Capítulo 9: La Última Resistencia

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Un mes había pasado desde que Erika había finalmente complacido a Clara con su nuevo estilo de cabello. Durante ese tiempo, había continuado con sus tareas domésticas, manteniendo su apariencia femenina bajo la atenta supervisión de Clara. Sin embargo, su mente nunca dejó de luchar contra la sumisión que se le imponía.

Una mañana, Clara llamó a Erika al salón.

—Hoy iremos a la playa —anunció Clara con una sonrisa—. Quiero que te tomes un descanso de tus tareas y disfrutes del sol y el mar.

Erika sintió una mezcla de alivio y ansiedad. La idea de un día de descanso era tentadora, pero sabía que había una trampa. Clara nunca hacía nada sin una razón.

—Gracias, Clara —respondió Erika, su voz contenida.

—Pero hay una condición —añadió Clara, su tono volviéndose más severo—. Debes usar esto.

Clara le entregó un bikini de dos piezas, extremadamente femenino y revelador. Erika lo sostuvo entre sus manos, sintiendo una oleada de pánico. Aunque su cuerpo había cambiado mucho, aún conservaba rasgos masculinos que el bikini no ocultaría.

—Clara, no puedo usar esto —dijo Erika, su voz temblorosa—. No me siento cómoda.

Clara arqueó una ceja, su expresión se endureció.

—No es una petición, Erika. Es una orden. Si quieres disfrutar del día en la playa, debes cumplir.

Erika asintió con resignación y se dirigió a su habitación para cambiarse. El bikini se sentía extraño y revelador, exponiendo más de lo que quería mostrar. Se miró en el espejo, su reflejo una mezcla de feminidad forzada y su identidad perdida.

Cuando regresó al salón, Clara la observó con una sonrisa satisfecha.

—Perfecto —dijo—. Vamos, el coche nos espera.

El trayecto a la playa fue tenso. Erika miraba por la ventana, su mente llena de pensamientos contradictorios. Cuando llegaron, el sol brillaba intensamente, y el sonido de las olas rompía contra la orilla, creando una atmósfera que normalmente sería relajante. Sin embargo, Erika no podía disfrutarlo. Se sentía expuesta y vulnerable.

Al llegar a la playa, Clara extendió una toalla sobre la arena y se sentó, observando a Erika con atención.

—Ve y disfruta del agua —ordenó Clara.

Erika dudó, sintiendo la mirada de los demás bañistas sobre ella. La combinación de su bikini y su apariencia femenina atraía miradas curiosas y algunos susurros. Cada paso hacia el agua era una lucha contra la vergüenza y el miedo.

Finalmente, cuando el agua fría tocó sus pies, Erika sintió una chispa de resistencia encenderse dentro de ella. Recordó quién era antes de que todo esto comenzara. Recordó a Ricardo, el chico que solía ser, y una ola de furia reprimida emergió.

—¡No puedo más con esto! —gritó Erika, su voz resonando sobre el ruido de las olas—. ¡No soy una chica, soy un chico! ¡No quiero vivir así!

La explosión de ira sorprendió a Clara, quien se levantó rápidamente y se acercó a Erika, su rostro lleno de furia.

—¿Qué dijiste? —preguntó Clara, su tono helado.

—¡Dije que no quiero vivir así! —repitió Erika, su voz temblorosa pero firme—. ¡No soy una chica y nunca lo seré!

Clara lo miró con una mezcla de sorpresa y rabia. Sin decir una palabra, tomó a Erika por el brazo y la arrastró de vuelta al coche. El trayecto de regreso a casa fue silencioso, la tensión palpable en el aire.

Al llegar a casa, Clara llevó a Erika al salón y la hizo sentarse.

—Tu arrebato fue inaceptable —dijo Clara, su voz contenida de ira—. Necesitas aprender que no hay vuelta atrás. Desde ahora, comenzaremos una terapia hormonal para asegurarnos de que tu feminización sea completa. Además, he decidido que recibirás un pequeño detalle, un tatuaje, para recordarte permanentemente quién eres.

Erika sintió el mundo derrumbarse a su alrededor. La terapia hormonal era un paso irreversible, una transformación más allá de lo físico. Y el tatuaje... era un recordatorio eterno de su sumisión.

—Por favor, Clara... —suplicó Erika, las lágrimas corriendo por su rostro.

—No hay más oportunidades, Erika —dijo Clara, su tono firme—. Te mostraré lo que significa obedecer.

Ese mismo día, Erika fue llevada a una clínica para comenzar su terapia hormonal. El proceso fue frío y clínico, una serie de inyecciones y pastillas que sellaban su destino. Luego, Clara la llevó a un estudio de tatuajes.

El artista del tatuaje era profesional, pero Erika sentía cada pinchazo de la aguja como un recordatorio de su impotencia. El diseño era extremadamente femenino: una mariposa delicada con flores alrededor, situada en su espalda baja.

—Esto es para recordarte siempre quién eres ahora —dijo Clara mientras el artista terminaba el tatuaje.

Esa noche, Erika se miró en el espejo, viendo su reflejo con los ojos llenos de lágrimas. La combinación de su nuevo estilo de cabello, el maquillaje impecable, el tatuaje y el conocimiento de la terapia hormonal eran demasiado para soportar. Pero sabía que cualquier resistencia solo traería más castigos.

Mientras se acostaba, sintió una profunda desesperación, sabiendo que la chispa de resistencia dentro de ella estaba siendo sofocada lentamente. Sin embargo, en algún lugar profundo de su ser, aún quedaba una pequeña esperanza, una lucha interna que se negaba a desaparecer por completo.

Esa pequeña esperanza era todo lo que tenía, ymientras la mantuviera viva, aún quedaba una parte de Ricardo dentro de ella,luchando por sobrevivir.

Cambios InesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora