El sol se alzaba lentamente, bañando la casa con una luz dorada, mientras Erika se levantaba de la cama. Los últimos días habían sido un torbellino de emociones y transformaciones, cada paso llevándola más lejos de su antigua identidad. Hoy, sin embargo, Clara había prometido revelar una nueva etapa en su vida. Erika sintió una mezcla de miedo y resignación mientras se preparaba para enfrentar lo que vendría.
Clara la esperaba en el salón, su expresión seria. Erika se acercó, sintiendo cómo sus tacones resonaban en el suelo de madera, una constante y humillante recordatorio de su nueva realidad.
—Erika —comenzó Clara, su voz firme—. A partir de hoy, no regresarás a la escuela secundaria.
Erika sintió un nudo en el estómago. La escuela, a pesar de todo, había sido una especie de refugio, un lugar donde aún podía aferrarse a fragmentos de su antigua vida.
—¿Qué haré entonces? —preguntó Erika, su voz temblando ligeramente.
—Te unirás al resto de la servidumbre en la casa —dijo Clara, como si fuera la cosa más natural del mundo—. De ahora en adelante, realizarás tareas domésticas. Y, por supuesto, hay un uniforme que debes usar.
Clara señaló un conjunto que estaba sobre una silla cercana. Erika se acercó, observando el atuendo con creciente horror. El uniforme consistía en un vestido de mucama negro con detalles en encaje blanco, un corset ajustado con ligueros, y unos tacones aún más altos de los que ya usaba.
—Póntelo —ordenó Clara, sin dejar lugar a discusión.
Con manos temblorosas, Erika comenzó a desvestirse, sintiendo la mirada evaluadora de Clara sobre ella. Se puso el corset, luchando para ajustarlo correctamente. La prenda se apretaba contra su cuerpo, restringiendo su respiración y forzándola a mantener una postura erguida. Luego, se colocó el vestido, sintiendo cómo el encaje rozaba su piel, una sensación extrañamente íntima y humillante. Finalmente, se puso los ligueros y los tacones, cada uno de ellos una herramienta más en su transformación forzada.
Cuando terminó, Clara la observó con una sonrisa de satisfacción.
—Perfecto —dijo—. Ahora, sígueme. Te mostraré tus nuevas tareas.
Erika siguió a Clara por la casa, los tacones resonando con cada paso. Llegaron a la cocina, donde el resto del personal doméstico ya estaba trabajando. Las miradas curiosas y compasivas de las sirvientas no pasaron desapercibidas para Erika, quien se sintió más humillada que nunca.
—Erika se unirá a ustedes a partir de hoy —anunció Clara, su tono autoritario—. Quiero que le enseñen todas las tareas necesarias y que se aseguren de que trabaje tan duro como cualquier otro.
Las sirvientas asintieron, y una de las mujeres más mayores, María, se acercó a Erika con una sonrisa amable.
—Ven, querida —dijo María—. Te enseñaré lo básico.
Las horas siguientes fueron un torbellino de actividades domésticas. Erika aprendió a limpiar, lavar, planchar y cocinar bajo la supervisión estricta de María. Cada tarea era un desafío, especialmente con el corset restringiendo sus movimientos y los tacones causando un dolor constante en sus pies. Sin embargo, Erika se esforzaba por cumplir con las expectativas, sabiendo que cualquier error sería severamente castigado por Clara.
A medida que el día avanzaba, Erika sintió cómo la fatiga se apoderaba de su cuerpo. Cada movimiento era una lucha, y el dolor del corset y los tacones se volvía cada vez más insoportable. Sin embargo, la presión de no decepcionar a María, quien mostraba una paciencia infinita, y el miedo a Clara, la mantenían en pie.
Durante una pausa para el almuerzo, María se acercó a Erika, ofreciéndole un vaso de agua.
—Estás haciendo un buen trabajo, Erika —dijo María, su voz suave—. Sé que esto es difícil para ti, pero recuerda que no estás sola. Estamos aquí para ayudarte.
Erika asintió, sintiendo una punzada de gratitud por la amabilidad de María. Sin embargo, sabía que la verdadera batalla era interna, una lucha constante entre su antigua identidad y la nueva realidad que Clara le imponía.
El resto del día pasó en una mezcla de trabajo duro y supervisión estricta. Clara pasaba de vez en cuando, asegurándose de que Erika cumpliera con sus tareas y corrigiendo cualquier error con una reprimenda severa. Finalmente, cuando el sol comenzaba a ponerse, Clara llamó a Erika al salón.
—Has hecho un buen trabajo hoy, Erika —dijo Clara, su tono sorprendentemente suave—. Pero esto es solo el comienzo. De ahora en adelante, este será tu lugar. Quiero que te conviertas en una sirvienta perfecta, y no aceptaré nada menos.
Erika asintió, su mente y cuerpo agotados por el día de trabajo. La presión del corset y el dolor de los tacones eran constantes, pero la resignación era aún más profunda.
—Sí, Clara —respondió, su voz apenas un susurro.
—Bien. Ahora, ve a descansar. Mañana será otro día largo.
Esa noche, mientras se desvestía y se preparaba para dormir, Erika reflexionó sobre su nueva vida. La idea de no regresar a la escuela, de ser una sirvienta en su propia casa, era una humillación profunda. Sin embargo, en el fondo de su mente, una pequeña chispa de resistencia seguía ardiendo, recordándole que, a pesar de todo, aún tenía una identidad propia. Cada día era una nueva batalla, y aunque la guerra parecía perdida, Erika sabía que no podía rendirse por completo.
Con lágrimas en los ojos, Erika se acostó, sabiendoque el día siguiente traería más desafíos y humillaciones. Pero también sabíaque, mientras mantuviera viva esa chispa de resistencia, aún quedaba una partede Ricardo dentro de ella, luchando por no desaparecer por completo.
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Cambios Inesperados
Ficção GeralEl padre de Ricardo ha muerto, dejándolo bajo la tutela de Clara. Ella había desposado a su padre en búsqueda de fortuna, encontrando en el proceso también humillaciones y maltrato, lo que le hizo desarrollar un profundo odio a los hombres. ¿Qué le...