Callaghan.
Esta semana es un verdadero infierno. Estoy en mi cuarto año de medicina en Harvard, especializado en neurocirugía, y siento que cada día me está succionando la vida. Siempre me he considerado un hombre dotado en inteligencia, logrando avanzar en mi universidad mientras aún estaba en mi último año de bachillerato, pero ahora, la presión y el estrés son casi inhumanos.
El lunes comienza con una conferencia a las 8 de la mañana sobre técnicas avanzadas de microcirugía cerebral. Apenas he dormido tres horas porque estuve toda la noche estudiando para un examen crucial de neuroanatomía. Las palabras del profesor se mezclan en mi mente con el cansancio. Miro alrededor del auditorio y veo a mis compañeros igualmente agotados.
No estamos viviendo, estamos sobreviviendo.
Después de la conferencia, me dirijo al laboratorio de simulación para practicar una nueva técnica quirúrgica. Mis manos temblorosas luchan por mantener la precisión. Siento los ojos del supervisor clavados en mí, juzgando cada movimiento. La presión es inmensa. Cada error se siente como un paso más hacia el fracaso.
El martes no es mejor. Tengo rondas en el hospital a las 6 de la mañana. Pasamos por cada paciente, y el doctor a cargo no muestra ninguna compasión por nuestro cansancio. Nos hace preguntas difíciles, y cualquier duda en nuestra respuesta es recibida con una mirada de desaprobación. Después de las rondas, paso al quirófano para observar una cirugía de aneurisma cerebral. La operación dura cinco horas, y estoy de pie todo el tiempo, tratando de absorber cada detalle, pero mi mente está en piloto automático por el agotamiento.
El miércoles, tengo que entregar un trabajo de investigación sobre glioblastomas. He trabajado en él durante semanas, pero aun así, apenas tengo tiempo para revisarlo antes de la entrega. Siento que mis estándares han bajado, y eso me mata. Solía ser perfeccionista, pero ahora solo intento sobrevivir. Paso la noche en la biblioteca, rodeado de libros y apuntes, intentando encontrar errores y mejorar mi trabajo. Cuando finalmente lo entrego, no siento alivio, solo un vacío.
Mientras reviso notas y diagramas, no puedo dejar de pensar en Isabella. Su sonrisa, su risa, y la forma en que me mira con esos ojos llenos de amor y apoyo. Me prometí a mí mismo que nunca la haría sentir desplazada, y tengo que cumplir esa promesa, sin importar lo difícil que sea.
Yo:
¿Cómo va tu día, cielo?
Sus respuestas siempre me dan un impulso de energía.
Amor:
Todo bien, cariño. ¿Tú cómo vas? No te sobrecargues mucho, ¿vale?
Yo:
Intentaré no hacerlo.
Amor:
De acuerdo, eso espero. Te escribo al rato, Sarah me llama. Te amo.
Yo:
Vale, yo te amo más.
Las noches son especialmente duras. Después de largas jornadas en el hospital, a menudo termino en casa exhausto, pero siempre trato de llamarla, aunque sea por unos minutos. Escuchar su voz es mi ancla en medio de esta tormenta.
—Hola, cielo —digo, tratando de sonar animado—. ¿Cómo ha sido tu día?
—Hola, cariño —responde con una calidez que derrite mi cansancio—. He tenido un día bastante tranquilo, pero tú suenas agotado. ¿Estás bien?
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Lazos de pecado (borrador)
RomanceSaga Oscura Tentación / Libro IV En esta historia de romance, pasión y cuestiones de lealtades, Isabella Kensington se encontrará enfrentando una elección imposible: seguir los dictados de su corazón o sucumbir a las intrigas del destino. En esta...