El sol apenas despuntaba cuando Ricardo fue despertado por un golpe en la puerta de su habitación. Clara entró, sin esperar su respuesta, con una caja de maquillaje en las manos. La expresión en su rostro no dejaba lugar a dudas: hoy sería otro día de lecciones implacables.
—Levántate, Ricardo —ordenó Clara, dejando la caja sobre el tocador—. Hoy vamos a empezar tus lecciones de maquillaje. Quiero que aprendas a aplicar cada producto con precisión. Una dama debe saber cómo presentarse adecuadamente.
Ricardo, aún somnoliento y con el cuerpo dolorido por el día anterior, se levantó de la cama. Sentía una mezcla de miedo y resignación, sabiendo que cualquier error sería castigado. Clara lo observaba con una paciencia fría, esperando que se preparara.
—Primero, vamos a limpiar tu rostro —dijo Clara, sacando un limpiador facial y un par de toallas pequeñas—. Debes asegurarte de que tu piel esté libre de impurezas antes de aplicar cualquier maquillaje.
Ricardo se lavó el rostro siguiendo las instrucciones de Clara. Sentía el agua fría despertar su piel adormecida, pero el alivio fue efímero. Clara inmediatamente pasó a la siguiente etapa.
—Ahora, aplica esta base —dijo Clara, entregándole un frasco de base líquida y una esponja—. Debes asegurarte de cubrir todo el rostro de manera uniforme.
Ricardo tomó la esponja y comenzó a aplicar la base, intentando seguir las indicaciones de Clara. Cada movimiento era torpe, y Clara no tardó en señalar sus errores.
—No, no así —dijo Clara, su tono severo—. Debes difuminar mejor. Mira, te has dejado una mancha aquí y otra allá.
Ricardo intentó corregir sus errores, pero la presión y la falta de experiencia hacían que cada intento fuera más frustrante que el anterior. Clara no mostraba piedad.
—¿Es que no puedes hacer nada bien? —dijo Clara, arrebatándole la esponja—. Mira cómo se hace.
Clara aplicó la base con movimientos rápidos y precisos, demostrando una habilidad que Ricardo sabía que le llevaría mucho tiempo adquirir. Luego, le devolvió la esponja.
—Inténtalo de nuevo —ordenó.
Ricardo lo intentó de nuevo, esta vez con un poco más de éxito, pero aún lejos de la perfección que Clara exigía. Pasaron al siguiente producto: el corrector.
—El corrector es para ocultar imperfecciones y ojeras —explicó Clara, señalando debajo de sus ojos—. Debes aplicarlo con cuidado y luego difuminarlo bien.
Ricardo hizo lo que pudo, pero Clara encontró fallos en cada paso.
—Demasiado, Ricardo. Estás usando demasiado corrector. Mira, parece una máscara. Vuelve a intentarlo.
La sesión de maquillaje se alargó durante horas. Clara le enseñó a aplicar sombra de ojos, delineador, máscara de pestañas, rubor y labial. Cada paso era una nueva oportunidad para errores y, consecuentemente, para reprimendas. Ricardo sentía el peso de la expectativa y la frustración aumentar con cada minuto.
—El delineador debe ser aplicado con una mano firme —dijo Clara, sosteniendo el lápiz frente a Ricardo—. No puedes temblar ni hacer líneas torcidas. Observa.
Con una precisión impecable, Clara trazó una línea perfecta sobre su propio párpado. Luego, le entregó el lápiz a Ricardo. Este, con manos temblorosas, intentó replicar el movimiento, pero el resultado fue desastroso.
—Esto es inaceptable —espetó Clara—. ¿Cómo esperas presentarte como una dama si no puedes hacer una simple línea? Hazlo de nuevo.
Ricardo sintió las lágrimas amenazar con caer, pero sabía que llorar solo empeoraría las cosas. Respiró hondo y lo intentó de nuevo, esforzándose por controlar el temblor de sus manos. Clara lo vigilaba de cerca, sin perder detalle.
—Mejor, pero aún no es suficiente —dijo Clara, un poco más suave esta vez—. Sigue practicando.
El labial fue el último producto. Clara le explicó la importancia de mantener los labios bien delineados y rellenados.
—Debes usar un delineador de labios primero —dijo Clara, entregándole el lápiz—. Luego, rellena con el labial y asegúrate de que no se salga de los bordes.
Ricardo siguió las instrucciones, pero el labial se extendió más allá de los límites, creando una imagen descuidada. Clara frunció el ceño y le quitó el lápiz de las manos.
—Eres un desastre, Ricardo —dijo, limpiando su rostro para que lo intentara de nuevo—. No puedes permitirte cometer estos errores.
Después de varias horas de lecciones y correcciones, Ricardo sentía que su mente y su cuerpo estaban al borde del colapso. La presión de complacer a Clara y la constante corrección habían drenado su energía y su espíritu. Cada error era una nueva fuente de humillación, y la perfección parecía siempre fuera de su alcance.
Finalmente, Clara se detuvo y evaluó su trabajo. Aunque no era perfecto, había mejorado ligeramente desde el comienzo de la mañana. Clara asintió con aprobación contenida.
—Es un comienzo —dijo—.
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Cambios Inesperados
Ficción GeneralEl padre de Ricardo ha muerto, dejándolo bajo la tutela de Clara. Ella había desposado a su padre en búsqueda de fortuna, encontrando en el proceso también humillaciones y maltrato, lo que le hizo desarrollar un profundo odio a los hombres. ¿Qué le...