Hayden Vanderbilt.
Mi respiración se vuelve superficial y rápida, un torrente de adrenalina se apodera de mí mientras miro a Callaghan, el hombre con quien he compartido toda mi vida. Por primera vez, el pánico me inunda. Lo veo tambalearse, sus fuerzas menguando visiblemente tras los golpes que le propiné. Su mirada se mantiene fija en mí, llena de una mezcla de dolor y desafío, mientras lucha por no ahogarse con la sangre en su boca.
—Callaghan... —murmuro, mi voz apenas audible, temblorosa.
No puedo perderlo, no ahora. No solo porque nuestra familia se vendría abajo, sino porque, a pesar de todas nuestras peleas y diferencias, es mi hermano.
—No puedes hacerme esto, no puedes hacerle esto a nuestra madre —susurro, acercándome a él—. No puedes irte así...
Pero mis palabras se sienten inútiles, vacías en la magnitud de la situación.
Mis manos tiemblan mientras intento sostenerlo. La sangre que fluye de su boca parece interminable, y cada vez que trato de limpiar un poco, parece salir más. Su mirada se vuelve más vidriosa, y la desesperación en sus ojos es un espejo de la mía.
—¡Ayuda! ¡Necesitamos ayuda aquí! —grito, pero mi voz parece perderse en el eco de la habitación.
Me siento impotente, atrapado en una pesadilla de la que no puedo despertar. Cada segundo que pasa me siento más frívolo y cohibido, el terror se apodera de mí.
—No puedes irte —repito, casi como un mantra—. No puedes dejarme aquí solo.
La idea de perderlo, de verdad perderlo, es un abismo al que no puedo enfrentarme. No importa cuántas veces hayamos peleado como perros, siempre hemos estado ahí el uno para el otro.
Los sonidos de los paramédicos y el personal médico irrumpen en mi pánico. Los dejo pasar, cada uno de mis movimientos torpes y desesperados. Sigo a su lado mientras lo suben a la camilla, mi mente en blanco, mi corazón en un puño.
—Por favor, aguanta —le susurro, aunque no sé si puede escucharme.
El miedo de perderlo, de que este sea el final, se asienta en mi pecho como una piedra. No puedo perder a mi hermano. No después de todo lo que hemos pasado juntos. Mientras los médicos trabajan, trato de mantenerme firme, pero la imagen de Callaghan, luchando por mantenerse consciente, seguirá persiguiéndome.
No puedo soltarlo. Mis manos están firmemente sujetas a la camilla mientras lo llevan al ascensor. Cada paso retumba en mis oídos como un martillo. Mi mirada no se aparta de su rostro pálido y ensangrentado. No hay tiempo, no hay margen de error.
Al llegar al primer piso, siento la conmoción a nuestro alrededor. La gente se detiene, susurrando con incredulidad, sacudiendo la cabeza en negación. Callaghan siempre ha sabido ganarse el cariño de todos, y ver a la persona que conocen en este estado es como una bofetada a su realidad.
El personal del edificio, aquellos que siempre nos han visto como figuras intocables, ahora nos miran con horror y preocupación.
—Vamos, hermano, aguanta —murmuro, mi voz quebrándose mientras camino junto a la camilla, mi mano aferrada a la suya. Cada respiración es un recordatorio doloroso de lo que está en juego.
Flashes de cámaras nos rodean de repente. La prensa, siempre hambrienta de escándalo, intenta capturar el momento. La multitud se vuelve más densa, y antes de darme cuenta, un hombre me empuja contra el auto de la policía.
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Lazos de pecado (borrador)
RomanceSaga Oscura Tentación / Libro IV En esta historia de romance, pasión y cuestiones de lealtades, Isabella Kensington se encontrará enfrentando una elección imposible: seguir los dictados de su corazón o sucumbir a las intrigas del destino. En esta...