A veces es difícil empezar una historia. Cuesta encontrar las palabras para alcanzar el contexto con la sutileza exacta. Que no parezcan muy abrumadoras, pero tampoco que pasan de puntillas entre acontecimiento y acontecimiento.
Sin embargo, a veces es necesario empezarla, es necesario vivirla y necesario explicarla.
Era ya finales de septiembre. Los días empezaban a ser más cortos y aunque todavía hacía calor, habíamos dejado atrás las noches tropicales y volvía a ser agradable amanecer envuelta en una sábana de algodón. El nuevo día era cada vez un poco más fresco y cuando cerraba la puerta de casa para dirigirme al instituto, la suave brisa que sacudía mi cabello y acariciaba mis mejillas me hacía sentir, sentir que aún estaba viva.
No tenía muchas expectativas puestas en el nuevo curso. Mientras que para mis compañeros aquel sería un año clave, el último de un ciclo, para mí y para alguien más solo sería un año corriente, otro más desde entonces. Otro año que sumar al día en que nos cambió la vida para siempre. Porque a pesar de no haberlo deseado estaríamos siempre conectados, encadenados en el mismo punto de inflexión.
Salí de casa y me apresuré camino arriba percatándome de los grupos de alumnos que se dirigían a mí mismo destino y que cuchicheaban y me miraban de reojo al notar mi presencia.
Yo no les prestaba mucha atención, sabía que tarde o temprano se cansarían de fijarse en mí. Se cansarían de estudiar mis gestos, mis miradas...
Por fin, al girar la esquina, vi una cara conocida. Era Cami, me esperaba en su portal, como siempre había hecho en los últimos seis años.
Camila era mi mejor amiga. No en el sentido cursi de la palabra. No llevábamos pulseras a juego ni vestíamos igual. No teníamos un lenguaje secreto ni veíamos la vida del mismo color. Simplemente, estábamos ahí la una para la otra y si bien mi vida ahora tenía un tinte un poco gris, no había nadie como ella para sacarme una sonrisa.
Nos reíamos de las mismas idioteces de siempre, poníamos palabras en las distantes conversaciones ajenas e interpretábamos los dramas de las chicas populares.
No es que nosotras fuésemos invisibles, pero poco a poco nos habíamos ido aislando, para bien o para mal, de los distintos grupos sociales del instituto.
No creíamos en las etiquetas y procurábamos no tener prejuicios con los demás, no estábamos ni por encima ni por debajo de ellos. Tan solo habíamos decidido vivir a nuestra manera.
Claro que todo ello tenía consecuencias, algunos nos creían demasiado prepotentes por no pretender encajar en ningún sitio. Otros pensaban que éramos unas zorras sin sentimientos y algunos incluso creían que pertenecíamos a alguna especie de grupo secreto. La realidad era otra muy distinta, nos daban absolutamente igual el resto de los mortales y al no afectarnos nada de lo que pudiesen opinar estos perdían el interés y cesaban sus intentos de meterse con nosotras. Formábamos un tándem perfecto e indestructible.
En seguida se nos unió Marc, el novio desde hacía más de medio año de Cami y unos cuantos pasos por detrás le seguía Jack. La única persona que en este último período era capaz de ensombrecer más aún si cabe mi mundo.
Marc y Jack eran como uña y carne. Se conocían desde preescolar. Hasta donde yo recordaba siempre habían sido amigos.
Marc era un chico muy agradable, era tranquilo, inteligente, guapo y tenía un buen sentido del humor. Era una persona alegre y era eso una de las cosas que más tenía enganchada a Cami.
Jack, en cambio, aunque estaba siempre pegado a él, no podía ser más distinto. Aunque en el pasado se caracterizaba por su carisma, siendo una de esas personas que agradaba a todo el mundo con solo una sonrisa. Ahora era tan distante y frío que su presencia me perturbaba.
Jack había sido alguien muy importante para mí en otros tiempos. Había sido mi amigo, mi confidente, mi apoyo e incluso algo más que en su momento no quise afrontar.
Pero ahora no podíamos estar más alejados, parecía que viviésemos en planetas distintos y nuestros encuentros se basaban en tratar de evitar por todos los medios que nuestras miradas se cruzaran. Y cuando alguna vez habíamos fallado, sus ojos penetrantes me mostraban su furia, la ira que yo provocaba en él.
A pesar de que todo el mundo menos nosotros dos era ajeno a lo que a antaño nos unía, era evidente para cualquier persona que a día de hoy no éramos fan el uno del otro, y por eso, al principio Marc y Cami intentaron que no coincidiésemos y durante algún tiempo les funcionó. Pero era difícil para ellos mantenernos separados sin que alguno de los dos se sintiese culpable por dejarnos solos a él o a mí. Y a pesar de que en realidad el problema no era con nosotros sino más bien con sus conciencias, finalmente Jack y yo nos vimos obligados a concedernos una tregua, que aunque fuese falsa e hipócrita, nos obligaba a aguantarnos de vez en cuando o lo que es lo mismo, a ignorarnos el uno al otro por el bien de la pareja.
En seguida llegamos a la calle del instituto. Antes de cruzar el último paso de peatones que quedaba justo delante de la puerta principal, Cami y Marc se alejaron un poco para besarse y abrazarse antes de entrar. Nosotros dos seguimos adelante guardando la misma distancia. Entonces decidí silenciar el teléfono y guardarlo en la mochila, , pero al introducirlo en el bolsillo pequeño, se me cayó un paquete de pañuelos. Así que lo recogí del suelo y sin alzar la vista proseguí la marcha, sin darme cuenta de que un coche eléctrico, de los que no hacen ruido, pasaba a bastante velocidad para estar en esa zona a esa hora y no tenía tiempo de detenerse. Justo antes de que se me echase encima Jack me agarró fuerte del brazo y me tambalee hasta caer contra su pecho.
Me llevó un instante darme cuenta de lo que había sucedido. En vez de agradecer su gesto, alcé la vista y murmuré:
- Jack, lo siento...
- Sí, ya... - me respondió apretando la mandíbula.
Se apartó de mi cuerpo, me estiró del brazo y me hizo cruzar la calle sin darme tiempo a zafarme. En cuanto estuvimos frente a la puerta me soltó de inmediato y haciendo una mueca se marchó hacia adentro apresurado, sin darme tiempo a reaccionar.
Marc y Cami me alcanzaron y ella, dándome a entender que había visto la escena, me susurró:
- Vaya, parece que el nuevo curso promete. Vamos cuca, coge mi brazo, que seguro será más agradable.
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Destellos de aguamarina y miel
RomanceAmelia intenta mantener el control de su vida y de sus emociones, luchando con todas sus fuerzas para no parecer vulnerable. En su soledad, Jack se muestra distante con todos; es mejor que mostrar su dolor, el vacío y la frustración que lo consumen...