Las paredes de la preparatoria eran tan grises como mi estado de ánimo matutino. Mis días empezaban y terminaban aquí, en este aburrido rincón de Alemania, donde las miradas eran tan frías como el clima. Nada como las carreras nocturnas, donde el rugido del motor era mi única compañía y el asfalto, mi lienzo.
Al salir de clases, camino por el pasillo mientras los murmullos y risitas de grupos dispersos llenan el aire. Paso cerca de una banda local conocida por meterse en problemas. Su líder, una chica llamada Katia, me lanza una mirada asesina, pero yo la ignoro. No tengo tiempo para dramas escolares.
—¡Hey, Zoe! ¿Te crees mucho por no prestarnos atención?— exclama Katia, con un tono que pretende ser amenazante. Me detengo y me giro lentamente hacia ella, arqueando una ceja.
—¿Tú eres?— contesto fríamente, lo que provoca unas risas sofocadas entre sus amigos. Katia se sonroja, enfurecida.
—Escuché que corres. ¿Por qué no lo demuestras en las montañas? Esta noche. Mil euros a que no te atreves.—
Su reto resuena en el aire. Es casi entrañable cómo intenta intimidarme. —Diez mil si gano—, digo, manteniendo mi voz calmada. —Y si pierdo, los diez mil son tuyos.—
La sorpresa cruza su rostro, pero intenta ocultarlo tras una sonrisa desafiante. —Hecho.—
Esa noche, el aire era frío en las montañas, pero el ambiente estaba cargado de adrenalina. Las luces de los autos alineados brillaban como estrellas artificiales. Era mi terreno, y aunque las apuestas eran altas, no tenía intención de perder.
Nos alineamos para la carrera, Katia en su reluciente BMW y yo en mi confiable Honda. La señal se da y salimos disparadas, el viento azotando mi rostro mientras el motor rugía. Cada curva era una oportunidad de mostrar mis habilidades de drifting. Sentía el control en mis manos y el pulso acelerado en mi pecho.
En la última curva cerrada, aproveché la inexperiencia de Katia para cortar por el interior. Su auto perdió el control y salió volando hacia el costado. Crucé la línea de meta y me detuve para ver el caos detrás de mí. Su coche estaba destrozado, pero Katia estaba bien, solo furiosa.
Poco después, aparecieron las luces rojas y azules de la policía. Nos llevaron a la estación, un lugar ya familiar para mí. Mientras Katia y yo estábamos sentadas esperando, un oficial me miró con cansancio.
—Sabes que Katia saldrá pronto, ¿verdad? Papis tienen contactos— Me dice.
—Qué sorpresa,— le respondí sarcásticamente, encogiéndome de hombros. —Supongo que me quedaré un rato. El servicio aquí es encantador.— Le lanzo un beso a Katia, que me fulmina con la mirada. No puedo evitar sonreír. Ella puede salir rápido, pero en las pistas, soy yo la que siempre tiene el control.
Ahí sentada, me di cuenta de que la adrenalina de las carreras es lo único que me mantiene cuerda. Mientras espero, no puedo evitar preguntarme qué nuevas aventuras traerá la noche de mañana. Porque para mí, el verdadero desafío no está en el asfalto, sino en vivir sin frenos.
La puerta de la estación de policía se abrió de golpe, dejando entrar una ráfaga de aire frío. Allí estaba mi tía Lena, luciendo tan glamorosa y despreocupada como siempre, con un abrigo de piel sintética y tacones que resonaban en el suelo de la comisaría.
—Ah, Zoe. Otra vez metida en problemas, ¿eh?— dijo con una sonrisa mientras se acercaba. Los policías la miraron, algunos con admiración, otros con exasperación, pero todos notaron su presencia.Lena se dirigió al oficial a cargo, coqueteando descaradamente mientras hablaban. —¿Podríamos usar la sala de confesiones? Solo será un momento,— dijo, haciendo alarde de su encanto.
El oficial, aparentemente encantado por su atención, asintió y nos llevó a una pequeña sala al fondo de la estación. Una vez allí, Lena sacó un cigarrillo de su bolso y le preguntó al policía: —¿Le importaría si fumo aquí?—
El policía, sonriendo como un adolescente, sacó un encendedor de su bolsillo y encendió el cigarrillo para ella, ignorando por completo el cartel de "No Fumar" colgado en la pared.
—Zoe, espera afuera, por favor,— dijo Lena, con un tono que no admitía discusión. Me dirigí a la puerta y cerré suavemente detrás de mí, dejándola sola con el oficial.
Mientras esperaba en el pasillo, me apoyé en la pared, escuchando el murmullo de su conversación que se filtraba por la puerta. Después de un rato, la puerta se abrió y Lena salió, luciendo tan tranquila como siempre. El oficial, por otro lado, parecía un poco sonrojado y aturdido.
Lena me miró con una mezcla de diversión y severidad. —Zoe, ¿cuántas veces te he dicho que no puedes seguir corriendo como si fueras invencible?— Su tono era de reproche, pero también sabía que en el fondo ella admiraba mi espíritu libre, aunque nunca lo admitiría.
—Lo siento, tía Lena,— respondí, encogiéndome de hombros. —Pero sabes que no puedo evitarlo.—
Lena suspiró, meneando la cabeza. —Vamos, te llevaré a casa. Y por favor, trata de mantenerte alejada de las carreras, al menos por un tiempo.—
Mientras salíamos de la estación, no pude evitar pensar en lo mucho que apreciaba tenerla de mi lado, a pesar de mis travesuras. La noche había sido una locura, pero al menos había terminado sin demasiadas repercusiones.
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Amor Sobre Ruedas †★ TOM KAULITZ
RomantizmNo creo en el amor. En mi mundo, las carreras clandestinas son lo único que me hace sentir viva. Tengo 16 años y la velocidad es mi escape, mi refugio. Cada noche me subo al volante para acercarme más a la verdad sobre la desaparición de mi hermano...