Isabella
La noche caía sobre la ciudad, pero en la cocina de la pastelería, la luz seguía brillando, y yo seguía trabajando. Sabía que trabaja más, incluso más que el resto de mis amigos que se habían marchado hace algunas horas a sus casas, obtendría el dinero que me faltaba para la medicina de mi hermano. El reloj marcaba ya la medianoche, pero aún tenía mucho por hacer. Con meticulosidad, preparaba la masa para las galletas de chispa de chocolate del día siguiente, mezclando los ingredientes con cuidado y amor.
El aroma embriagador del chocolate y la masa recién hecha llenaba el aire, envolviéndome en una especie de calma reconfortante. Era como si la cocina se convirtiera en mi santuario, lejos del bullicio y el caos del mundo exterior.
Además de las galletas, también preparaba pastelitos decorados y algunas donas glaseadas, cada una con su toque especial. La noche era mi momento para crear, para dar vida a dulces que alegrarían el día de las personas al día siguiente.
La luz mortecina de la pastelería apenas alcanzaba a iluminar mi camino mientras me adentraba en la noche, preparada para enfrentar otra larga sesión de trabajo. Mis manos se movían con destreza entre los ingredientes, pero mi mente estaba en otro lugar, deseando fervientemente que el próximo día fuera mejor que este.
El cansancio se apoderaba de mí, cada músculo de mi cuerpo parecía pesar el doble, y mi espalda protestaba con cada movimiento. Mis párpados caían con el peso del agotamiento, pero no podía permitirme el lujo de detenerme.
Cada galleta, cada pastelito, cada dona que preparaba era un esfuerzo extra, pero era un esfuerzo necesario. Mi pequeño hermano necesitaba la medicina que solo podía conseguir con la paga extra que este trabajo nocturno me proporcionaba. No podía darme el lujo de rendirme, no cuando su salud dependía de ello.
Con cada golpe de masa, con cada adorno colocado con delicadeza, me repetía a mí misma que valdría la pena. Que cada gota de sudor, cada dolor en mi cuerpo, valdría la pena cuando viera la sonrisa en el rostro de mi hermano al recibir el tratamiento que tanto necesitaba.
Así que continué, dejando de lado el dolor y el cansancio, enfocándome en la tarea que tenía por delante, porque cuando se trata de la salud y el bienestar de los que amamos, no hay sacrificio demasiado grande. Y aunque la noche fuera oscura y agotadora, seguiría adelante, con la esperanza de un mañana mejor.
Cuando finalmente terminé, me quité el delantal con cuidado, dejando atrás el calor y la harina que lo cubrían. Me deshice de los guantes y retiré la malla que sujetaba mi cabello, dejando que los rizos caigan libres sobre mis hombros.
Con mi mochila al hombro, me despedí de la cocina y salí a la penumbra de Manhattan. Las luces de la ciudad parpadeaban como estrellas distantes en el cielo urbano. El sonido de mis pasos resonaba en las calles casi desiertas mientras me dirigía hacia la estación de tren.
El frío de la ciudad se colaba entre mis ropas, penetrando hasta los huesos y helando mis pensamientos. Me aferraba a mi mochila como si fuera mi única arma de defensa en medio de la noche, un escudo improvisado contra el peligro que acechaba en las sombras de la ciudad.
Caminaba con paso firme, pero mis sentidos estaban alerta, escudriñando cada rincón oscuro en busca de posibles amenazas. Al cruzar una de las calles, mis ojos se posaron en un hombre atractivo que descendía de un lujoso auto, rodeado por un enjambre de mujeres que parecían orbitar a su alrededor.
Seguí su figura con la mirada mientras se adentraba en lo que parecía ser un club nocturno, y una pregunta se abrió paso en mi mente: ¿Qué tanto es lo que tiene esa gente que el mundo se rinde tan fácilmente ante sus pies?
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Lazos de pecado (borrador)
RomanceSaga Oscura Tentación / Libro IV En esta historia de romance, pasión y cuestiones de lealtades, Isabella Kensington se encontrará enfrentando una elección imposible: seguir los dictados de su corazón o sucumbir a las intrigas del destino. En esta...