Isabella
Me hundí en el pequeño sofá de la trastienda de la pastelería, sintiendo cómo el cansancio finalmente me arrastraba al sueño. No recuerdo la última vez que me sentí tan cómoda, tan a salvo, aunque fuera temporalmente. El aroma dulce del lugar me envolvía, y por primera vez en mucho tiempo, me dejé llevar por el sueño sin preocupaciones inmediatas.
No sé cuánto tiempo dormí, pero de repente sentí un golpe en mi hombro. Me moví ligeramente, jadeando soñolienta, pero intenté aferrarme a la comodidad y continuar durmiendo. Sin embargo, una voz familiar me hizo despertar de golpe.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —La voz de mi Benjamín, mi jefe, severa y sorprendida, me sacó completamente del sueño.
Me levanté de golpe, con el corazón latiendo a mil por hora, sumamente avergonzada. Me limpié rápidamente la saliva que escurría por mi mejilla, un mal hábito mío que jamás me había avergonzado tanto como en ese momento. Me sentía atrapada, vulnerable y avergonzada, como una niña atrapada en una travesura.
—Lo siento... Yo... No tenía dónde quedarme y...pensé que podría pasar la noche aquí —dije, mi voz temblando un poco mientras evitaba su mirada.
Mi jefe, un hombre siempre tan compuesto y profesional, me miraba con una mezcla de sorpresa y algo que no pude identificar del todo. Intenté ordenar mis pensamientos, explicar mi situación sin parecer patética, pero las palabras se me trababan en la garganta.
—Mira, no puedes quedarte aquí. Es un lugar de trabajo, no un albergue —dijo, aunque su tono se suavizó un poco al ver mi expresión.
Sentí las lágrimas amenazando con salir, pero las contuve con todas mis fuerzas. No quería parecer más débil de lo que ya me sentía. Bajé la mirada, asintiendo lentamente.
—Lo entiendo. Perdón por... por esto. Solo necesitaba un lugar por una noche —murmuré, recogiendo mis cosas rápidamente, dispuesta a irme de inmediato.
—Espera —dijo de repente, su voz menos dura—. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no tienes dónde quedarte?
Levanté la vista, sorprendida por su pregunta. No estaba segura de cuánto debía contarle, pero su preocupación parecía genuina. Tomé una respiración profunda y le conté de manera resumida la discusión con mi madre, la pelea con Matt, y cómo no tenía otro lugar al que ir.
—Lamento todo lo que tienes que vivir con apenas veinte años, pero no puedes quedarte aquí. Es contra las reglas. Sin embargo, puedo ayudarte a encontrar otro lugar —dijo, su tono ahora mucho más amable—. Conozco un par de sitios que podrían recibirte, al menos temporalmente.
Lo miré, extrañada, sin saber a qué se refería exactamente.
—¿Cómo cuáles? —pregunté, intentando no sonar demasiado desesperada.
—Hoteles, obviamente —respondió él, como si fuera la solución más simple del mundo.
Negué de inmediato, sintiendo la desesperación apoderarse de mí otra vez.
—No, no puedo pagar un hotel. Apenas tengo dinero para comer, mucho menos para una habitación —admití, mi voz temblando ligeramente.
No esperaba lo que vino después. Él se quedó en silencio por un momento, como si estuviera considerando algo, y luego me miró directamente a los ojos.
—Entonces...puedes quedarte conmigo —dijo, su tono firme pero comprensivo.
Lo miré, sorprendida y sin palabras. No había esperado esa oferta en absoluto. No sabía cómo reaccionar, qué decir.
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Lazos de pecado (borrador)
RomanceSaga Oscura Tentación / Libro IV En esta historia de romance, pasión y cuestiones de lealtades, Isabella Kensington se encontrará enfrentando una elección imposible: seguir los dictados de su corazón o sucumbir a las intrigas del destino. En esta...