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—Spokoynaya, con calma —dijo el ruso mientras Mila lo observaba con sus grandes ojos por encima del horizonte de la cámara de inhalación para niños—

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Spokoynaya, con calma —dijo el ruso mientras Mila lo observaba con sus grandes ojos por encima del horizonte de la cámara de inhalación para niños—. Solo un poco más, serdtse.

Aunque convaleciente, la niña estaba feliz. Le encantaba acurrucarse en la cama de papochka, mientras este la consentía con atenciones y mimos y su programa favorito se desarrollaba en volumen bajo en el televisor; aquella era la única parte buena de sus ataques de asma. Solo se preguntaba por qué papochka estaba siempre tan triste.

Alexey, por su parte, consideraba la posibilidad de ser despedido esta vez. La noche anterior, en su prisa por recoger a Mila del preescolar, no había alcanzado a terminar de armar el portafolio de inversión para la cliente de Ventura, pensando hacerlo al día siguiente lo más temprano posible; pero a la pequeña la habían dado de alta pasadas las cinco de la mañana, y ahora tenía orden de guardar reposo por dos días, junto con un horario estricto de administración de medicamentos.

Alexey no contaba con ningún tipo de ayuda. En su afán por no confiar en nadie, nunca había hecho un solo amigo en Nusquam, y ya no le quedaba familia viva ni en San Petersburgo. Estaba solo.

Papochka!, papochka! —chilló Mila melosa y su vocecita rompió las cavilaciones de su padre—. ¡Hay alguien en la puerta! —dijo después.

Era verdad. El timbre estaba llamando desde hacía un par de minutos y Alexey lo ignoraba a intención. La mayoría de las personas que llegaban a su puerta eran cobradores después de todo; pero miró su reloj y apenas daban las seis treinta de la mañana, ningún cobrador trabajaba tan temprano. Así que le entregó la cámara de inhalación a Mila para que se distrajese con ella y, sin que la niña lo notase, fue hasta la cómoda por su Smith & Wesson M&P9, que ajustó por detrás a la cintura de sus pantalones.

—Quédate aquí —instruyó y salió de la recámara con rumbo a la primera planta. Cruzó el salón, acercó un ojo a la mirilla y su corazón se saltó un latido—. Dermo! —masculló después y pegó la espalda contra la puerta.

¿Qué mierda quería «doña perfecta» en su casa a esa hora?, ¿qué no había tenido bastante con torturarlo en el hospital? ¡Seguramente venía a ratificar su ineptitud como padre y a procurar que lo separasen de su hija!, pero él no se lo permitiría.

Pensó en correr, tomar a la niña en brazos, coger su caja para emergencias y salir por la puerta de atrás para desaparecer otra vez. De nada valían sus «capacidades de campo» si se quedaba.

—¡Alexey!, puedo oírte respirando del otro lado de la puerta —dijo entonces la intrusa—. ¡Vamos!, esta no es una visita oficial, ¡lo prometo!—. Zverev dudó. ¿Cómo no hacerlo si ella llevaba meses dedicándole miradas reprobatorias? Además, ¿a qué otra cosa vendría?, ¿a prepararle el desayuno? —¡Alexey! —insistió Belén—, saca esas ideas locas de tu mente. Escapar con la niña solo traerá problemas legales para ti y una vida miserable para Mila. ¡No actúes como un idiota y abre ya!

REDEMPTIO © (Pronto en Papel) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora