Habían pasado casi seis meses desde el día de compras, y la rutina de Daniela se había transformado completamente. Cada día, al regresar de la escuela, corría a su habitación para cambiarse y vestirse con sus faldas y vestidos preferidos. Había mejorado notablemente en el arte del maquillaje, y los fines de semana se convertían en oportunidades para practicar y perfeccionar su apariencia femenina.
Una mañana de sábado, mientras Daniela aplicaba cuidadosamente el maquillaje frente al espejo, Erika entró en la habitación con una sonrisa.
—Te estás volviendo una experta, Daniela —dijo Erika con admiración—. Cada día te ves más hermosa.
—Gracias, Erika. Me siento más segura y cómoda con cada día que pasa —respondió Daniela, devolviéndole la sonrisa.
Después de su rutina de belleza, Erika comenzó a pedirle ayuda a Daniela con las tareas domésticas. Al principio, Daniela se sintió extrañada, pero aceptó sin dudar.
—Erika, ¿por qué hacemos estas tareas si tenemos servidumbre? —preguntó Daniela un día mientras limpiaban la sala juntas—. ¿Y por qué siempre lo haces vistiendo como una de las sirvientas?
Erika se detuvo un momento y respondió con paciencia.
—Es importante saber cómo se hace el trabajo correctamente, Daniela. Incluso si tenemos ayuda, debemos entender el esfuerzo que implica y asegurarnos de que se haga bien.
—¿No debería entonces usar yo un uniforme como el tuyo?
—Un día tal vez —respondió vacilante Erika, recordando en ese momento lo humillada que se sintió cuando tuvo que comenzar a usarlo—. Por ahora aún estás muy pequeña.
Daniela asintió, comprendiendo la lección. Día tras día, se acostumbró a las tareas domésticas, encontrando en ellas una nueva forma de disciplina y responsabilidad.
Un sábado por la mañana, Erika decidió que necesitaban más ropa y zapatos para Daniela. Se preparó rápidamente, eligiendo un top blanco que realzaba su figura esbelta y unos jeans ajustados que destacaban sus curvas. Los tacones estilizados completaban su apariencia, dándole un aire de sofisticación y confianza.
—Voy a salir un rato a comprar algo, Daniela. Quédate en casa y sigue practicando con el maquillaje, ¿de acuerdo? —dijo Erika.
—Claro, Erika. ¡Gracias por todo! —respondió Daniela con una sonrisa.
Erika salió de casa y se dirigió al centro comercial. Mientras caminaba por los pasillos, notó las miradas de admiración y curiosidad que recibía. Aunque esto la hacía sentirse un poco nerviosa, ya hace mucho que había comenzado a sentirse segura con su apariencia.
Después de un rato, mientras estaba en una tienda de zapatos, Erika se concentró en elegir algunos pares adecuados para Daniela. De repente, sintió una mano suave en su hombro.
—Disculpa, ¿te conozco de algún lado? —preguntó una voz masculina.
Erika se giró y vio a un chico de su edad, con una mirada de curiosidad y sorpresa. Lo reconoció al instante: era Diego, el chico que había conocido años atrás en la playa.
—Eres tú... —dijo él, señalando discretamente el tatuaje en la espalda baja de Erika—. Te recuerdo de la playa.
Erika sonrió tímidamente, recordando aquel encuentro y cómo se sintió en ese momento.
—Sí, soy yo. Me llamo Erika. Eres... Diego, ¿correcto? —respondió, extendiendo la mano.
—Así es, y claro que te recuerdo, Erika. Qué sorpresa encontrarte aquí —dijo, estrechando su mano—. Te ves... muy cambiada.
Erika rió suavemente, asintiendo.
—Sí, han pasado muchas cosas desde entonces.
Diego y Erika empezaron a conversar, compartiendo historias y poniéndose al día. Diego estaba impresionado por la transformación de Erika y la seguridad con la que se presentaba, considerando que él recordaba a una adolescente hermosa, pero muy tímida.
—Siempre me pregunté qué había sido de ti después de aquel día en la playa —dijo Diego—. Me alegra verte tan feliz y segura de ti misma.
—Gracias, Diego. Supongo que cambié bastante desde esa vez que nos conocimos —respondió Erika con una sonrisa.
Después de un rato más de charla, Diego se despidió, dándole a Erika un tierno, aunque tímido, beso en la mejilla, prometiendo mantenerse en contacto con Erika. Ella terminó de hacer sus compras, llenando las bolsas con ropa y zapatos nuevos para Daniela.
De regreso a casa, Erika compartió con Daniela la emocionante historia de su encuentro con Diego.
—Es lindo que te hayas encontrado a un amigo tuyo, Erika. Diego parece ser un buen chico —dijo Daniela mientras organizaban las compras.
—Sí, me hizo sentir bien recordar esos momentos y ver cuánto he cambiado —respondió Erika, sonriendo.
Esa noche, mientras Daniela se preparaba paradormir, reflexionó sobre todo lo que había ocurrido. Se sentía más segura yapoyada que nunca.
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Cambios Inesperados
General FictionEl padre de Ricardo ha muerto, dejándolo bajo la tutela de Clara. Ella había desposado a su padre en búsqueda de fortuna, encontrando en el proceso también humillaciones y maltrato, lo que le hizo desarrollar un profundo odio a los hombres. ¿Qué le...