Capítulo 5

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Isabella

Manhattan, Nueva York.

No podía creer lo bien que me había ido en la pastelería desde la última vez que vi a Callaghan. Era como si el universo hubiera conspirado a mi favor, trayendo una avalancha de clientes que hacían fila fuera del local desde tempranas horas de la mañana. La demanda por nuestros productos era tan grande que vendíamos todo en cuestión de horas, permitiéndome regresar mucho antes a casa, a descansar o a estudiar, sin tener que hacer turnos extra como solía hacer.

Miraba a mi alrededor, maravillada por la cantidad de personas que se aglomeraban afuera, esperando ansiosamente su turno para probar nuestras delicias. La atmósfera vibraba con energía y emoción, y me sentía agradecida por formar parte de todo aquello.

Cada vez que miraba el reloj, me sorprendía de lo rápido que pasaba el tiempo. Antes, las horas en la pastelería parecían estirarse interminablemente, pero ahora, con la ajetreada actividad y el constante flujo de clientes, el día parecía desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.

Me sentía como si estuviera viviendo en un sueño, uno en el que las cosas simplemente funcionaban a mi favor. Era irreal cómo todo había cambiado para mejor desde aquella tarde de hablar con Callaghan. Aunque no podía evitar preguntarme si volvería a verlo, esa incertidumbre solo agregaba un toque de emoción a mis días en la pastelería.

Estaba detrás del mostrador, completamente inmersa en el frenesí del día. Empacaba dulces y pasteles con una sonrisa en el rostro, recibiendo órdenes con rapidez y eficiencia. El establecimiento estaba lleno hasta los topes, con personas haciendo fila afuera, ansiosas por recibir sus pedidos. Nunca antes había visto tanta actividad en la pastelería, y la emoción en el aire era palpable.

A medida que trabajaba, no podía evitar sentir una chispa de esperanza en mi interior. Quizás, solo quizás, esta inesperada mejora en el negocio podría ser suficiente para cubrir la deuda de Benjamín con el arrendatario. La idea de perder el local en su mejor momento junto a la única fuente de dinero que me mantenía con vida, era aterradora, pero hoy, con el bullicio de la clientela y el aroma tentador de los pasteles recién horneados, esa preocupación estaba momentáneamente eclipsada por la energía positiva que inundaba el lugar.

A pesar del ajetreo y el trajín, me sentía feliz y llena de energía. Había algo mágico en ver a tantas personas disfrutando de nuestros productos, en ser parte de un equipo que lograba hacer sonreír a la gente con cada bocado dulce. Cada vez que miraba a mi alrededor y veía la tienda llena de clientes felices, sentía un profundo sentido de satisfacción y orgullo.

Seguí atendiendo con diligencia, saboreando cada momento de este día extraordinario. Quién sabe lo que el futuro nos deparaba, pero por ahora, me sentía agradecida por esta ráfaga de éxito y felicidad que nos había caído de improviso.

Me encuentro sumergida en una burbuja de concentración, inmersa en mi trabajo universitario mientras me siento detrás del mostrador, tomando un minuto para descansar. La tarea que tengo entre manos requiere toda mi atención, y me he sumergido en un estado de flujo donde las palabras fluyen en las hojas de mi libro mientras tomo sorbos intermitentes de mi café.

Sin embargo, mi trance es interrumpido abruptamente por el sonido familiar de la campana sobre la puerta. Levanto la vista con un suspiro resignado, luchando contra la distracción. Allí está ella, mi mejor amiga, con esa sonrisa tan característica que ilumina la habitación. Su sola presencia es suficiente para hacerme olvidar momentáneamente mis responsabilidades académicas.

Ella se aproxima, con esa despreocupación natural que siempre la ha caracterizado, y se recarga en el mostrador frente a mí. Su mirada curiosa se posa sobre mis libros y apuntes desparramados, y no puedo evitar sonreír ante su expresión de complicidad. Siempre ha sido mi mayor cómplice en estos momentos de estrés universitario.

Lazos de pecado (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora