19. La fiesta del chico sin nombre

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Jack

El partido había ido peor de lo que esperábamos. Estaba claro que a esas alturas de la temporada deberíamos haber cogido el ritmo suficiente como para no pinchar contra equipos mediocres que ni siquiera se encontraban en la mitad de la clasificación. Pero ese no fue el caso. Ni estábamos bien físicamente ni nos acercábamos a un equipo de nuestro nivel psicológicamente. Podríamos decir que habíamos hecho el ridículo, y si alguien lo ponía en duda, el entrenador se encargaría de hacérnoslo entender en las próximas semanas. Debíamos ponernos las pilas, no faltar a los entrenamientos y hacer un esfuerzo extra para centrarnos, evitando perder ninguno de los partidos que quedaban para finalizar la primera vuelta, es decir, antes de Navidad. De lo contrario, nuestra clasificación final peligraba, y con ella nuestras posibilidades de conseguir becas deportivas para la universidad o de llamar la atención de los ojeadores.

Me encantaba ese deporte. Lo practicaba desde que tenía uso de razón. Lo había mamado desde pequeño, viendo jugar a Sean y a Roi y me sentía orgulloso del equipo que habíamos formado, de las amistades que había logrado. Me había refugiado en eso durante mucho tiempo, quizá demasiado. Y ahora, mientras el entrenador vociferaba, desplazándose de un lado al otro del vestuario, poniéndose cada vez más rojo y frotándose la cabeza como si se fuese a arrancar todo el pelo, yo solo podía pensar en una cosa: quería estar con Lia; la echaba de menos.

Cuando por fin conseguimos subir al bus que debía llevarnos de vuelta a casa, Marc me leyó los mensajes de las chicas. Al parecer, mi idea de pasar una noche tranquila en compañía de Amelia iba a terminar siendo una pesadilla. Me dolían las piernas, estaba jodidamente cansado y para colmo, los codazos que me había propinado el número 11 del equipo contrario me estaban causando estragos.

Tras llegar al aparcamiento de nuestro pabellón y recuperar el coche de Marc, le pedí que me dejara en casa. Quería cambiarme, coger algo de ropa y el coche. Esa noche sería yo el que condujese así que no iba a beber alcohol.

Dos horas más tarde, Marc y yo estábamos esperando a las chicas delante de casa de Amelia. A pesar del cansancio, las ganas que tenía de verla me daban mucha energía. Lo que me apetecía más en ese momento era bajar del coche y acurrucarme en su cama junto a ella, sin embargo, la idea de verla con unos vaqueros ceñidos y una camiseta sexy también me agradaba. Pero cuando se abrió la puerta...

Debí quedarme boquiabierto al verla enfundada en aquel mini vestido más que insinuante, con esas botas que la acercaban cinco o seis centímetros más a mí. Estaba tremenda con la mitad de sus rizos recogidos y los otros escapándose rebeldes, con esos ojazos color miel y sus labios brillantes. Estaba acostumbrado a tenerla solo para mí, en nuestra intimidad y supe de inmediato que aquello iba a ser un quebradero de cabeza, porque era un tío y sabía cómo pensaban los tíos y solo de imaginar cómo algunos la iban a desnudar con la mirada me ponía enfermo.

Cami también estaba espectacular, miré a mi amigo con compasión y le dije:

-Tio, hoy vamos a sufrir y yo estoy hecho polvo.

-¿Verdad que sí? Empiezas a entender lo que se siente. Estoy orgulloso de tí. - respondió, dándome una palmadita en el hombro mientras sonreía alzando las cejas.

Llegamos a la fiesta que habían organizado varios compañeros del instituto en casa de un chico que no sabía cómo se llamaba porque no había coincidido mucho en clase con él. Siendo sincero, no me había preocupado mucho en socializar desde hacía dos años.

Era pronto todavía, la fiesta acababa de empezar. Todo el mundo estaba sobrio y la barra de la cocina estaba llena de vasos limpios y bebidas por abrir.

La casa del tipo sin nombre era alucinante. Estaba situada en un barrio del norte, la zona más opulenta de la ciudad. Tenía un jardín enorme con piscina. Un sótano del que se podía intuir que debía ocupar toda la longitud de la casa. Cocina americana, salón infinito, un comedor bastante lujoso... En fin, un casoplón que horas más tarde estaría devastado, lleno de basura, de gente borracha, muebles destrozados, etc. No envidiaba mucho al propietario.

Destellos de aguamarina y mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora