Capítulo 30

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Callaghan.


Camino entre la multitud, sintiendo como si cada mirada se clavara en mí, cada murmullo pareciera estar dirigido hacia mi dirección. La opresión en mi pecho se hace cada vez más intensa, la necesidad de huir de este lugar se convierte en un clamor interno.

Permanezco de pie en la enorme escalera, sintiendo como si el mundo girara alrededor mío, mareándome. Delante de mí, unos pasos más adelante, está mi madre dando su discurso de agradecimiento. Intento concentrarme en sus palabras, pero todo se mezcla en mi mente en un torbellino de sonidos y luces.

A mi derecha, Hayden se mantiene firme, con el mentón en alto y la mandíbula tensa. Su traje negro a la medida realza su figura imponente, y sus ojos celestes brillan tras la máscara. Su mano sostiene un trago, que levanta ligeramente en un gesto casi imperceptible de reconocimiento hacia nuestra madre. A la izquierda, Madeleine está junto a nuestro padre. Ella viste un espléndido vestido de noche con tonalidades verdes que resaltan el color de sus ojos, y aunque su expresión es serena, puedo ver la emoción contenida en su mirada.

Los cinco somos personas altas, que inevitablemente llaman la atención. El salón entero escucha en completo silencio mientras mi madre habla, pero mi mente está en otro lugar, insistiéndome que salga de aquí, que escape de la atención y las miradas intrigadas.

Siento la opresión en el pecho intensificarse con cada palabra de mi madre. No quiero faltarle el respeto al irme antes de que termine su discurso, así que respiro hondo y trato de mantenerme firme. Los minutos se sienten eternos. Cada segundo que pasa es una batalla para mantener la compostura, para no dejar que el mareo y el deseo de huir me dominen.

Finalmente, concluye su discurso con un agradecimiento final y una sonrisa radiante. El salón estalla en aplausos, y aprovecho ese momento para deslizarme hacia un lado, tratando de pasar desapercibido. Camino rápidamente por el salón, evitando el contacto visual, sintiendo la necesidad urgente de aire fresco, de escapar del bullicio y las miradas.

Muevo mis pies casi de manera automática, caminando sin rumbo entre las personas que se dispersan, sus risas y conversaciones resonando en mis oídos como un eco distante. La necesidad de escapar, de encontrar un refugio, se vuelve ineludible.

De alguna manera, mis pasos me llevan a uno de los pasillos de nuestra casa. Las paredes decoradas con recuerdos familiares parecen cerrarse sobre mí, cada cuadro y fotografía un testimonio silencioso de lo que una vez fue.

Sin pensarlo, empujo la puerta del despacho de mi padre y, para mi sorpresa, lo encuentro sentado allí, solo, con un vaso de whisky en la mano.

—¿Qué haces aquí, campeón? —me pregunta sin levantar la vista del líquido ámbar que gira lentamente en su vaso.

Cierro la puerta detrás de mí, sintiendo el peso de todo lo que ha sucedido caer sobre mis hombros.

—Necesitaba un respiro —respondo, mi voz apenas un susurro. Me acerco y me dejo caer en una silla frente a él, el silencio entre nosotros llenando la habitación.

Mi padre me observa por un momento, sus ojos serenos pero inquisitivos.

—No eres el único —dice finalmente, con una pequeña sonrisa amarga—. Nunca me han gustado estos eventos sociales.

Miro a mi alrededor, observando el despacho lleno de libros y recuerdos de su carrera, de su vida.

—Lo sé, pero no es solo el evento, papá. Es... todo.

Su expresión se suaviza, y asiente lentamente.

—¿Es por tu novia? —pregunta, aunque su tono sugiere que ya conoce la respuesta.

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⏰ Última actualización: 15 hours ago ⏰

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Lazos de pecado (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora