Habían pasado ya varios días desde mi visita a Cala Turquesa. La línea que cruzamos aquella noche, esa que logramos difuminar con nuestros besos impacientes, se había vuelto a trazar. Está vez más fuerte, tanto que en ella había crecido un gran bosque de árboles infinitos que desdibujaban el horizonte y que era imposible atravesar.
Había conseguido evitar su mirada muy eficientemente y pretendía seguir haciéndolo, al menos hasta cumplir los ochenta y que la mala memoria borrará el recuerdo de sus labios prohibidos.
Cami me había comentado de pasada que la bonita rubia de ojos violetas había tenido que aparcar sus planes hasta el próximo año, pero no sabía el motivo. El caso es que la veríamos durante toda la temporada, pues se había inscrito a un curso de diseño en el centro de formación que estaba cerca del instituto.
Además, Cami se había encargado de dejarme claro que a ella también le parecía imprudente lo de mis escapaditas nocturnas y tuve que prometerle que la avisaría para que supiera en qué cuneta buscarme en el caso de que algo me llegará a suceder.
Era de lo más absurdo, como Jack no podía mantenerse cerca lo mejor era ponerme una niñera.
La scooter de mi hermano era mi nueva mejor amiga y aunque el instituto estaba muy cerca de nuestras casas, cada día iba a clase en moto.
A mi padre no le hacía ni pizca de gracia, pero como era consciente de que su presencia en casa era más bien escasa y se sentía culpable, prefería mantener el estado de paz y me dejaba bastante a mi aire.
Entre tanto, ya había pasado más de un mes desde el inicio del curso y el fin de semana siguiente no solo empezaría la temporada de baloncesto, lo que significaba que Marc y Jack tenían el primer partido oficial, sino que además se celebraría la fiesta de Halloween en el instituto.
Aparqué la moto en la puerta del instituto y vi por el retrovisor como Jack aparcaba el coche y descendía de él junto a Willow.
Cogí mi mochila rápidamente y me dirigí hacia el interior sin haber terminado de quitarme el casco para evitar ver cualquier cosa que me pudiese afectar lo más mínimo. Ojos que no ven corazón que no siente, me dije.
Ya en el interior terminé chocando con Nate. Al principio se sorprendió, pero en cuanto me reconoció se le esbozó una sonrisa y me pasó el brazo por los hombros para acompañarme hasta clase.
Nate era compañero del equipo de baloncesto de los chicos. Coincidíamos en un par de clases.
Era alto pero no tanto como Jack y Marc. Tenía el pelo castaño liso un poco largo y los ojos color gris. Estaba repleto de tatuajes y llevaba un piercing en la ceja y pendientes.
Digamos que su look era un poco diferente al del resto de los integrantes del equipo. Parecía un poco malote, pero nada más lejos de la realidad, era un bonachón muy simpático y hablaba sin parar.
Como últimamente me había distanciado un poco de Cami, su novio y su amigo, había coincidido bastante con Nate y la verdad que congeniamos bastante.
Nuestro acercamiento empezó un día que estaba sola en la cafetería, él se acercó a mí, ocupó la silla de al lado y a partir de ahí empezamos a hablar a menudo.
Descubrí que Nate conocía a mucha gente y que sabía en qué círculo se movía mi primo Roi. Me alegré al saber que se encontraba bien y acordamos que después de clase me acompañaría a alguno de los lugares, menos conflictivos, que solía frecuentar para que me pudiese encontrar con él.
Nuestra búsqueda no tuvo mucho éxito y no encontramos a Roi, pero la experiencia nos sirvió para conocernos un poco más y descubrir que teníamos bastantes cosas en común, Entre ellas que los dos nos movíamos en moto, claro que la suya no era una scooter como la mía, sino una moto de más cilindrada.
Las clases terminaron pronto porque el Sr. Bean estaba enfermo y no le habían encontrado sustituto.
Cami me dijo que irían a tomar algo a la madriguera que era la cafetería que estaba en la otra acera del instituto. Era costumbre para los chicos de último curso frecuentar esa cafetería por qué estaba cerca del instituto y al lado del pabellón de deportes.
Tenía un billar y un futbolín, una zona con sofás, una pequeña terraza y aparte de la buena música también preparaban unos bocadillos impresionantes.
En media hora estábamos sentados en una mesa Marc, Cami, Nate y yo y no tardaron en aparecer Jack y Willow.
Jack nos la presentó a Nate y a mí, ya que éramos los únicos que todavía no la conocíamos. Parecía bastante tímida, pero a Nate no le costó nada entablar conversación.
El ambiente parecía agradable para todos menos para Jack y para mí. Lo tenía sentado a mi lado y aunque no dejaba de mirar hacia delante, donde estaba ubicada Willow, su pierna y la mía se tocaban todo el rato y cuanto más intentaba separarme de él, más se acercaba y yo más me tensaba.
Creía que eran imaginaciones mías hasta que Nate me pidió que lo acompañase a fumar y cuando me levanté para que Jack me dejase salir, vino con nosotros.
No era extraño que Jack y Nate pasaran tiempo juntos, siempre se habían llevado bien, lo raro era que Jack hubiera querido venir dejando sola a Willow, cuando él ni siquiera fumaba.
Parecía que quisiera sabotear cualquier intento de Nate de pasar tiempo a solas conmigo.
Aunque en realidad, Nate no había mostrado ningún tipo de interés hacia mí más allá de una buena amistad, pero quizás nuestra nueva "relación" había pillado por sorpresa a Jack y simplemente sentía curiosidad.
No creía que fuesen celos como los que yo sentía cuando lo veía con Willow. Después de todo había sido el quién había decidido que besarnos no estaba bien y parecía que tampoco hablarnos, preocuparnos por el otro...
En fin, no entendía nada, pero cada vez que Nate me sonreía, se me acercaba o me rozaba lo más mínimo, de los ojos de Jack saltaban chispas, chispas asesinas. Era insufrible y Nate empezó a darse cuenta de que sucedía algo raro por qué cuando volvimos a entrar se me acercó y me susurró al oído:
- Hoy parece que lo has cabreado bien. Si no lo conociese diría que está celoso.
- Naaa, pero que dices. Es Jack, se habrá despertado con mal pie - le respondí con sonrisa pícara.
Volvimos a la mesa y la conservación de las próximas dos horas giraba en torno a qué tipo de disfraz debíamos llevar a la fiesta.
Todos parecían estar de lo más animados, pero en cierto punto estaba ya cansada de los comentarios de mi amigo que se dedicaba a lanzar dardos envenenados cada vez que Nate o yo abríamos la boca y quise marcharme.
- Chicos, yo ya me voy. Nos vemos mañana en el partido. Te escribo luego - dije esto último dirigiéndome a Cami.
- Espera que te acompaño- dijo Nate de inmediato.
Cuando Jack se levantó para dejarme pasar quedó enfrente de mí dándole la espalda a todo el mundo y dijo entornando los labios sin que nadie alcanzara a escucharle.
- En una hora nos vemos en la cala.
Me giré y me fui sin responderle, sin mirarle, sin decir nada a nadie. Nate salió detrás de mí y me preguntó:
- ¿Oye quieres que vayamos a otro sitio en el que te sientas más cómoda?
- Eh, no gracias - respondí un poco dubitativa - mejor nos vemos mañana Nate. Muchas gracias.
Sonreí y me marché hacía la moto con el casco en la mano, me monté, pero antes de arrancar saqué el móvil y le mandé un mensaje a Jack:
Jack, me voy a casa, estoy cansada. Y cala Turquesa es muy peligrosa en mala compañía. Nos vemos mañana.
...
Jack empezó a escribir, pero luego paró y no me respondió.
Genial, puede que me estuviese haciendo la dura, estaba claro que debíamos hablar, pero no pensaba bailarle el agua aunque eso supusiese otra noche de insomnio.
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Destellos de aguamarina y miel
RomansaAmelia intenta mantener el control de su vida y de sus emociones, luchando con todas sus fuerzas para no parecer vulnerable. En su soledad, Jack se muestra distante con todos; es mejor que mostrar su dolor, el vacío y la frustración que lo consumen...