3. Respira

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Me desperté sobresaltada. Alguien intentaba entrar en casa. Me dolía bastante la cabeza. Intenté ponerme en pie para ver quién aporreaba la puerta.

Pero me di cuenta al apoyar el tobillo en el suelo de que no iba a poder caminar en unos días. Vi las estrellas, ¡qué dolor!

Me desplacé por el piso de arriba a pata coja hasta que llegue a la escalera y la baje sentada, como hacen los niños.

Al llegar al salón vi que Cami y Jack estaban discutiendo.

Al parecer la que aporreaba la puerta era ella. Había pasado la noche con Marc, pero la pasarían a buscar en una hora por casa así que vino a recogerlo todo para seguir con la coartada.

Noté que Jack estaba muy molesto, Cami le reprochaba que me hubiese golpeado.

- Deberías ir a que te enseñen a controlar tu ira. No creas que tienes excusa para ser siempre un capullo - soltó Cami.

Era de las pocas personas que seguía tratando a Jack como antes, que se atrevía a decirle cualquier cosa sin ese tono de pena y de consuelo con el que se dirigía todo el mundo a nosotros.

En el fondo se apreciaban mutuamente y ella no acostumbraba a meterse con él, pero cuando se pasaba de la raya, no dudaba en plantarle cara.

Se giraron hacia mí cuando oyeron el crujido del último peldaño. E inmediatamente se separaron y dieron por finalizada su discusión.

- ¿Cómo va ese tobillo? - preguntó mi amiga con ternura.

- Va...- le respondí.

- Come algo y te llevaré a que te lo revisen. - dijo Jack sin mirarme a la cara. Se sentía culpable. Y si, me había lanzado él, sin querer. Pero en realidad yo no dejaba de torcerme los tobillos así que para mí no era un drama.

- No es necesario. No me apetece que me lo inmovilicen. Me pondré hielo y mañana iré al fisio para que me lo mire. Pero necesito las muletas.

- ¿Dónde están? - preguntaron al unísono.

Señalé con la cabeza la habitación de Sean. Hacía unos dos meses que no entraba ahí. Nada más cruzar el umbral de la puerta me desmoronaba. Así que había decidido ignorar por completo su existencia.

En más de una ocasión mi madre trató de guardar sus cosas y redecorar la habitación. Era su manera de superar el duelo, intentar seguir adelante. A él lo llevaría siempre en su corazón, pero no quería ser enterrada en vida.

En cambio, tanto mi padre como yo, éramos incapaces de quitarle el que había sido su espacio. Lo usábamos para sentirnos más cerca de él, para llorar su pérdida y recordarlo.

Mi madre nos dejó, bueno, dejó a mi padre y se marchó. A mí me visitaba de vez en cuando.

Sin embargo, al cabo de un tiempo yo también dejé de entrar en ese lugar. Sus recuerdos eran tan dolorosos que empecé a tener ataques de ansiedad y me di cuenta de que debía cambiar mi forma de sobrellevar el duelo si no quería perderme a mí misma.

La gente creía que estaba mejor, pero en el fondo era pura fachada, mi corazón estaba roto. Se rompió el día en que mi querido hermano se fue para siempre y tenía la certeza de que era irreversible.

Cami nos miró a ambos, está vez con ternura:

- Está bien, yo te las traigo.

- Gracias, eres un cielo. - le respondí.

- Vale, pues creo que yo me marcho.- dijo Jack.

- Ni de puta coña! - soltó Cami. - tú la has jodido, pues tú te quedas con ella hasta la noche que yo me tengo que ir y no quiero que la dejes sola.

- No creo que sea la mejor compañía. Mejor me la llevo a casa. - Respondió Jack mientras arreglaba el sofá en el que había dormido y cogía su chaqueta.

- No soy una niña de cinco años. No necesito que intentéis buscarme un canguro. Os podéis marchar los dos. Pero antes me gustaría hablar contigo. - dije mirando a Jack a los ojos y él asintió.

Jack poseía los ojos más bonitos que había visto nunca. Tenía el pelo oscuro y la piel bronceada. Era de esas personas que se ponen morenas con solo estar cinco minutos al sol. Pero sus ojos era de color aguamarina, como esas aguas cristalinas que alimentan el ánima. Y eran tan claros que cambiaban de color con su estado de ánimo. Por eso últimamente eran bastante grises, del color que se refleja en el mar en los días de tormenta.

Eran pocas las veces en las que últimamente podía ver su color original, pero cuando lo hacía sentía que de ellos se desprendía un destello que atravesaba todo mi ser, que me estremecía y me penetraba hasta acariciar ese corazón inservible.

Cami se marchó y nosotros nos sentamos en el sofá bastante cerca. Cogió mi tobillo y lo puso sobre sus rodillas mientras lo inspeccionaba.

- Creo que estoy en posición de pedirte un favor. Me lanzaste por los aires y ahora me debes algo.

- Tú te pusiste en medio pero de acuerdo. ¿Qué quieres? - preguntó molesto.

- Quiero que dejes a Roi en paz. No quiero que le hagas daño.

- Sabes que él tiene la culpa de todo y ahora es un yonqui de mierda. Se merece que alguien le parta la cara y a mí me sobran ganas...

- Fue un accidente, nunca sabremos lo que pasó entre ellos. Y él va a cargar con ello toda su vida. ¿No es ya suficiente castigo?

- No, no lo es. Para mí no. Debería haber muerto él...

Escuchar esas palabras me dolió. Ver cómo estaba de destrozado por dentro...

Una lágrima me empezó a brotar y luego otra y otra, no me daba tiempo a detenerlas con los dedos. Mi pecho se empezó a hinchar cada vez más rápido, pero no era capaz de coger aire, me estaba ahogando. No podía respirar, no dejaba de sollozar, me estaba mareando.

- Lia por favor, respira. Lo siento, lo dejaré en paz, pero por favor respira. - Jack sonaba preocupado.

Me soltó el tobillo con sumo cuidado y se sentó a mi lado. Puso mi espalda contra su pecho y me apoyo sobre él.

- Vamos, respira conmigo. No pasa nada, estoy aquí, vas a coger aire y a soltarlo poco a poco. Todo va a estar bien. Por favor Lía, respira. - me susurraba al oído por detrás.

El aire empezó a circular por mis pulmones con normalidad. Mis respiraciones eran cada vez más profundas y fui recobrando el sentido de las cosas que me rodeaban. Fui dándome cuenta de como se habían acompasado nuestros pechos. Notaba su aliento en el lóbulo de mi oreja y me sentía tan bien acomodada en su cuerpo que deseaba que ese instante fuera infinito.

Jack me beso la mejilla.

- Buena chica. Me has asustado. Este ha sido fuerte. ¿Sigues visitando a esa mujer? - dijo con una voz tenue y pausada.

- No, hace semanas que no voy.

- Pues deberías.

- Sí, igual que tú, igual que todos...

Esa mujer era la psicóloga del pueblo. Jack no la soportaba, ya no soportaba a nadie que hurgara en sus heridas.

Jack se separó de mí con cuidado, me ayudó a estirarme y me puso una manta por encima.

- Tengo que irme. Si quieres vuelvo después para ver cómo te encuentras. Llámame si me necesitas. - dijo mientras cogía las llaves de la repisa y se ponía la chaqueta.

- No te preocupes, solo estoy cansa. Gracias.

Salió por la puerta y me quedé sola.

En realidad no quería que se marchase. Lo necesitaba conmigo, cerca de mí. Tenía la impresión de que era la única manera en la que superaríamos todo aquello.

Pero él no sentía lo mismo. Lo veía en sus ojos. Le costaba mirarme. Le hacía sentir cosas, como las que sentíamos antes de todo aquello. Y lo que para mí sería la fuerza que me ayudaría a ponerme en pie para él era su debilidad. Aquella que yacía enterrada en algún lugar de su corazón.

Destellos de aguamarina y mielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora