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«No importa lo que escuches, ¡no entres!», le había dicho Belén a Alexey el primer día que se mudó a su casa

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«No importa lo que escuches, ¡no entres!», le había dicho Belén a Alexey el primer día que se mudó a su casa.

Le explicó también que, conforme a lo instruido por su terapeuta, su ex nunca intervenía directamente durante sus terrores nocturnos, sino que se limitaba a verificar que el entorno fuese seguro y a servirle de soporte si ella lo buscaba al despertar, cosa que le aseguró no haría. Tocarla, o intentar sacarla del trance en medio de una crisis, estaba contraindicado.

Belén era fuerte, Alexey lo sabía, y lo único que parecía necesitar era la certeza de que no estaba sola, aunque la compañía estuviese del otro lado del pasillo.

Él lo intentó en un inicio. Pasó semanas ignorando gritos descarnados y gemidos agónicos, hasta que una madrugada, alrededor de las tres, casi dos meses más tarde, no pudo más, se puso una camiseta, para no deambular en bóxer por la casa, llamó a la puerta de la habitación de huéspedes y, sin recibir más respuesta que la continuidad de la agonía de Bel del otro lado, decidió entrar.

«A la mierda con el terapeuta y su "opinión profesional"», pensó tan pronto como la vio: frágil, atormentada. De ninguna forma la dejaría sufrir así sin hacer algo y, para su sorpresa, ese «algo» que improvisó, sin que fuese menester despertarla, pareció aliviar en parte su tortura.

Desde entonces, había entrado en secreto en esa habitación cada que Belén parecía necesitarlo, y aquella noche no fue la excepción:

Daban las dos de la mañana y Alexey despertó sobresaltado por un llamado de auxilio. Era Bel.

Intentó despabilarse a prisa y, agradeciéndole al cielo que el sueño de Mila fuera pesado, se pasó una mano por la frente para buscar después a tientas la camiseta que ya acostumbraba a dejar doblada en la silla junto al buró antes de irse a dormir, solo por si Belén llegase a necesitarlo.

La puerta de la habitación de huéspedes estaba entreabierta y la luz de la luna se filtraba por la ventana iluminando en la cama el cuerpo tumbado de Bel. Como siempre, sus manos se aferraban a las sábanas, mojadas de sudor, mientras se retorcía repitiendo en sueños frases ininteligibles. Los gritos se habían convertido en sollozos ahogados para entonces y las lágrimas rodaban copiosas por sus mejillas.

¿Cómo podía el idiota de su ex resistirse a consolarla?, ¿dejarla sufrir sin mover un dedo?

Tras un suspiro, y con el corazón latiéndole a mil por hora, Alexey terminó de abrir la puerta y encaminó sus pasos sigilosos hasta un lado del colchón, en el borde del cuál, como cada noche, se sentó con cuidado de no despertarla.

—¡Shhh! Tranquila, devushka-voin, todo está bien —le susurró al oído.

Ella correspondió al estímulo con un quejido entrecortado, que él intentó menguar acariciándole el pelo. Sus dedos, como cada noche también, se deslizaron con adoración por los mechones húmedos, intentando transmitirle tranquilidad; se sentía un hombre diferente estando cerca de Belén.

REDEMPTIO © (Pronto en Papel) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora