Los días siguientes fueron un infierno para Ricardo. Los tacones eran dolorosos y caminar con ellos era una tortura constante; y la tortura psicológica de tener que usarlos frente a sus compañeros se estaba volviendo insostenible. Cada intento de resistir era rápidamente reprimido por Clara, quien vigilaba cada uno de sus movimientos. Ricardo sabía que cualquier signo de desobediencia resultaría en castigos aún más severos.
Una tarde, mientras limpiaba la casa, Clara lo llamó al salón. Sentada en su sillón favorito, Clara tenía una expresión que Ricardo conocía bien: la de alguien que estaba a punto de imponer una nueva regla.
—Ricardo, tengo nuevas instrucciones para ti —dijo Clara, su voz fría y autoritaria—. A partir de ahora, no solo usarás los tacones en todo momento. También quiero que comiences a usar ropa femenina dentro de la casa. Vestidos, faldas, lo que yo elija para ti.
Ricardo sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Las restricciones y humillaciones eran insoportables, y ahora esto. Sabía que cualquier intento de resistir sería inútil, y la mirada de Clara no dejaba espacio para la negociación.
—Entiendo —dijo, su voz apagada por la resignación.
—Buena respuesta —dijo Clara, con una sonrisa que mostraba un destello de victoria—. Ahora, ve a tu habitación. He preparado un conjunto para ti. Quiero que te lo pongas y bajes en cinco minutos.
Ricardo subió las escaleras lentamente, cada paso una tortura. Al entrar en su habitación, vio la ropa que Clara había elegido para él. Era un vestido rosa, con encajes y volantes, el epítome de la feminidad. Junto al vestido, había un conjunto de lencería rosa pastel, tanto la pantaleta como el brasier con muchísimos detalles en encaje, además de una serie de accesorios: una peluca rubia, medias de encaje blanco, y una diadema a juego.
Se quedó mirando el conjunto, sintiendo una mezcla de humillación y desesperación. Sabía que debía obedecer, pero el simple acto de ponerse ese vestido le parecía una traición a su identidad. Con manos temblorosas, comenzó a vestirse.
Primero, se quitó la ropa que llevaba y se puso las medias de encaje. La sensación del tejido fino y delicado en su piel era extraña y desconcertante. Nunca había usado algo tan femenino, y el contraste con su piel masculina le hizo sentir una profunda incomodidad. Procedió a vestirse con la pantaleta, sintiendo inmediatamente su sedosa suavidad; el brasier le causó mucho conflicto, pero pronto pudo colocarlo en su lugar.
Luego, tomó el vestido. Deslizó el tejido suave por su cabeza y dejó que cayera sobre su cuerpo. Los volantes y encajes le resultaban pesados y opresivos, cada movimiento provocaba un susurro de la tela contra su piel. Cerró el vestido por detrás, luchando con los pequeños botones que parecían diseñados para humillarlo aún más.
Una vez vestido, miró los accesorios restantes. La peluca rubia era larga y rizada, una cascada de bucles dorados que caía hasta sus hombros. Se la puso con cuidado, ajustando las horquillas para mantenerla en su lugar. La diadema, con su lazo rosa a juego, fue el toque final. Al mirarse en el espejo, apenas se reconoció. El reflejo mostraba a alguien completamente diferente, una imagen de feminidad impuesta que le resultaba alienante.
Las lágrimas llenaron sus ojos, pero se obligó a contenerse. Sabía que Clara no mostraría compasión. Salió de la habitación, sintiendo cada paso como una traición a sí mismo. Bajó las escaleras, el sonido de los tacones resonando en la casa silenciosa.
Clara lo esperaba en el salón, su expresión satisfecha al verlo.
—Te ves encantador, Ricardo —dijo—. Ahora, continúa con tus tareas.
Ricardo obedeció, sabiendo que cualquier resistencia sería inútil. Cada tarea, cada movimiento, era una lección de sumisión. Los tacones y el vestido eran símbolos de su nueva realidad, una realidad en la que la resistencia solo traía más dolor.
Mientras limpiaba, Ricardo reflexionaba sobre su situación. Sentía la peluca rozar su cuello con cada movimiento, las medias ajustadas contra sus piernas, la presión del brasier en su pecho y el vestido acariciando su piel. Cada uno de estos elementos era una constante humillación, recordándole la autoridad de Clara y su propia impotencia.
A lo largo de la tarde, las tareas domésticas continuaron. Ricardo se movía con dificultad, sus pies adoloridos por los tacones y su cuerpo cansado por la constante vigilancia de Clara. Cada paso que daba era una lucha contra la vergüenza y el dolor, pero sabía que debía seguir adelante. La idea de más castigos lo mantenía en movimiento, obediente y sumiso.
Finalmente, después de horas de trabajo, Clara lo llamó de nuevo.
—Ricardo, ven aquí —ordenó, su tono imperioso.
Ricardo se acercó, sus movimientos lentos y torpes. Se sentía completamente expuesto, vulnerable bajo la mirada de Clara.
—Te he observado hoy —dijo Clara, su voz suave pero implacable—. Has hecho un buen trabajo, pero aún queda mucho por aprender. A partir de mañana, quiero que empieces a usar maquillaje. Y no solo eso, quiero que practiques tus modales y comportamiento. Serás una dama en todos los sentidos.
Ricardo sintió una nueva ola de desesperación. El maquillaje y los modales eran pasos adicionales en su humillación, nuevas formas de reforzar su sumisión. Sin embargo, sabía que no tenía otra opción.
—Sí, Clara —respondió, su voz apagada por la resignación.
Clara sonrió, satisfecha.
—Buena respuesta, Ricardo. Ahora, ve a tu habitación y descansa. Mañana será otro día importante en tu transformación.
Ricardo subió las escaleras, cada paso una lucha contra el dolor y la humillación. Al llegar a su habitación, se miró en el espejo una vez más. La imagen que veía no era la suya, sino una creación de Clara, una representación de su control absoluto.
Se quitó la peluca con cuidado, sintiendo un breve alivio al liberar su cabello. Luego, desabrochó el vestido y lo dejó caer al suelo, sintiendo la liberación del peso que había llevado todo el día. Batalló para desabrochar su brasier, las medias fueron lo último en salir, dejando su piel libre por primera vez en horas, únicamente la pantaleta permaneciendo en su cuerpo.
Se sentó en la cama, agotado tanto física como emocionalmente. Las lágrimas finalmente fluyeron, una liberación de la angustia acumulada. Sabía que el camino por delante sería largo y difícil, pero estaba determinado a encontrar una manera de soportarlo. Cada día era una nueva prueba, y aunque la humillación era constante, Ricardo sabía que debía mantenerse fuerte.
La noche avanzaba lentamente, y mientras Ricardo se acurrucaba bajo las sábanas, su mente seguía pensando en lo que vendría. La ropa, los tacones, el maquillaje y los modales eran solo el comienzo. Clara tenía un plan para él, y su única opción era obedecer y esperar. Con cada acto de sumisión, Ricardo se acercaba más a una aparente aceptación de su destino, pero en su interior, la esperanza de encontrar una manera de escapar nunca desaparecía.
Y así, Ricardo se preparó para enfrentar otro día,decidido a soportar la humillación y el dolor. Porque en el fondo, aúnalbergaba la esperanza de que algún día, de alguna manera, encontraría lalibertad que tanto anhelaba.
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Cambios Inesperados
Aktuelle LiteraturEl padre de Ricardo ha muerto, dejándolo bajo la tutela de Clara. Ella había desposado a su padre en búsqueda de fortuna, encontrando en el proceso también humillaciones y maltrato, lo que le hizo desarrollar un profundo odio a los hombres. ¿Qué le...