Capítulo 24

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Isabella.


Nuestros ojos se encuentran, y su expresión pasa de sorpresa a una especie de desconcierto, como si no supiera qué decir. No sé qué decir tampoco. Estoy congelada en el lugar, mi mente tratando de procesar cómo alguien como él terminó aquí, en este lugar tan ajeno a su mundo.

—Tú —digo finalmente, mi voz apenas un susurro cargado de incredulidad y desprecio.

Su presencia aquí me hace sentir como si el suelo se desmoronara bajo mis pies. La noche que compartimos fue un error que pagué caro, y verlo ahora, después de todo este tiempo, me revuelve el estómago.

Él parece querer decir algo más, pero en ese momento, una figura femenina se asoma detrás de él. Es una mujer joven, hermosa, con el rostro sonrojado y la ropa desarreglada. Me mira con una mezcla de curiosidad y molestia, como si mi presencia aquí fuera una interrupción no deseada.

El hombre dolorosamente atractivo de cabello castaño, de altura formidable y con un elegante vestir que, aunque desaliñado, no puede ocultar su presencia imponente. Sus ojos celestes con motas verdes se clavan en mí, recorriéndome con desdén, como si yo fuera una intrusa en su mundo perfecto.

—Tú... —tartamudeo, sin poder apartar la mirada de su rostro. Cada recuerdo doloroso de aquella noche regresa con fuerza, mezclándose con la incredulidad de verlo aquí.

Atlas arquea una ceja, su expresión llena de una indiferencia que corta como un cuchillo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Su voz es fría, carente de cualquier remordimiento.

—Podría preguntarte lo mismo —respondo, intentando mantener mi compostura, aunque siento la furia burbujeando bajo la superficie.

Suelta una risa amarga, una que me hace estremecer de rabia y rencor.

—¿Me estás siguiendo? —Su tono es burlón—. ¿Eres una especie de acosadora ahora?

La acusación me golpea como una bofetada. Me niego a creer que esto está sucediendo. No puedo permitir que me afecte.

—No seas ridículo. No tengo ningún interés en seguir a alguien como tú —digo, intentando sonar firme, aunque mi voz tiembla ligeramente.

Se encoge de hombros, su desdén palpable.

—Claro, eso dicen todas.

La furia finalmente rompe a través de mi desconcierto. Decido no prestarle más atención. No merece ni un segundo más de mi tiempo. Le doy la espalda, caminando decidida de regreso a la mesa, pero antes de que pueda alejarme, siento una mano fuerte sujetándome con fuerza.

—No he terminado de hablar contigo —dice, su voz baja y peligrosa.

Me giro bruscamente, enfrentándolo con los ojos llenos de fuego.

—Suéltame.

Él aprieta su agarre, sus ojos celestes brillando con una mezcla de ira y algo que no puedo identificar.

—No después de lo que aparecerte aquí —dice, sus palabras goteando veneno—. No después de que te dejara como te dejé, ¿es por eso? ¿Estás resentida?

La ironía de sus palabras me golpea. ¿Cómo se atreve a voltear la situación así?

—¿Cómo me dejaste? —repito, incrédula—. ¿De verdad tienes la audacia de decirme eso?

Atlas me observa, su expresión inmutable.

—Sí, tienes razón —dice finalmente, soltándome bruscamente—. Eres insignificante.

Lazos de pecado (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora