo, sabía que oponerse a Clara no era una opción.
—Sí, Clara —respondió con voz apagada.
—Vístete adecuadamente. Quiero que uses el vestido azul y los tacones negros. No olvides el maquillaje. Y una cosa más —añadió Clara, su tono frío y autoritario—, no usarás la peluca hoy. Quiero que todos vean tu verdadero yo.
Ricardo sintió que el pánico se intensificaba. Sin la peluca, su cabello corto y masculino contrastaría fuertemente con el atuendo femenino, acentuando aún más su humillación. Pero no tenía elección. Con manos temblorosas, se vistió como Clara había ordenado y se maquilló con la mayor precisión posible.
Cuando estuvo listo, Clara lo inspeccionó de pies a cabeza, asintiendo con aprobación.
—Perfecto. Ahora vamos —dijo, dirigiéndose a la puerta.
El trayecto hacia el centro comercial fue una agonía. Ricardo sentía las miradas de la gente en la calle, algunas curiosas, otras burlonas. Cada paso en los tacones era una tortura, no por el dolor físico, sino por la vergüenza que lo acompañaba. Clara, por su parte, parecía disfrutar de la atención que atraían.
Al llegar al salón de belleza, Clara habló con la recepcionista, quien los guio hacia una sala privada. Ricardo se sentó en la silla, sintiendo que su corazón latía con fuerza.
—Hoy haremos algunos cambios —dijo Clara, dirigiéndose a la estilista—. Quiero que depiles sus cejas y le des un lindo arco, muy femeninas, que le hagas un rizado permanente de pestañas y le coloques uñas de acrílico. Además, quiero que le perfores nuevamente las orejas y el ombligo.
Ricardo sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. La humillación de ser sometido a estos procedimientos en público era abrumadora. Sin embargo, sabía que cualquier protesta sería inútil. Se quedó en silencio, soportando cada procedimiento con la mayor dignidad posible.
La estilista comenzó con sus cejas, arrancando cada pelo con precisión. Ricardo sentía cada tirón como un recordatorio de su sumisión. El rizado de pestañas fue menos doloroso, pero igualmente humillante. Las uñas de acrílico eran largas y femeninas, dificultando cualquier tarea cotidiana.
Cuando llegó el momento de las perforaciones, Ricardo intentó contener el miedo. El dolor agudo de la aguja atravesando sus lóbulos y su ombligo fue un recordatorio brutal de su impotencia. Clara observaba con una sonrisa satisfecha, disfrutando de cada momento de su sufrimiento.
—Excelente trabajo —dijo Clara a la estilista—. Creo que estás lista para salir al mundo como la persona que realmente eres.
Ricardo sintió las lágrimas amenazar con caer, pero se obligó a mantenerse fuerte. Sabía que mostrar debilidad solo incitaría más castigos. Mientras caminaban de regreso al coche, Clara lo miró con una expresión de triunfo.
—De ahora en adelante, ya no te llamaré Ricardo —dijo Clara, su voz suave pero implacable—. Te llamaré Erika. Es un nombre más adecuado para ti. Y quiero que te acostumbres a usar pronombres femeninos. Eres una chica ahora, Erika, y es mejor que lo aceptes.
Ricardo, o más bien Erika, sintió una mezcla de rabia y desesperación. Cada paso hacia la aceptación de su nueva identidad era un paso más hacia la pérdida de su antigua vida. Pero sabía que resistirse solo traería más dolor.
—Sí, Clara —dijo Erika, su voz quebrada por la emoción.
Clara sonrió, satisfecha con su respuesta.
—Buena chica. Ahora, vamos a casa. Tienes mucho que aprender todavía.
El camino de regreso fue una mezcla de humillación y resignación para Erika. Las nuevas perforaciones y los cambios en su apariencia eran un recordatorio constante de su nueva identidad y del control absoluto de Clara sobre su vida. Cada movimiento de las uñas de acrílico, cada pestañeo con las pestañas rizadas, cada paso con los tacones era una afirmación de su feminización.
Al llegar a casa, Clara la hizo sentarse en el salón.
—Erika, a partir de hoy, quiero que te comportes como la dama que estás destinada a ser. Practica tus modales, perfecciona tu maquillaje y asegúrate de que tu apariencia sea siempre impecable. Cualquier error será castigado severamente.
Erika asintió, sabiendo que no tenía otra opción.
—Sí, Clara.
Esa noche, mientras se miraba en el espejo, Erika apenas reconocía a la persona que veía. La transformación física era solo una parte del cambio. Su espíritu estaba siendo moldeado, quebrado y reconstruido bajo la implacable voluntad de Clara. Cada día era una lucha, pero Erika sabía que debía seguir adelante, esperando un futuro incierto donde la esperanza de libertad aún brillaba, aunque débilmente.
Con lágrimas en los ojos, Erika se acostó, sabiendoque el día siguiente traería más desafíos y humillaciones. Pero en el fondo,una pequeña chispa de resistencia seguía ardiendo, recordándole que, a pesar detodo, aún era Ricardo, un niño atrapado en una cruel transformación.
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Cambios Inesperados
Fiction généraleEl padre de Ricardo ha muerto, dejándolo bajo la tutela de Clara. Ella había desposado a su padre en búsqueda de fortuna, encontrando en el proceso también humillaciones y maltrato, lo que le hizo desarrollar un profundo odio a los hombres. ¿Qué le...