Capítulo 29

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Callaghan.

23 de diciembre.


Me siento como una mierda. Peor, en realidad. Estoy tirado en la cama, en la misma posición desde que Isabella se fue. Las cobijas están revueltas alrededor de mí, y me aferro a la almohada que aún huele a su perfume, una mezcla de jazmín y algo más suave, algo que es puro Isabella. No he salido de la cama desde entonces, no puedo. La culpa me tiene encadenado aquí, inmóvil, mirando un punto fijo en el techo mientras mi mente reproduce una y otra vez los eventos de la noche pasada.

Cada detalle está grabado en mi memoria: su rostro contorsionado por el dolor, sus ojos llenos de lágrimas y miedo, la súplica en su voz cuando me pidió que me detuviera y yo, cegado por mis celos y alucinaciones, no la escuché. Soy un monstruo. Me repugno a mí mismo por lo que hice, por ceder ante las insinuaciones venenosas de Hayden y dejar que mis propios demonios tomaran el control.

Me desconozco por completo. La educación que mi madre me inculcó, los valores que me enseñó, todo eso se fue por la borda en un momento de locura. Mi madre siempre me decía que el verdadero hombre no era el que sabe controlar sus emociones, sino que el aprende a vivir con ella, que la fuerza no está en los músculos, sino en la mente y el corazón.

Y yo fallé. La decepcioné a ella, me decepcioné a mí mismo y, lo que es peor, lastimé a Isabella, alguien tan puro y bueno que no merecía nada de esto.

Respiro hondo, tratando de encontrar algún consuelo en su aroma, pero todo lo que siento es un agujero negro en el pecho que amenaza con devorarme entero. No puedo dejar de pensar en cómo Hayden logró manipularme, cómo sus palabras cargadas de veneno encontraron su camino en mis inseguridades más profundas, pero no puedo culparlo solo a él. Yo tomé la decisión de actuar como lo hice.

Cada segundo que paso aquí, bajo las cobijas, me siento más miserable. Veo su rostro en cada sombra, escucho su voz en cada susurro del viento. Me levanto por un momento, solo para volver a caer en la cama. No tengo fuerzas para enfrentar el día, para enfrentarme a mí mismo. Quiero pedirle perdón, rogarle que me escuche, que me dé una oportunidad para enmendar lo que hice, pero sé que mis palabras son insignificantes comparadas con el daño que causé.

¿Por qué lo hice? ¿Cómo pude dejar que los celos y las inseguridades me dominaran de esa manera? Pienso en todo lo que ella representa para mí, en su bondad, en su amor incondicional, y me doy cuenta de que no la merezco. No después de lo que le hice, pero la necesito. Necesito que me perdone, aunque no lo merezca. Necesito hacer las paces con ella y conmigo mismo.

La herí. La herí de una manera que jamás creí posible. Nunca había visto tanto dolor en sus ojos, y fue mi culpa. Mi estúpido, maldito orgullo y mis celos enfermizos. Hayden, con su veneno disfrazado de sarcasmo, logró exactamente lo que quería. Me dejó inseguro, dudando de ella, de nosotros.

Apreté los puños, mirando mis nudillos blancos. ¿Cómo pude? ¿Cómo pude dejarme llevar por esos celos irracionales? ¿Cómo pude lastimar a la mujer, fuera de mi familia, que amo más que a mi propia vida? Cada vez que cerraba los ojos, veía su cara, contorsionada por el dolor y el miedo. Era una imagen que me perseguiría siempre.

—¿Qué he hecho? —murmuro para mí mismo, sintiendo un nudo apretarse en mi garganta.

La repugnancia hacia mí mismo es abrumadora. Me desconocí por completo. Esa no era la persona que quería ser. No era la persona que Isabella se merecía. La pureza y la bondad que ella irradiaba siempre habían sido mi ancla, mi luz en la oscuridad, y yo apagué esa luz con mis propias manos.

Lazos de pecado (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora