El día siguiente amaneció radiante. Aunque era temprano, agradecí que el sol empezara a despuntar a través de los orificios de mi persiana porque mis esfuerzos por intentar cerrar los ojos y volver a dormirme en las dos últimas horas habían sido en vano. Tan solo había conseguido dar vueltas sin parar, enredándome en el nórdico y sin ser capaz de volver a cerrar los ojos.
Mi mente funcionaba a dos mil por hora. Normalmente era una persona muy activa por las mañanas, de esas que no dejan de hablar desde el momento en que ponen un pie en el suelo, o incluso antes.
Bajé a la cocina atraída por el aroma a café recién hecho y conforme me fui acercando oí voces familiares. Eran mi padre y mi madre, conversando con normalidad. Parecía que estuviesen poniéndose al día. Era una sensación agradable que sin querer había ido olvidando. Lo habitual era despertar y no encontrar a nadie, de modo que no fui capaz de recordar cuándo fue la última vez que había visto a mamá en casa. Corrí a abrazarla y ella me correspondió.
-¡Lia cariño! Qué guapa estás. Deja que te vea bien - dijo con afecto.
-Tú también estás guapa mamá - respondí, tocándole el pelo que lucía suelto, acariciando esos rizos con tonos dorados.
-Me ha dicho Agnes que irás a la iglesia con Roi y con Jack. Tengo ganas de verlos.
-Sí, en una hora me pasarán a buscar - respondí.
El desayuno que compartimos los tres juntos fue un rato agradable, como si estuviésemos cargando pilas antes de volver a sumergirnos en nuestros peores recuerdos.
Antes de regresar al día que nos cambió la vida a todos, obligándonos a construir un nuevo personaje al que debíamos ir conociendo poco a poco, una nueva versión de nosotros con la que debíamos acostumbrarnos a convivir.
Cuando terminé de vestirme me senté en la escalera del porche a esperar a Jack y a Roi. Ese año no me había costado tanto elegir ropa. Abrí el armario y seleccióné un pantalón oscuro, un jersey de cuello vuelto de color gris y el abrigo de paño antracita.
Los chicos no tardaron en aparecer. Me senté en el asiento trasero, y me saludaron al unísono sin prestar mucha atención. Parecían estar manteniendo una discusión divertida acerca de quién era el mejor guitarrista entre los miembros de sus grupos favoritos de Rock. En ese momento, empezó a sonar Stairway to Heaven en la radio, de Led Zeppelin, con el legendario solo de Jimmy Page zanjando así toda controversia.
Por un instante imaginé que quien conducía era Sean, manteniendo esa misma discusión con Roi, Jack y yo ocupando los asientos traseros, disfrutando del debate, de su conocimiento de música y divirtiéndonos con las pullas que se lanzaban mi primo y mi hermano.
Un atisbo de nostalgia me invadió y sonreí al pensar que había cosas que manteníamos intactas, sin darnos cuenta y a pesar de su ausencia.
El trayecto se me hizo corto. En un abrir y cerrar de ojos llegamos a la iglesia. Aparcamos y nos dirigimos hacia los bancos principales por el pasillo central.
Aunque año tras año la ceremonia iba perdiendo asistentes, todavía se podía apreciar que un gran número de personas llenaban la iglesia.
Conforme nos íbamos acercando al segundo banco, el que ocuparíamos detrás de nuestros padres, de mis tíos, de nuestros abuelos, etc, me empezaron a flaquear las piernas. Ahí estábamos otra vez, enfrentándonos a los sollozos y a los comentarios acompañados de miradas compasivas. Me estaba agobiando. Entonces Jack me dio la mano y me estiró, con delicadeza, para sentarme entre mi primo y él. Se lo agradecí con la mirada porque en ese rinconcito que acababa de crear para mí me sentía protegida y apoyada.
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Destellos de aguamarina y miel
RomanceAmelia intenta mantener el control de su vida y de sus emociones, luchando con todas sus fuerzas para no parecer vulnerable. En su soledad, Jack se muestra distante con todos; es mejor que mostrar su dolor, el vacío y la frustración que lo consumen...