Amelia
Llevábamos un rato dando vueltas por un barrio de las afueras. Conforme más nos alejábamos de la civilización, más pequeña e indefensa me sentía. Quizá no había sido buena idea confiar en Roi y no contarle a Jack lo que pensaba hacer.
A pesar de que el día había sido caluroso para la época del año en la que estábamos, la temperatura había bajado considerablemente. Me había confiado demasiado y ahora me arrepentía de no haberme abrigado lo suficiente. Habíamos cogido la moto de mi hermano para desplazarnos.
-Para un momento, Roi– alcé la voz, acercándome a su casco para que me escuchase. Se detuvo en el arcén. -Necesito escribir a Cami para decirle que llegaré tarde, pensaba que estaría más cerca. –Él asintió y yo me quité un guante para coger el teléfono del bolso.
Cami, estoy con Roi, tengo que ayudarle a solucionar un asunto. Jack no sabe nada, prefiero contárselo después. No me queda mucha batería en el móvil, después te digo algo.
Ok, ¿pero dónde estáis? Dime algo pronto.
Apagué el móvil sin responderle para no perder más tiempo. Quería solucionar el tema cuanto antes y reunirme con Jack.
Aparcamos al final de una calle de casas unifamiliares. Nuestro barrio no era para nada el más pudiente de la ciudad, pero el que estábamos recorriendo ahora me daba escalofríos. La dejadez de las calles, las fachadas y los jardines era evidente. El alumbrado no cumplía demasiado con su función, las aceras estaban muy sucias y los contenedores de basura a rebosar completaban un cuadro decadente de esa parte de la ciudad.
Seguimos a pie y atravesamos un parque que, de día, debía parecer un lugar apacible y familiar, pero de noche, era sombrío, estaba muy poco iluminado y los árboles proyectaban sombras que se movían al son del viento, perdiendo hojas con cada balanceo.
El frío era cada vez más intenso y estaba calando en mis huesos. Podía notar el vaho escapando de mi boca, tenía las orejas y la nariz enrojecidas y notaba cómo se entumecían mis dedos.
Roi se detuvo un instante en una esquina en la que había cuatro bancos juntos. Se giró y dirigió la vista hacia la puerta que quedaba más al norte. Estaba empezando a inquietarme de verdad.
-Roi, creo que tus amigos no están. Mejor regresamos mañana. Tengo frío.
-Toma, mi chaqueta. - respondió, ofreciéndome su cazadora. Era de cuero pero por dentro estaba forrada de lana.
-No, claro que no. Te congelarías y yo llevo mi abrigo así no solucionaríamos nada. Es solo que no creo que los encontremos, se está haciendo tarde y creo que deberíamos marcharnos.- Mi tono empezaba a ser suplicante, pero parecía no importarle en absoluto; tenía un objetivo muy claro y no iba a marcharse hasta conseguir su propósito. Bufé frustrada. ¿Quién demonios me mandaba hacerle caso a mi primo? Sí estaba claro que no era capaz de tomar decisiones adecuadas.
Él no respondió. Sus ojos buscaron algo en el horizonte, un lugar al que yo aún no podía ver. Seguía aferrado a esa absurda idea de quedarse, como si demostrar algo ante estos desconocidos valiera más que todo lo que estaba en juego. Quería gritarle, pero solo bufé frustrada. El frío que sentía era tan solo una pequeña parte del escalofrío que recorría mi cuerpo. Esto iba a salir mal. Lo sabía, y él también.
-Ven, creo que sé dónde pueden estar.- Me tomó de la mano y nos dirigió hacia el exterior del parque.
Había un campo de fútbol con el césped muy desgastado, las porterías estaban torcidas y las redes agujereadas. Y cuando pensaba que la cosa no podía ir a peor, me arrastró hacia un sendero que estaba totalmente a oscuras. Iluminó el camino con la linterna de su teléfono hasta que llegamos a una especie de casa de campo abandonada.
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Destellos de aguamarina y miel
RomanceAmelia intenta mantener el control de su vida y de sus emociones, luchando con todas sus fuerzas para no parecer vulnerable. En su soledad, Jack se muestra distante con todos; es mejor que mostrar su dolor, el vacío y la frustración que lo consumen...